En esta ocasión presentamos como alternativa al estreno del film americano Ojalá estuviera aquí, una comedia francesa de los noventa, La crisis, porque considero que pasó por las pantallas de nuestro país con inmerecida discreción. Ni siquiera ha adquirido con el paso del tiempo la categoría de obra de culto, algo que me parece bastante injusto ya que me convence mucho más que otros títulos de esta realizadora como Tres solteros y un biberón o Mamá… hay un hombre blanco en tu cama, mucho más populares o tontorrones. Por eso, aceptando el riesgo que siempre lleva aparejado el revisionar películas que en su momento te divirtieron, la operación rescate no sólo se ha saldado positivamente, sino que además me ha parecido un film premonitorio y que no ha perdido vigencia, todo lo contrario: estamos incluso mucho peor ahora que en los noventa.
Pero, ¿de qué va La crisis? El film nos narra la “kafkiana” y cada vez más angustiosa peripecia de Víctor (Vincent Lindon, por aquel entonces pareja de Carolina de Mónaco), hombre joven, casado, con dos hijos, que un buen día se levanta de la cama con una inesperada serie de catastróficas desdichas personales y laborales y por las que se siente desbordado y muy deprimido. Víctor no comprende nada y lo único que quiere es encontrar a alguien a quién contarle sus problemas. A partir de esta premisa, el film se divide en dos segmentos claramente diferenciados.
En el primero de ellos, se nos narra los inútiles esfuerzos por parte de un desesperado Víctor que intenta contar sus desgracias a alguien; sin embargo, todo el mundo parece demasiado ocupado como para escucharlo aunque sea unos minutos. Víctor realiza varias visitas y en cada una de ellas se nos ofrece una disección bastante atinada de la clase media burguesa francesa/europea de principios de los 90 (y de la de ahora): todos consideran que su problema es el más importante de todos y no hay tiempo ni ganas, ni calma, ni capacidad de escucha para atender a un amigo que necesita apoyo o simplemente ser escuchado. Este tramo funciona en una doble disyuntiva: como una muestra de una (falsa) sociedad del bienestar en la que nadie parece ser feliz y que diagnosticamos como profundamente egoísta, hipócrita e insolidaria. Otro apunte tiene que ver con la crisis del modelo de pareja tradicional, del que se ofrecen todos los ejemplos posibles y que aparecen retratados en cada una de las infructuosas visitas que Víctor realiza a sus amigos o familiares.
Lo mejor de todo esto, es que Coline Serreau lo cuenta sin abandonar la comedia esperpéntica o caricaturesca, de claro tono “berlangiano”, ya que Víctor tiene mucho que ver con el Plácido/Cassen de Berlanga, intentando infructuosamente que alguien le reintegre el dinero necesario para no perder su motocarro. Hay mucho de esa incomunicación social y esa desenfrenada astracanada —sin olvidar la ácida crítica social y política— del realizador valenciano en el film de Serreau, pero sin perder ese tono francés entre cínico y elegante.
En el segundo tramo del film, La crisis realiza un inesperado cambio de tercio con la aparición de Michou (Patrick Timsit), un parado, sin oficio ni beneficio, sin domicilio conocido, que a cambio de unas cervezas se adjudica a sí mismo la labor de “escudero” fiel de Víctor, aunque sus ganas de apoyarle o ayudarle siempre se salden con algún desastre; tampoco lo hace por amistad sino por interés (para sacarle unas cervezas gratis o comer de gorra). En esta ocasión, se nos ofrece un tipo de comedia típica y tópica francesa, mucho menos original, al estilo La cena de los idiotas, El embrollón o Qué te calles, pero de evidente eficacia. Patrick Timsit realiza una creación magnífica y absolutamente entrañable.
Como consecuencia evidente de todo lo anterior, la acidez primigenia termina derivando en el buen rollo y el inevitable final feliz, cuando Víctor es capaz —con ayuda de un voluntarioso Michou— de volver a empezar de cero y recuperar todo lo que había perdido al comienzo de la película; es decir: cuando comprende que llorando no se arregla nada, sino actuando y agarrando al toro (de la Vida) por los cuernos.