Producida en una época crepuscular para ese cine francés de mirada clásica que sería devorado por la modernidad y la renovación que trajo consigo la ‹Nouvelle Vague›, La chatte se destapa como una joya de ese celuloide galo modesto pero con ambición comercial que tantas buenas películas nos ha legado a los amantes del buen cine, demostrando que solo hace falta buscar en la superficie para localizar innumerables pepitas de oro.
Es por ello bastante sorprendente el malditismo que ostenta una película de espionaje ejemplar y bastante oscura. Tan entretenida como compleja y tan bella desde el punto de vista estético como abrupta en su amoralidad. Quizás ese oscurantismo y atmósfera cargada de opresión y misterio derive de la antiheroína protagonista de la historia, una famosa espía francesa cuyo nombre real (Mathilde Carré) se escondía bajo el pseudónimo de la gata. Una agente que trabajó tanto para la Resistencia francesa como para diversos servicios secretos internacionales, acusada igualmente de colaborar con la Gestapo en la época de la ocupación francesa y de vender por tanto a sus compañeros resistentes.
Un personaje tan ambiguo y enigmático se ajustaba a la perfección al ambiente cinematográfico de finales de los 50, y qué mejor que contar como padrino con el novelista Jacques Remy, quien trasladó a la literatura este intrépido y sombrío personaje colaborando igualmente en la escritura del guion que adaptaba su novela a la gran pantalla.
El proyecto contó con la dirección de un nombre experimentado dentro de los márgenes del cine de género y comercial francés, un Henri Decoin que se había especializado en rodar con mucha solvencia una serie de thrillers y películas de suspense de bastante calidad. Y la apuesta fue ganadora, puesto que con La chatte, Decoin acertó de pleno filmando una de sus mejores películas.
Lo que llama la atención de una película como La chatte es su mirada desmitificadora hacia una Resistencia francesa fuertemente ensalzada e idealizada en multitud de películas, tanto producidas en Hollywood como en nuestro país vecino. Aquí no veremos signos de heroísmo ni espectaculares misiones suicidas, mostrando la suciedad y neblinas del trabajo desempeñado por los grupos resistentes amenazados por la fría mirada del ejército ocupante. Así, los integrantes de la resistencia serán retratados como seres humanos frágiles y vulnerables, con sus miedos y traumas bien visibles para el espectador, y también con sus pecados y deseos carnales explotando en cada esquina.
La puesta en escena ideada por Decoin es otro de los puntos fuertes del film. Una escenografía más emparentada con el cine negro de Fritz Lang (me recordaron mucho esas luces y sombras tanto escénicas como las emanadas de los diferentes personajes a Los verdugos también mueren y esa lujuria erótica latente y muy cargada de carne que desprenden los intérpretes a cintas como Perversidad o Deseos humanos) que con una cinta de espionaje sita en la II Guerra Mundial. En este sentido, la película se apoya en escenarios y situaciones plenos de indecencia, degeneración e inmundicia, sabiendo crear una atmósfera muy recargada y opresiva que altera los sentidos del espectador manteniéndolo siempre en un estado de alerta tal como el que viven los protagonistas de la obra.
La cinta arranca mostrando el asalto de un comando alemán a un pequeño piso de un barrio parisino donde está teniendo lugar una transmisión de un mensaje. En el embate se producirá la muerte del creador de la radio transmisora, pero el artilugio será rescatado por la esposa de este, un bella mujer llamada Cora Ménessier (Françoise Arnoul) quien se dará a la fuga con la radio que ideó su marido, miembro de la resistencia.
De este modo, Cora iniciará como venganza contra el ejército alemán culpable de la muerte de su marido una carrera como espía, siendo encomendada a una misión cuyo objetivo es hacerse con los planos de un misil de alto contenido destructor que está siendo desarrollado por el ejército alemán.
Cora logará expoliar estos documentos de vital importancia, pero a su vez conocerá a un supuesto periodista suizo (Bernhard Wicki) que en realidad es un capitán de la Gestapo que se enamorará perdidamente de los ojos de gata que posee Cora, dándose cuenta tras una conversación con su colega el Capitán Heinz Muller (interpretado por el siempre inquietante Kurt Meisel) que esa belleza algo desaliñada y misteriosa que acaba de conocer en un bar de mala muerte es en realidad la mujer que la Gestapo (y sobre todo el propio Muller, como venganza por habérsele escabullido estando Muller al cargo de la protección de los planos usurpados) está buscando desesperadamente tras haber conseguido birlar los papeles que muestran el proyecto de diseño del mísil ambicionado por el ejército alemán.
A partir de este momento, la película virará su perspectiva. Pues lo que en un principio se presentaba como el típico producto de talante bélico protagonizado por héroes de la resistencia se bifurcará en un enrevesado relato de cine negro, traiciones y romances al más puro estilo del cine de género más desatado y primitivo.
Y la cosa funciona, pues el embrollo romántico no desentona para nada la línea principal de la película, sino que contribuye a crear más tensión y misterio si cabe, además de provocar cierta sensación de incomodidad a medida que avanza el enamoramiento imposible entre la gata y el agente nazi interpretado por Wicki. En cierto sentido, el aspecto romántico potencia el suspense y la inquietud moldeando una turbia historia de amor y traiciones muy disfrutable y entretenida.
Nos hallamos pues ante una película modélica. Muy bien trenzada, fatalista, perturbadora y muy solvente en su ejecución. Engalanada con todo un elenco de secundarios (entre ellos el siempre omnipresente Bertrand Blier) que no desentonan aportando su granito de arena para enredar aún más si cabe la compleja madeja orquestada por Decoin con pulso maestro. Todos estos ingredientes dieron como resultado un plato muy absorbente, y puede que controvertido, mostrando como el amor puede derivar en traición a unos ideales que en esa época era complicado poner en tela de juicio.
La cinta, a pesar de su patente modestia presupuestaria, debió tener cierto éxito comercial puesto que dos años después Decoin y su protagonista femenina, Françoise Arnoul, repitieron personaje y fórmula en La chatte afila sus garras. Pasados más de sesenta años de su estreno, resulta sorprendente que una pieza tan sólida, morbosa, amena, potente y poderosa haya caído en el olvido. Una de esas piezas que demuestran el poderío que poseía ese cine francés comercial, que nada tenía que envidiar en cuanto a envoltorio, glamour y fondo de armario al mejor cine de Hollywood. Absolutamente recomendable.
Todo modo de amor al cine.