Una de las características fundamentales de los Cuentos Morales de Rohmer era la continuidad, a través de los sucesivos films que los conformaban, de los roles de género de sus protagonistas. Resumiendo, fuera cual fuera la historia contada los hombres devenían auténticas máquinas de deseos no resueltos, fueran de índole profesional o, principalmente sexual. Las mujeres, por el contrario, podían tener sus dudas, pero se erigían como monumentos, casi deidades inalcanzables, de seducción semi voluntaria hacia lo masculino. En definitiva motor del drama o la comedia de lo que iba a suceder en la trama por la vía de lo intuido más que de lo manifestado.
Con La Buena Boda, segundo capítulo del ciclo Comedias y Proverbios, el foco de la atención cambia radicalmente. Cierto es que lo femenino, encarnado principalmente en esta ocasión por Béatrice Romand, sigue siendo el generador indiscutible de la trama. No obstante nos hallamos ante una forma muy distinta de mujer. Lejos del objeto de deseo masculino tenemos a alguien terrenal, llena de dudas, deseos (o casi mejor caprichos) y objetivos. Una mujer que aparentemente sabe lo que quiere y así lo hace patente desde el minuto uno. Quiere manifestar toda su feminidad casándose.
No, no se trata de un tratado reaccionario y reduccionista del rol de la mujer sino más bien una mera excusa, para sumergirnos en el mundo de la duda, de la divagación, del autoengaño al que nos sometemos cuando estamos perdidos. En el fondo, el discurso de la protagonista, Sabine, es contradictorio y circular. No le gusta en demasía nada de lo que hace, con quién sale o con quién vive y la única respuesta que encuentra para salir de ello es poner sus esperanzas en una idea fuerza llamada matrimonio.
La mediocridad de Sabine halla su reflejo tanto en el clima, con días grises y monótonos como en su lugar de residencia y trabajo. Lugares ferozmente decadentes bien subrayados con una estética feista que contrasta poderosamente con los lugares donde trabaja o vive su pretendido, Edmon. Sabine es presentada sin embargo como un ser profundamente antipático cuyas reflexiones, dudas y esperanzas distan mucho de un existencialismo emocional o ético. Más bien, por el contrario, estamos ante un alarde de bobería infantil aleatoria de difícil comprensión.
La reacción pues de Edmon es precisamente cercana a una repulsa educada, aunque repulsa al fin y al cabo. Como figura ejemplarizante de lo racional, marca siempre las distancias con Sabine ya sea mediante el uso del fuera de campo o de forma más explícita en la brillante confrontación final de la película. Con ello Rohmer marca una línea divisoria clara no solo entre el deseo y lo real, sino que traslada un manifiesto vital de cómo cree que deberían serla relaciones amorosas.
Sí, Rohmer no se pronuncia en contra del deseo sino contra la veleidad, contra el capricho. Se podría acusar al director de cierta misoginia al trasladar estos elementos negativos a lo femenino sin embargo tal aseveración se queda en lo superficial. Hay otras mujeres en el film que al igual que Sabine tienen objetivos y deseos, pero son fuertes y determinadas en llevar las riendas de su destino. Sabine pues no se erige como símbolo de un supuesto capricho femenino, sino más bien en un paradigma de lo contrario. Sabine es pues y con ello La buena boda, una enmienda a la totalidad de las frivolidades, caprichos e inseguridades del ser humano.