Siendo la checa una cinematografía tan profundamente imaginativa y volcada en lo fantástico (baste recordar figuras como las de Jaromil Jires, Jan Svankmajer o Karel Zeman, por ejemplo), no es de extrañar que el clásico cuento que inmortalizara en su versión más célebre la francesa Jeanne-Marie Leprince de Beaumont acabara siendo adaptado por un autor checo de sensibilidad decididamente extraña, Juraj Herz, ya entonces una de las figuras más relevantes de la llamada Nueva Ola Checoslovaca (especialmente gracias a su inquietante cinta de terror psicológico El incinerador de cadáveres). Aunque uno podría esperar una versión más acusadamente oscura que la realizada por Jean Cocteau en los años 40 (obra maestra aún imbatible, cabe señalar), lo cierto es que la aproximación realizada por Herz a la obra de Beaumont adopta un tono intermedio entre el poético enfoque surrealista del francés y un romanticismo vaporoso y decadente que exacerba la desesperación sentimental del original. Lejos queda, en cualquier caso, la concreción y el funcional andamiaje dramático de la célebre (y notable) versión de Disney (el personaje villano de Gastón desaparece aquí, sin ir más lejos).
En efecto, Herz, una vez presentados los personajes y el conflicto dramático que va a centrar la trama (a través de una precisión descriptiva bastante encomiable: todo avanza a una velocidad ajustadísima recurriendo a trazos sintéticos y pequeñas y hábiles elipsis), nos encierra en aquella mansión encantada junto a Bestia y es ahí, dentro de ese escenario extraño devorado por la naturaleza (la corrupción del alma del personaje traducida en charcos humeantes y ramas que asfixian y ocultan la arquitectura del lugar), donde la atmósfera de la película tienda a la abstracción, materializando un espacio ilusorio que parece ubicado fuera del tiempo y de cualquier terreno conocido. Gracias a una fotografía elegantemente desvaída y a una dirección de arte detallista y creativa, Herz nos sumerge en un clima fantasmagórico e irreal que supone el mayor acierto de la película, pues sintoniza a la perfección tanto con el espíritu cándido y sacrificado de la joven como con el turbio y atormentado de Bestia, haciendo que su extraña historia de amor (sustentada fundamentalmente en la voz) resulte finalmente creíble y emotiva.
Pese a los aciertos de la puesta en escena (tan artificiosa como brillante), llega, no obstante, un punto en que Herz ahoga demasiado la narración, dilatando el juego de seducción de Bestia y haciendo que el relato se estanque ligeramente, en parte también por la densidad de la citada puesta en escena, que igual que maravilla los sentidos, también puede saturarlos ante el tono marcadamente sobrenatural que se respira la mayor parte del metraje. Y, cuando el autor de Morgiana decide salir de la mansión y visitar de nuevo la vida real en la aldea, tiende a írsele la mano en la descripción bufa y casi caricaturesca de las dos hermanas de la protagonista. A pesar de ello, estos pequeños defectos se mitigan con los aciertos ya citados y con pequeñas ideas estimulantes, como la de otorgar forma de ave a Bestia, a través de una lograda labor de maquillaje que remite tanto al mundo creativo de Jan Svankmajer como a aquella película de Georges Franju titulada Judex (los cinéfilos que hayan visto ambas obras me entenderán).
Por todo esto, La bella y la bestia que nos ofrece el autor checo supone una de las adaptaciones más sugestivas y creativas del cuento, cuya imponente personalidad estética (muy dependiente de la propia idiosincrasia de la cinematografía checa de aquellos años) se construye a partir de una dirección delicada e inteligente y de un sutil acabado estético, capaz de transmitir a la perfección ese trágico halo romántico que está en el mismo corazón de la historia. Ésta, contada con esa querencia natural por los ambientes oníricos que su director ya demostró (en clave de pesadilla) en El incinerador de cadáveres, está recorrida desde el principio por un lirismo feérico y melancólico, haciendo, además, más hincapié del habitual en el aspecto psicológico del conflicto (no hay factores externos de amenaza, toda la película gira en torno a la tensión de los dos amantes); al mismo tiempo, la condición bestial del protagonista resulta más ambigua, al no especificarse el origen y naturaleza de su maldición.
En cualquier caso, el mayor mérito de la obra de Herz es reafirmarnos en la idea de que pocas narraciones existen más poderosas y sugestivas que los cuentos de hadas a la hora de hablar de las cuestiones que siempre han preocupado al ser humano (la muerte, el amor, el crecimiento, la aventura…). Esperemos que Gans, último adaptador de este clásico literario, haya dado con la tecla y mantenga viva la fascinación que este tipo de textos siempre ha ejercido en los lectores de todo el mundo.