Frederick Douglass pasó de ser un esclavo que vivió en el siglo XIX, a escribir ensayos y textos como abolicionista de una lacra tan inhumana como es el sometimiento de unas personas para ser explotadas por otras. El documental LA 92 no trata sobre la vida de una figura tan importante para el avance social en Estados Unidos, pero sí comienza con una cita suya: «We have to do with the past only as we can make it useful to the present and to the future», frase cuya traducción sería «Debemos tener en cuenta el pasado solo para lo que nos pueda ayudar en el presente y en el futuro». La máxima es sabia aunque —tras ver el documental— comprendamos la ironía que desprenden las palabras pronunciadas por Douglass.
Es más exacto rememorar que la Historia se repite, porque después de que aparezca esa reflexión del abolicionista norteamericano en pantalla, un cronómetro antiguo, en formato de 16 milímetros, comienza una cuenta atrás numérica que da paso a imágenes de noticias de agosto de 1965, en el distrito angelino de Watts. Planos nocturnos en blanco y negro de barricadas, incendios y enfrentamientos entre población negra contra las fuerzas de seguridad, a causa de la detención de un joven motorista negro por parte de unos agentes, una situación en la que los policías agredieron a otros civiles desarmados. En marzo de 1991 se produjo el arresto de Rodney King por parte de una cuadrilla policial que apaleó con violencia desmedida al detenido. La acción —violentísima— fue grabada por la cámara doméstica de un ciudadano. Incluso con las pruebas visuales, los cuatro agresores quedaron absueltos por un veredicto exculpatorio que indignó a la mayoría de la población de color en Los Angeles. El suceso se suma a otro, ocurrido en marzo del mismo año en una licorería cuando Latasha Harlins, una joven afroamericana, es asesinada de un disparo por la dueña del establecimiento por un supuesto robo. Así se acrecientan las tensiones entre dos comunidades que ya convivían mal en esa época, marginadas ambas por el entorno ‹wasp› de los norteamericanos. La inmigración creciente coreana, contra la afroamericana nativa.
Haz lo que debas, una de las grandes películas de los años ochenta, ya vaticinaba sin ánimo de polémica, pero con la lucidez de la realidad, hechos por desgracia demasiado similares a los acontecidos en la primavera de 1992 en Los Angeles. Spike Lee creó una obra que tomaba pulso a la situación racial sin dejar de lado el drama costumbrista, en una cinta de tensión creciente hasta un clímax inolvidable. Es curioso que la película existiera ya tres años antes, desde su producción, aunque no deja de apoyar la idea idéntica de repetir cualquier error histórico, por mucho que nos empeñemos en no tropezar varias veces con las mismas piedras. Las alusiones al cineasta Spike Lee no son arbitrarias puesto que él mismo ha realizado el mediometraje titulado Rodney King, en 2017, con motivo del veinticinco aniversario desde la tragedia derivada de aquel juicio. Aunque más que celebrar es preferible olvidar unas fechas tan infaustas para los habitantes de South Central y alrededores. Además de estos films conmemorativos, en 2017 también se produjo Let it fall: Los Angeles 1982-1992 dirigido por John Ridley con un tono más académico en su condición de documental e imágenes de archivo que coinciden en los dos casos, algo evidente por el tema tratado.
En el caso de LA 92, a pesar de ser un encargo del canal National Geographic, supera la condición de su propuesta con un film que resulta muy estimulante para la opinión, ya conformada en las noticias emitidas por los informativos de todo el mundo, durante aquellos días finales de abril y a principios de mayo de 1991. Porque, más allá de la dilatación temporal posterior a ese prólogo que conecta lo sucedido en Watts durante 1965 con lo que pasaría veintisiete años después, el documental dirigido por Daniel Lindsay y T.J. Martin se concentra en casi una semana, desde el 29 de abril hasta el 4 de mayo, seis dias que son tratados como una crónica tensa de los acontecimientos. Ambos directores, junto al editor Scott Stevenson, se alían con el impresionante trabajo de montaje. La selección de un material de archivo abundante, en gran parte proveniente de cadenas de noticias, mientras que en las otras son una enorme cantidad grabada por los habitantes de la zona, prácticamente arrasada, unidas a la vigilancia registrada por los helicópteros policiales. Es inevitable la inclusión de la secuencia con la paliza a Rodney King, casi en su integridad, para situar la mecha del conflicto, además de la grabación de seguridad en la tienda de licores con la muerte de la joven Latasha. Pero la fuerza del documental reside en una cronología que fluye dinámica, unida por unos breves intertítulos que aclaran la evolución de los hechos. La elección de muchas colas en los videos de las noticias que muestran al presidente Bush —padre— preparándose para grabar sus comunicados. O a locutores y reporteros, en los instantes previos a entrar en el aire. Con una cobertura razonable del juicio, seguida por algunas ceremonias de predicadores que incitan a la protesta pacífica, aunque con el efecto contrario en sus feligreses. Hasta llegar a las tristes y contundentes agresiones a conductores blancos que son tratados de la misma forma que fue vapuleado King.
La película conecta todos los puntos de vista y rellena los huecos de la información oficial transmitida, en esa primavera lejana, por las televisiones internacionales. Si en España se cargaron tintas sobre los saqueos a comercios y la irracionalidad de los agitadores extremistas, el documental permite una visión más global de los motivos que llevaron a esa situación, sin dejar de criticar también esos actos vandálicos que perjudicaron la convivencia de los propios implicados.
Es imposible la objetividad plena en cualquier aproximación realista que se haga sobre este o cualquier otro hecho histórico, pero el resultado final de LA 92 resulta loable por la coherencia del tratamiento cronológico. Así como por la variedad de puntos de vista que se integran, sin el cómodo recurso de testimonios personales, entrevistas actuales o un narrador que los unifique. La fuerza se halla en las propias imágenes, en la fecha sobreimpresa en esos videos domésticos que dan fe de ser testigos del momento. Los directores confían en la capacidad de atención del espectador. Además de la justicia al subrayar el desinterés de personas como el mismo presidente norteamericano, más pendiente de su descalabro popular en las encuestas preelectorales. La calidad de las imágenes resulta indiscutible, sobre todo teniendo en cuenta que son de aficionados y reporteros, contrastándolas con el descuido formal, inmovilidad del plano y esa verticalidad que usan los videoaficionados contemporáneos con sus planas grabaciones conseguidas por dispositivos móviles. Aciertos que redundan en la genialidad de recorrer una estructura capicúa que puede servir para estar atentos a no repetir desgracias.