Seis hombres, un barco y cien días a la deriva en el inmenso océano Pacífico. Desde luego, la historia tiene los ingredientes para ser una película, y probablemente una buena. Pero el caso es que se trata de un suceso real. La última gran exploración del ser humano hasta la fecha. Una auténtica locura, según muchos.
Entremos un poco en el contexto. El antropólogo Thor Heyerdahl, al visitar la Polinesia, detectó grandes paralelismos entre los habitantes de las islas y los antiguos incas precolombinos. En especial, debido al deidad solar (Kon-Tiki, para los polinesios) que era muy semejante. Por tanto, Heyerdahl teorizó sobre el contacto entre ambos pueblos y las influencias entre unos y otros. ¿Pero como podía ser posible, si mediaban cerca de 8000 kilómetros de agua entre ambos mundos?
Marinero y con algo que demostrar, Heyerdahl no se desanimó. Todo lo contrario. Para demostrar que un era posible que ambos pueblos salvasen el trayecto marítimo que se interponía entre ellos, fabricó una balsa al estilo de las antiguas embarcaciones polinesias. Y reclutó a otros cinco hombres como tripulación, entre los que se incluían un marino, un oceanógrafo, un ingeniero y un especialista en telecomunicaciones.
De este modo, comenzaron su viaje en 1947. A Heyerdahl se le ocurrió probar a documentar su viaje con esa cosa del cine, que por aquel tiempo todavía no había alcanzado en Europa las dimensiones que tendría luego. Así que, sin prácticamente ningún conocimiento sobre la cámara y su funcionamiento, comenzó a grabar la epopeya que vivieron estos hombres.
Por supuesto, estamos ante un film que podríamos calificar casi de «Naif» Nos encontramos ante unas imágenes espectaculares, unas imágenes que pueden definir perfectamente el propio viaje: Ilusión y aventura pese a los limitados medios de los que disponen.
Lo cierto es que la estructura de esta película podría mejorar, ya que no nos ofrece, por ejemplo, muchas de las cosas que luego estarán en el libro sobre esta misma travesía, que se escribirá luego con mucha más profundidad y perspectiva. No ofrece exactamente un cuaderno de bitácora en el que lo primero es ir mostrando lo que se ve día a día. El director (Y cámara) nos vende su demostración de la teoría. Por tanto, el documental está más enfocado a apoyar y probar el componente científico del viaje – Como si fuese un medio más para demostrar que no hay trampa ni cartón – que una película propiamente dicha.
Sin embargo, la riqueza del océano es tan asombrosa (como se puede apreciar en cada fotograma del film) los descubrimientos que hacen los marineros a lo largo del camino, la controvertida relación entre unos y otros a medida que pasan los días y parece que nunca llegarán al destino son piezas que, involuntariamente, dan a este largometraje un toque mágico.
Lo cierto es que la cinta puede hacerse un poco lenta por momentos. Documentar un día a día no siempre ofrece aventuras a cada minuto. Y, desde luego, es un tipo de cine muy distinto al que podamos ver ahora, pues en la época en la que se hizo los paradigmas aun estaban en proceso de creación. Sin embargo, probablemente resulte muy interesante de ver. Su remake probablemente aproveche la épica aparejada de esta historia y un presupuesto bastante abultado para ofrecernos una recreación llena de acción y coraje. Pero cualquier cosa que intente estará sacada de este film, de este viaje, de esta aventura. Un original siempre tendrá mucha más esencia que su réplica. Aunque no sea perfecto o parezca desfasado. Y, en concreto, Kon – Tiki aporta un gran estudio del hombre, los límites y la naturaleza. No en vano ganó el Óscar al mejor documental en 1951. Palabras mayores.