Dirigida por Guy Lefranc, Knock es la tercera adaptación al cine de la obra de teatro escrita por Jules Romains en 1923, El Doctor Knock o el triunfo de la medicina, en la que se narra la historia de un médico que pregona una filosofía de trabajo particularmente llamativa: no existen las personas completamente sanas. Su llegada a un pueblo en el que todos sus habitantes gozan de un estado de salud aparentemente envidiable producirá una gran conmoción al ser capaz de aplicar sus preceptos con éxito y convertir a sus despreocupados habitantes en hipocondríacos obsesionados con su salud.
La dirección de la película es discreta y servicial, cargándose prácticamente todo el peso de la misma en sus intérpretes, de los cuales es el veterano Louis Jouvet, en uno de sus últimos papeles, quien más destaca como el carismático y calculador Knock. Su permanente seriedad, su verborrea interminable y su capacidad de improvisar un diagnóstico ante cualquier circunstancia lo convierten en una figura de autoridad que resiste con suficiencia cualquier desafío que se le presente, y que con su solo discurso plagado de términos complejos es capaz de hacer que un pueblo entero acepte sus preceptos sin rechistar. El impacto que genera este charlatán seductor es notable especialmente en la forma en la que socava la moral de sus vecinos y los convierte en seres completamente manipulables para su propio beneficio.
A pesar de lo mencionado, hay algo en este curioso personaje que resiste esta lectura fácil. La convicción de Jouvet interpretando al personaje siembra la duda sobre sus intenciones. ¿Nos encontramos realmente ante un estafador? No observamos en él un solo momento de debilidad, y sí delirios grandilocuentes que repite a lo largo de la narración, así como una seguridad al formular sus propias mentiras que genera siempre una duda. Knock bien podría ser un mero charlatán vendehumos, pero la posibilidad de que nos encontremos ante un loco plenamente autoconvencido, que cree en lo que pregona y ha logrado encontrar la forma de hacer que quienes lo rodean sean plenos partícipes de su visión extrema del oficio médico, no es en absoluto menor.
Sea como fuere, con un Knock caracterizado como maestro del engaño y la labia o, por el contrario, como un loco con los medios para instaurar en los demás una fe ciega en sus propios delirios, la película se eleva como una visión satírica y burlesca de la autoridad y de la sumisión sin concesiones a la misma, examinando en este caso concreto la confianza depositada en un médico y su supuesta buena praxis en la que la falta de conocimiento y argumentos para contradecir la firmeza de su posición lo convierten en una figura intocable y, a efectos prácticos, omnipotente. No es casual esa secuencia en la que nuestro protagonista habla de sí mismo casi en los mismos términos que un dios, y la duda que ofrece éste a lo largo de toda la narración acerca de sus intenciones reales le da un trasfondo especialmente perturbador. La cinta, cómica pero con un regusto amargo, deja una sensación de derrota y claudicación más que palpable, y por momentos devastadora.
Con todo lo mencionado anteriormente, no hay duda de que Knock posee un gran valor discursivo, pero lamentablemente sus valores cinematográficos no están a la altura. Su puesta en escena es discreta y no destaca en nada, lo cual no es en principio algo que se eche de menos en esta obra. Pero lo que sí mella su eficacia es una estructura gracias a la cual parece en todo momento que estemos viendo una pieza teatral, con actos muy medidos y aislados como unidades narrativas, en vez de un continuo en el que los acontecimientos fluyen con naturalidad. Sus excesos a la hora de describir a su personaje principal también pasan factura, llevando incluso a la reiteración que, sumada al rápido ritmo de los diálogos, expone al espectador a una cantidad de verborrea incesante que llega a ser hasta cruel. En particular, esa decisión narrativa de mostrar hasta tres consultas seguidas en su gabinete resulta agotadora y repetitiva y se echa de menos una mayor concisión para enseñar algo que había quedado claro desde el principio.
Por la sencillez de su realización, y por la reiteración y excesiva compartimentación mencionadas en su estructura, da la sensación de que Knock apunta más bajo de lo que su más que interesante guión promete. En todo caso, ofrece una muy entretenida fábula con un espacio muy amplio para la reflexión durante y después de la misma, aunque probablemente, al margen de la magnífica interpretación de Louis Jouvet, no logra ofrecer un añadido significativo al texto original más allá del inherente al formato.