King Kong contra Godzilla es una excusa, un producto, como tantos en los 50 y principios de los 60, que utilizaban la ciencia-ficción, para hablar de las inquietudes y sueños de la época. En este caso, sin embargo, Ishirô Honda, aún introduciendo estos comentarios, parece estar más interesado en el aspecto lúdico del asunto, en poner en primer plano el componente ‹exploit› de la lucha entre dos mitos de lo monstruoso. Un enfrentamiento que, al fin y al cabo, pone de manifiesto un choque ‹sui generis› entre mitos culturales de diferente extracción que curiosamente obvia sus orígenes canónicos e inventa una nueva mitología ancestral.
Un descubrimiento que sirve para poner de relieve tanto el miedo a la destrucción de la humanidad por un lado como la voluntad creciente de mercantilizar dichos descubrimientos más allá del peligro que suponen. Así, contemplamos denuncias sobre el poder de las corporaciones o el colonialismo sobre lo que se considera como culturas inferiores. Todo ello, no obstante, de forma más bien leve e incluso naíf, explotando su vertiente más humorística por la vía de lo grotesco. Un recurso este, que ni que sea de forma involuntaria, funciona mejor que un análisis más sesudo al mostrar sin tapujos la absurdidad de tales propósitos.
Podemos decir, sin lugar a duda, que aquello tan criticado en las películas de monstruos, la ausencia de empaque en el factor humano, aquí se desvanece al mostrar el miedo a lo nuclear, el lamentable crecimiento de la codicia, el poder de los medios, pero también la esperanza en organismos como Naciones Unidas o el trabajo científico de investigación.
Pero no nos engañemos, aunque bien insertado en el conjunto general, King Kong contra Godzilla sabe que tipo de producto es y qué es lo que quería (quiere) ver su público potencial, es decir, una batalla entre titanes, destrucción masiva y dilucidar cuál de ellos es el más poderoso. Se podría decir que, evidentemente, los efectos especiales de la época juegan en contra de su espectacularidad, pero, nada más lejos de ello, nos encontramos ante un despliegue desvergonzado de maquetas y muñecos de látex que, a pesar de su obviedad (y a veces cutrez), consiguen el efecto deseado precisamente por su descaro y también por su capacidad de crear situaciones tan elaboradas como espectaculares dentro de sus limitaciones.
Para ello no se duda en dotar de personalidad a los contendientes, desdeñando un retrato de simples bestias destructoras y ofreciendo una estudiada estampa de cada uno de ellos, con sus limitaciones, puntos débiles, motivaciones e intenciones. El marco perfecto para desarrollar teorías científicas de cariz naturalista tan disparatadas como bienintencionadas, pero que funcionan con precisión para dotar de contexto a la lucha.
Así pues, podemos decir que King Kong contra Godzilla es una pequeña maravilla, un producto que no esconde su modestia, pero sabe jugar sus cartas temáticas con acierto, revelándose como honesto a carta cabal, que sabe lo que quiere, cómo ofrecerlo y que triunfa en su propósito. Una delicia para los fans de la serie B en general y de obligado visionado para los acérrimos de los filmes de Godzilla.