La década de 1930 fue parte de los años dorados del cine de Hollywood. Fue el instante en donde deslumbraron algunos géneros como el musical, el melodrama y la comedia. En ese ambiente, hubo espacio también para una corriente cinematográfica policial inclinada a resaltar la figura de los agentes del FBI en su lucha contra la delincuencia o el gansterismo.
Dentro de esta tendencia, se crearon algunos novedosos filmes que sentarían la base argumental, pero no la estética necesariamente, del gran cine negro americano de los años 1940s. Sin embargo, existió otro grupo de películas policiacas que se prestan para la ambigüedad en su categorización, porque están envueltas más en cuestiones románticas que en la propia acción de imponer el orden o implantar justicia. Uno de esos casos es Jaque al rey, producida en 1935.
Se trata de una cinta menor dentro del subgénero pero que tiene elementos que la hacen trascedente, como el duelo interpretativo de dos grandes estrellas de toda la historia del cine: Mirna Loy y Spencer Tracy. Además, fue dirigida por Sam Wood, quien se hizo famoso con filmes de los hermanos Marx.
Jaque al rey relata la aventura del policía Ross que finge ser un estafador para poder enrolarse con una de las integrantes de una banda de delincuentes, llamada Vivian Palmer, y así descubrir a los autores del robo de unas perlas de gran valor. Ella notó, desde un inicio, que se traba de un detective infiltrado pero disimulará no saberlo porque se enamoró de él.
La película no hace más que destacar la personalidad y la labor de un agente del orden, que pasa a ser una especie de referente de la policía americana de ese entonces, institución que, por cierto, tuvo en el cine estadounidense de la década de 1930 a un aliado estratégico para posicionar una imagen de baluarte del honor y de defensa de los valores más emblemáticos del ser humano. Para nada en el filme se aborda algún cuestionamiento a este estereotipo.
Spencer Tracy asume, con todo su talento, la no muy complicada personificación de ese policía íntegro que, con su inteligencia y sacrificio, soluciona cualquier caso complejo. No importa si para ello asuma el alto riesgo de relacionarse en una banda de delincuentes, haciéndose pasar por uno de ellos. El actor de Conspiración de silencio utilizó en esta cinta un carácter duro y sarcasmo frío para representar a un infiltrado.
El guión del filme no fue lo suficientemente sólido para estructurar una historia dinámica, pero esa carencia es suplida por el temple interpretativo de Tracy, quien además tuvo en Mirna Loy a una estupenda aliada para sostener el interés de la película.
La gran Mirna, que ya se hizo famosa desde el cine silente, representa un papel de una mujer hastiada de su vida delictiva. No asume el rol de mujer fatal, sino más bien de un personaje que sólo vive el momento por su pesimismo en el futuro. Su determinismo existencial lo reflejará en sus semblantes. Su relevante actuación hace que el filme se vuelque, de sus objetivos iniciales de acción policial, a momentos de tragicomedia que encuentran su cima en varias de los momentos finales de la película.
Hablando de escenas, hay una que supera al resto por su construcción dramática y oportunos diálogos. Sucede cuando, en medio de la lluvia y de la noche, la pareja protagónica llega con su coche a buscar refugio en la casa de una granja. Allí, una mujer está a punto de dar a luz y su esposo no puede ir a buscar al médico porque su auto está averiado. Surgirán luchas internas en los visitantes por si optan por ayudar a quien los acogió o evitan complicaciones a sus planes iniciales. El poder de la conciencia podrá más y aquel infiltrado que se hace llamar Danny, al recibir como agradecimiento la propuesta de que el recién nacido lleve su nombre, dirá —en presencia de Vivian— que mejor le ponga Ross, porque es “su segundo nombre y el que más le gusta”. Su mirada delatará que el tal Danny no merece ese honor.
Es importante recordar que la productora de Jaque al rey fue la Metro-Goldwyn-Mayer, que no esquivó su conocido objetivo de otorgar, por sobre todas las cosas, la omnipresencia de sus estrellas sobre cualquier otro componente cinematográfico. Esta vez lo hizo con una estrella consolidada, Mirna Loy, y otra que empezaba a serlo, Spencer Tracy.
La pasión está también en el cine.