Iván Vasilievich cambia de profesión es una comedia de ciencia ficción que obtuvo un enorme respaldo del público soviético durante el año de su estreno. Dirigida por Leonid Gaidái como adaptación de una obra de teatro de Mijaíl Bulgákov, esta simpática película es una vuelta de tuerca en tono humorístico a la manida premisa de los viajes en el tiempo, en la que varios personajes viajan al siglo XVI y, por el contrario, el zar Iván el Terrible termina atrapado en el presente.
Con una puesta en escena más bien floja y por momentos ridícula, a veces casi se diría que pretendidamente cutre, ésta no es una cinta que destaque por la calidad de sus composiciones, si bien su simpatía y agilidad lo compensan y permiten verla como una aventura agradable sin más pretensión que la de proporcionar un entretenimiento fácil de digerir y olvidar. La película funciona por tanto en un esquema sencillo como una farsa histórica más o menos conseguida, apoyada en un estilo humorístico muy visual y basado en gran parte en el slapstick, con un uso bastante frecuente de la clásica cámara rápida y abundancia de escenarios caóticos en los que el absurdo se acumula sin dejar tregua al espectador.
De esta forma, la cinta sacrifica su credibilidad en favor de un espectáculo de absurdo y excentricidad, lleno de persecuciones, anacronismos, cambios bruscos de escenario y momentos musicales repentinos. Las interpretaciones, en sintonía con esto, son más bien exageradas y teatrales, logrando funcionar bien dentro de su contexto, pero difícilmente pudiendo ser tomadas en serio fuera de éste. En cualquier caso, es muy meritoria la solidez global de los elementos que conforman la obra, y todo lo que podría criticarse de ellos está, en realidad, perfectamente integrado dentro de la farsa.
Lamentablemente, y al margen de no llegar muy lejos en sus intenciones, la película tampoco se luce en el resultado cuando se trata de hacer reír, el cual al final es su mayor propósito. Sin volverse en ningún momento aburrido, el filme termina siendo una experiencia irregular que es con más frecuencia cargante que exitosa, plagada de gags mediocres cuando no malos, y en suma, conformando un producto que en ningún momento da la sensación de estar a la altura del éxito desmesurado que obtuvo en su momento. Sin duda, su burla -siempre en un tono amable y sin cargar mucho las tintas- a aspectos de la idiosincrasia soviética reflejados en ese vecindario obsesionado con convertirse en un ejemplo de rectitud, así como su mirada satírica a la propia historia en la figura de Iván el Terrible, justifican de sobra esta buena recepción, pero más allá de esto no encuentro ningún hallazgo especialmente significativo; la concepción de los chistes es bastante convencional, dándome la sensación de que me puedo adelantar con facilidad al chiste, y la originalidad dentro de todo este absurdo, tanto en concepto como en ejecución, brilla por su ausencia. En cualquier caso, no se le puede negar el mérito de haber encontrado una fórmula exitosa para su público.
Dejando de lado sus aspectos negativos, lo cierto es que Iván Vasilievich cambia de profesión tiene aciertos bastante reseñables. Por lo ya mencionado, tanto actuaciones como puesta en escena, resultando bastante pobres y poco creíbles, encajan como un guante en el contexto de esta bufonada, e incluso sus personajes tienen cierto carisma y dentro de lo que cabe están bien trazados, con Yuriy Yakovlev en su doble interpretación como el zar y administrador del complejo de apartamentos destacando por encima de todos. Pero si hay algo en lo que vale la pena detenerse, es en el ritmo de la película, llevado con gran habilidad y sin decaer en ningún momento, y logrando por sí solo que una comedia muy mediocre resulte en un entretenimiento que nunca se hace cuesta arriba.
Al final, esta película de Gaidái no deja de ser una curiosidad tan apreciable como prescindible, un cine soviético del que no estamos acostumbrados a oír hablar, sin intenciones artísticas, hallazgos de montaje o una perspectiva claramente original. Y aunque sólo sea por eso, merece la pena el visionado como representación de un contexto social y cultural. El éxito de su comedia depende de los gustos personales de cada uno, pero para un espectador que se enfrente ahora a ella, ajeno a dicho contexto, veo difícil que la cinta le transmita algo más allá de una leve indiferencia, o como mucho, una diversión muy pasajera.