El dinero no da la felicidad pero sí un respiro. Algo así debió pensar Marcus Sakey al escribir su novela Good People, que llega esta semana a nuestras carteleras con el título de Una decisión peligrosa bajo la batuta del danés Henrik Ruben Genz (autor de Terribly Happy), y como los europeos en tierra extranjera rara vez rindieron a la altura esperada, preferimos dirigir nuestras miras a la obra de un norteamericano jugando en casa.
No sabemos si Ida Lupino y Collier Young (encargado de adaptar Peter Ibbetson para el Sueño de amor eterno de Henry Hathaway y habitual coguionista de los largos dirigidos por Lupino) también tenían en mente esa máxima, pero desde luego sí la seguridad de que todo podía salir mejor (no para los intereses de sus protagonistas, sino para los propios), en especial contando tras las cámaras con uno de los maestros de la serie B durante la Edad de oro de Hollywood, Don Siegel.
Infierno 36 toma la investigación clásica como punto de partida para llevarnos a las consecuencias de un acto que para el autor de Harry el sucio no se torna ni mucho menos moral. Algo que quizá no se pudiera deducir de los actos de unos personajes, los inspectores Cal y Jack, que en todo momento muestran poca ambigüedad y los flecos suficientes como para conocer las aristas de dos individuos que se advierten como las dos caras de una misma moneda.
De este modo, Siegel fomenta una dualidad a través de dos inspectores policiales que poco a poco se va apoderando de la situación presentada. No es así la desaparición de un tercio del dinero que conducía la investigación el punto donde esa dualidad termina siendo comprendida, lo son todos aquellos signos que terminan llevando a Cal y Jack a un viaje que sólo parece poder conducir a la fatalidad. Desde ese personaje femenino que aparece casi sin quererlo para entrar en la vida de un policía bronco y solitario, hasta una inevitable confrontación producida por un acto beligerante pero comprensible desde la perspectiva de un personaje sin nada que perder y con mucho que ganar.
La narrativa clásica se apodera de un relato donde el cineasta elude lo que podría resultar una contienda donde ética y moral iniciasen un interesante duelo psicológico para sumergirse en las aguas de lo que precisamente pretende ser Infierno 36, esa serie B a través de la cual Siegel enarbola precisamente un artefacto en el que no hay lugar para moralinas baratas: lo cruenta que termina resultando la crónica narrada despeja cualquier atisbo de duda acerca de las verdaderas intenciones del film.
Sin una gran atmósfera, atavíos que sobresalgan e incluso una ambientación que defina el tipo de trabajo ante el que nos encontramos —más bien lo hacen sus personajes centrales, y el prístino carácter del que les dota Siegel—, Infierno 36 se erige como una de esas piezas capaces de sostener al espectador sobre su butaca con una historia en la que no faltan ni la condición ni la intensidad capaces de emanar esos productos de serie B tan entrañables, y tan capaces de beber del noir sin nutrirste directamente de él, como de llevar el policial a otro escalón. Un policial donde cada acto tiene sus consecuencias y exponerlas no supone un handicap para un cineasta que no muestra titubeos y para el que un seco tiroteo en un callejón no suponía sino otra muesca tras un género que no sería lo mismo sin aportaciones tan apreciables como esta Infierno 36.
Larga vida a la nueva carne.