La alternativa I La organización criminal (John Flynn)

Cuando unos asesinos a sueldo acaban con la vida de su compinche Eddie, el ladrón de bancos y ex-convicto Earl Macklin se embarca en un peligroso viaje, buscando la venganza por lo sucedido a su amigo pero, también, enfrentando la amenaza de una organización mafiosa que le quiere muerto por haberse atrevido a asaltar en un banco de su propiedad. En el camino, acompañado de su novia Bett y su socio y amigo Cody, irá de motel en motel y de emboscada en emboscada hasta llegar a su destino final: el jefe de la organización, Mailer.

La organización criminal es la tercera película del director estadounidense John Flynn, y la primera en mostrar su temática recurrente de la búsqueda larga y tortuosa de la venganza. Mediante una narración estilizada hacia lo procedimental, en la que al director no le tiembla el pulso al hacer uso de los silencios para generar tensión y acompañar las acciones de sus personajes, la cinta muestra un mundo en el que tanto Macklin como la organización hablan el mismo idioma, se entienden a la perfección más allá de las palabras y practican el mismo tipo de violencia seca y naturalizada. Ambos pertenecen a ese mismo entorno de rudeza casi espontánea, de visión puramente utilitaria de la muerte y la violencia, y que se ejemplifica en un apartado visual directo y sin florituras, que evita dar una dimensión estética o emocional a lo que muestra.

Bett es un personaje interesante, en cuanto a que representa una visión más idealista y por tanto más afectada por la escalada de peligros y la espiral de violencia en la que se ve envuelta, pero no es el propósito de Flynn darle demasiado pábulo a su punto de vista. En ese sentido, la película se siente, más bien, cómoda despojándose de los cuestionamientos morales a las acciones de sus personajes y entendiendo el viaje de Macklin como algo que debe hacerse, una suerte de respuesta natural a una provocación también natural. No significa esto que no haya resquicios sentimentales en la obra, pero van más por la vía de los pequeños respiros íntimos y el compañerismo casi platónico de Cody y Macklin por formar parte del mismo mundo que como un discurso que confronte de alguna manera lo que estos están dispuestos a hacer.

El resultado de ello genera sin duda sus reparos, en particular en el desdén activo que la película parece tener hacia su personaje femenino principal, la naturalización de la violencia y el desprecio ejercidos contra ella y, en general, la pérdida plena de su proactividad; pero, por otro lado, es una decisión narrativa consciente y consistente que indica, sobre todo, un distanciamiento de las raíces moralizadoras de las exploraciones del crimen y la violencia en el ‹noir›, pero también de la explotación, de lo chocante. La organización criminal plantea la crueldad inherente a los personajes y sus actos como algo meramente funcional al estilo de vida que llevan, y como tal no entretiene los discursos que le pudieran dar una dimensión moral o emocional; al mismo tiempo, no se recrea en ella: no hay primeros planos de cabezas voladas, sangre o vísceras, y todo es rápido, eficiente y mecánico.

Por tanto, más allá de las sensibilidades alejadas ya de los impulsos moralistas del clasicismo y que tienen que ver con el cambio de paradigma en el cine del Nuevo Hollywood, La organización criminal refleja también un estilo que se caracteriza, particularmente, por su pretensión de no llamar la atención sobre sí mismo, que va al grano en lo que quiere contar y que, en el camino, decide despojarse de todo lo que no sea esencial a los elementos más descarnados y chocantes de su trama. Los actos violentos son, al fin y al cabo, el pan de cada día de estos personajes, y sus motivaciones están marcadas por esa normalización de los mismos como procedimiento; y pese a que la cinta no es del todo indiferente a sus efectos, sí abraza la sobriedad y la visión de estos desde un ciclo funcional de causa y consecuencia, evitando énfasis innecesarios, aunque esto lleve en ocasiones a desarrollar un tufillo misógino, al mirar con un desdén nada disimulado la perspectiva de mayor gravedad emocional sobre la brutalidad de dichos actos que presenta Bett, lo cual resulta incómodo en ocasiones. Si se pasa por alto esto, sin embargo, el resultado es, en concordancia con el espíritu de la cinta, un thriller muy bien realizado, que prescinde de generar emociones y afectos duraderos hacia sus personajes y que hace de la discreción, la coherencia en todo momento con su perspectiva y la eficiencia narrativa sus estandartes.

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