El cine de superhéroes parece que se ha convertido en la única alternativa a ofrecer al público por parte de los grandes estudios de Hollywood, los cuales ante el escaso riesgo que desean acometer han decidido colapsar las salas de cine en los últimos años con toda una serie de personajes que han venido a sustituir a los añejos vaqueros de los años cincuenta así como a los héroes de acción que emergieron en los ochenta y noventa. Pero en mi opinión a estos héroes disfrazados con capa y látex les falta algo. Son demasiado perfectos. Carecen del encanto que alberga la imperfección y la derrota. Sabemos que siempre salvarán al mundo de esos villanos que atentan contra la estabilidad del mismo. Aparecen por tanto como los adalides del ‹statu quo› transformando la manoseada palabra justicia en una especie de injusticia perpetua. Si bien determinados autores han tratado de inyectar ciertas dosis de fragilidad y tormento en la psicología de estos personajes, el exceso de oferta en este sentido ha derivado en terrenos ciertamente artificiosos, primando siempre la taquilla sobre la intimidad supuestamente pretendida.
Ante este panorama en Cine maldito me han encargado reseñar una obra que parodia todo este engranaje ligado al universo de los héroes surgidos del imaginario del cómic estadounidense. Se trata de la cinta polaca producida en 1971 para la televisión Hydrozagadka (traducido al español como Hidroacertijo) dirigida por Andrzej Kondratiuk. Una película ciertamente compleja y sorprendente y no apta para todos los estómagos. Nos encontramos con una pieza extravagante tildada como de culto en su país de origen. Dotada de un humor absolutamente autóctono difícilmente asimilable para un espectador no morador de la Polonia de aquellos años e igualmente de esos países del este y centro de Europa que conformaron el Pacto de Varsovia.
Todo esto conforma un debe que resulta complicado de superar. Sin embargo hay que analizar el sujeto desde una perspectiva distinta a la estrictamente cinematográfica. Pues realizar una sátira o parodia siempre es un salto al vacío muy fácil de calumniar. Cierto. Aquí nos vamos a encontrar con chistes machistas, humor absurdo próximo al delirio, escenas kafkianas, efectos especiales de tienda de ultramarinos (grande ese uniforme del héroe protagonista, un pijama de Superman de todo a un euro que convierte al del Gran héroe americano en un vestuario digno de oscar) o un guión que supone todo un revuelto de gambas condimentado con algunas dosis de caspa y chistes fáciles pero también con unas gotas de intelectualidad como el hecho de incluir ciertos pasajes de obras de Shakespeare o Goethe en conversaciones que terminarán en un callejón sin salida. También villanos disparatados que dan más miedo por su aspecto grotesco y pervertido que por sus intenciones de destruir al mundo. Porque Hydrozagadka no deja de ser una pieza surrealista que logra caricaturizar no solo a los personajes de los tebeos sino también la sociedad de la época, siendo ese su principal punto fuerte y foco de interés.
Esta es una comedia adscrita a una fecha concreta. Los años setenta en una Polonia que estaba viviendo el peor momento de paranoia y control por parte de la dictadura comunista. No hay mejor forma de transgredir los márgenes de lo establecido que moldeando un producto que escapa de toda lógica. Un regalo difícil de desenvolver por parte de vigilantes censores y pacíficos espectadores. Y no. El envoltorio exterior del film no es cutre ni ambiciona explotar la fealdad (como por ejemplo pasaba en las obras de Manuel Esteba). Su revestimiento es preciosista y estéticamente muy atractivo. Es el interior el que detona el esperpento generando confusión y miradas de extrañeza conforme la trama se desarrolla cada vez más enrevesada y patética.
Ya desde el arranque Andrzej Kondratiuk deja claras sus intenciones. En lugar de con los clásicos títulos de crédito, la cinta se abre con una singular cómica que recitará, desfigurando su voz, al elenco de técnicos y actores que forman parte del equipo de producción del film. Acto seguido la cámara se situará en un edificio donde unos científicos están pasando el día, entre ellos una despampanante mujer que inquieta las hormonas masculinas con su exuberante presencia. Los científicos están inmersos en la resolución de un misterio: la repentina desaparición del agua de los edificios de la ciudad en medio de una inaguantable ola de calor veraniega. De modo que el jefe de la cuadrilla descubre que detrás de todo esto se halla un antiguo compañero contaminado por su deseo de conquistar el mundo que se ha aliado con un jeque árabe para construir una especie de artilugio que calienta el agua haciéndola desaparecer de lagos y estanques. Sólo existe en el mundo un hombre capaz de resolver este peligro: el gran AS, un héroe al que no le impresionan los mosquitos, las ventosidades, las mujeres en pelota picada, los aviones, los peces radioactivos, los enanos de circo con intenciones destructoras o los despistados trabajadores estajanovistas. Solo un arma es capaz de frenar sus superpoderes: el alcohol, una kryptonita abundante y muy consumida por el ser humano que acabaría con la fuerza bruta de un Maciste con michelines y canas. Y a pesar de la escasa inteligencia de sus rivales, AS encontrará toda una serie de obstáculos en su camino (desde puertas de cartón piedra imposibles de destruir por sus acometidas de macho-man pasando por edificios sin escaleras para incendios que deberán ser salvados a través de unas escaladas más peligrosas para la salud de nuestro héroe que consumir una lata de conserva caducada desde el año 1998) que complicarán su misión de destruir la máquina ideada por el viejo camarada de su jefe en colaboración con ese millonario árabe más salido que un personaje interpretado por Fernando Esteso en sus años de esplendor.
Poco más que añadir a una trama que no se sostiene por ningún lado que avanza a través de gags hilarantes, cuando no delirantes, chascarrillos varios (incluidos chistes de gangosos al más puro estilo de Paco Arévalo como los escupidos por ese traductor de árabe que recitará en un idioma impronunciable las palabras en polaco dichas por su interlocutor para uso y disfrute de una audiencia femenina que desnudará su torso masculino al desprenderse de sus burkas) y secuencias desvergonzadas que emplean sin ningún tipo de rubor un humor chabacano, combinado a veces con vestigios intelectuales, que abusa de la torpeza de unos personajes desfasados y bufonescos a los que no se les puede tomar en ningún momento en serio.
Y este es, como he comentado anteriormente, el punto clave que ostenta el film. Una red rota e inservible que en realidad esconde un mensaje codificado e ilegible. Una farsa del comunismo protagonizada por un héroe ridículo. Que prohíbe beber alcohol. Que controla que los trabajadores desempeñen su cometido conforme a las normas. Que recita a Shakespeare como un falso adorador de la literatura. Que lucha contra unos villanos a los que les gusta el dinero, las mujeres y el vino. Señalado como un líder de la decencia y de la buena camaradería. Pero igualmente chusco, chapucero, desordenado, autoritario, deforme e imprevisible, apareciendo y desapareciendo cuando los problemas imperan. Siempre oculto en la sombra (pues aunque la película sea una parodia del cine de superhéroes, éste será más una figura accesoria siendo los villanos y el amplio grupo de personajes secundarios así como las situaciones rocambolescas en las que éstos se hallan atrapados quienes liderarán el relato). Todo un batiburrillo que parece también querer reírse de las falacias de la dictadura comunista. ¿Quién sabe? Una obra de este calibre siempre resulta difícil de descifrar. Y eso es lo verdaderamente interesante en este tipo de género.
Todo modo de amor al cine.