La alternativa | Hunt for the Wilderpeople (Taika Waititi)

«Desobedece, roba, escupe, huye, lanza piedras, patea cosas, provoca desperfectos, quema objetos, tira basura y pinta grafitis» y, además, claro, rehúye una posible acogida por parte de Bella, su tía, y Hec, el marido de esta. No parece, ante todo, una idea muy atrayente convivir en una pequeña casa a las afueras de Dios sabe dónde, en especial si eres un gamberrete huérfano de 13 años sin demasiado apego a nada en particular. Como si de un cuadro de Pollock en una exposición de arte renacentista se tratara —algo que Waititi afianza notablemente a través de la puesta en escena, con Ricky ya sentado en el salón de casa de su tía—. Pese a todo, algo llama la atención del joven adolescente, ya sea la aparición de Hec (interpretado por Sam Neill) con un jabalí a cuestas —que el cineasta refuerza con las primeras notas de la banda sonora—, u oír a su tía hablar sobre dónde creció y la particular mitología del lugar; aunque luego no sea muy amigo de despellejar animales muertos o caiga inconsciente tras ver a Bella degollar otro jabalí como quien pela una cebolla. Vaya, que aunque haya polos de atracción, no se encuentra el protagonista frente al contexto deseado.

Esa idea, el sempiterno encuentro entre civilización y naturaleza —que además acentúa la vestimenta de Ricky—, sirve a Taika Waititi para explotar su vis cómica una vez más en un film que funciona a ratos y que, al menos, no lo apuesta todo a una sola carta (que sería, dado el caso, el de la descontextualización). Y es que quizá, o al menos en su etapa neozelandesa, uno de los debes del cineasta sea el de saber condensar y acentuar dicha vis cómica, que nunca termina de fagocitar como debería sus films: no tanto porque su humor pueda gustar más o menos (a fin de cuentas esto no deja de ser subjetivo) como por cómo desarrolla cada concepto; véase, en el caso que nos ocupa, esa secuencia en la iglesia pergeñada, además, a lucimiento del propio Waititi que, no obstante, no termina de surtir el efecto deseado, siendo más una suerte de nota a pie de página que pasa sin pena ni gloria que un apunte que merezca la pena tener en cuenta. Pero, claro, también es de justicia constatar cuando sí funciona, como sería el caso de la puesta en escena de ese personaje femenino que encontrará Ricky en su camino, que apoyado en un sencillo recurso visual consigue su función. Más allá, sin embargo, de todo ello, el tándem formado por el veterano Sam Neill y Julian Dennison es, las veces, la mar de efectivo, y consigue transportar el peso de una obra modesta, con cierto aire de fábula, y sin grandes aspiraciones.

Y es, quizá, en ese aspecto, donde resida la valía de un film que va dejando apuntes de lo más interesantes, sin necesidad de incidir en ellos o realizar subrayados innecesarios, tales como la naturaleza tanto del protagonista como su tía —dos personajes, como el propio Hector, sin origen, sin procedencia concreta, que no obstante encuentran en el lazo formado un parapeto, un lugar en el que sentirse queridos— o el carácter de ese deliciosamente escrito antagonista al que da vida una fabulosa Rachel House, que desliza el talento mercantilista de ciertas herramientas presuntamente al servicio de la sociedad que no buscan sino su propio beneficio, con ese mantra («Cero abandonos») resonando con constancia en su cabeza.

Hunt for the Wilderpeople queda configurada así como una obra menor, a la sombra de otras como aquella Boy que rezumaba talento y frescura, pero no por ello deja de ser una pieza distintiva y sólida acerca del cine de su autor: sí, es posible que no llegue a destilar la ternura de su segundo largometraje ni a lograr esa conexión emocional, y que su propensión por la referencialidad quede un tanto más desperdigada, pero hallazgos como ese tronado hombre-arbusto —ese ‘Psycho-Sam’ perdido en los confines de la naturaleza— o su trazo para cincelar esa relación central bien hacen merecer la pena un trayecto que a buen seguro no decepcionará a los seguidores del neozelandés y otorgará un cautivador entretenimiento a aquellos aficionados al género que gusten dejarse llevar y disfrutar, ni que sea durante un rato, del mismo.

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