Que el pez grande se come al pez pequeño lo tenemos asumido. Lo podemos achacar a las leyes de la naturaleza o a todo entramado comercial que cualquier pequeña empresa quiere mantener muy muy lejos ante el miedo de morir ante de siquiera ponerse a luchar por su subsistencia. En Here is Harold, el pez grande es IKEA, y el dueño de una pequeña empresa de muebles sabe que, anunciada su muerte, lo mejor es morir matando.
Harold es ese hombre que se ha hecho a sí mismo, que se ha ganado el respeto de sus vecinos, ha mantenido la llama de su matrimonio viva, fue padre y creyó siempre en su estilo de negocio. Pero ver a un Harold enjuto y cabreado junto a ese gigante azul y amarillo cuyo éxito es totalmente ajeno a sus ideales de vida ya dice mucho de lo injusta que es a veces la proximidad, y lo fácil que es perder todo lo conseguido de un modo arbitrario y silencioso.
En la película que todo se esfume es fácil, rápido y seco, con ese estilo tan nórdico que el cine adquiere en zonas heladas como Noruega, con un humor sinuoso y con muy mala baba que acierta a sacarnos una risilla silbada y culpable. A Harold le pasa todo lo malo, pero esto es solo el principio. Y lo es porque Harold, protagonista absoluto, es también el nexo de unión con un mundo lleno de problemas a solventar que apenas conocía hasta salir de su zona de confort. Porque su burbuja estalla, y la gran solución es secuestrar al mismísimo Ingvar Kamprad, creador de la firma sueca.
Mientras Harold observa a un hijo caótico, una muchacha con demasiado peso sobre sus hombros y un Kamprad convertido en un catálogo de anécdotas sacadas de cualquier reportaje sensacionalista sobre su vida, la película experimenta ese vuelco necesario para quien tiene que comenzar de cero sin previo aviso, dejando que la improvisación de un gran plan de ataque nos enseñe, no sin ironía, que el pez pequeño es pequeño, el grande es grande, y que a todos así en general les da igual el prójimo porque bastante tienen con lo suyo. Todos somos Harold, pero es que no nos lo han puesto tan difícil así de repente como para subir al coche y secuestrar nuestro problema a ver qué pasa.
Pero volvamos a Kamprad. Dado que es un personaje que da para una película propia (que igual existe, ahora que los biopics sobre grandes fortunas parecen un medio expiatorio para subrayar lo buenas personas que somos los demás en general), gran parte de Here is Harold se basa en el extraño perfil de multimillonario que representaba este hombre. Ahí está su ropa de mercadillo, su breve interés por el nazismo de joven, algunas de sus ideas para ahorrar millones a la empresa… un opuesto a Harold que, además de venir perfecto para demostrar lo absurdo de su plan, sirve para caricaturizar al gran hombre sueco amante de las albóndigas y de las llaves Allen.
Ágil con su estilo de comedia negra, la furia de Harold se mantiene gracias al reflejo de todos los males de la sociedad enfrentados a esa forma única del cine nórdico (en cada zona hay que explotar las normas propias, que para algo las definen); mientras tanto, grandes banderas de IKEA ondean victoriosas de fondo, dejando ese último pellizco de regusto amargo y desesperanzador que hace que el pez pequeño se centre en otras cosas, para que el grande siga su curso y todos podamos convivir como buenamente nos dejen. Divertida, fría, con un punto de locura y unos cuantos estallidos, Here is Harold es la película de secuestros fallidos en modo ‹road movie› que todos necesitamos ver de vez en cuando.