Volver a la raíz de la problemática es siempre necesario. Antes de la moda de las ‹scape room› (que ahora mismo, visto el poco futuro inmediato de las actividades en grupo dentro de recintos cerrados, suena a distopía total) existieron las casas del terror. Pasillos infernales decorados con escabroso gusto donde el peligro y el miedo acecha en cada esquina, un lugar en el que se entra voluntariamente a sabiendas de querer salir cuanto antes, mejor. La dificultad añadida es que la irracionalidad del propio terror que ofrece la casa no suele dejar pensar a sus participantes, algo siempre necesario para encontrar una salida apta hacia la luz. Resumiendo: el hombre, siempre un experto en gastar dinero para joderse la vida.
Por casualidad o como plan infalible, muchas son las películas que se centran en un grupo de jóvenes que acaban en una de estas atracciones de feria… para morir. Porque ‹mad houses› con su consabido asesino en serie o su propio ‹mad doctor› o incluso ‹mad› abuelita encantadora hay muchas, pero tiene un toque especial eso de saber que las futuras víctimas y ‹final girls› han pagado para asistir a este macabro espectáculo.
Lo cierto es que estas experiencias se van actualizando, como es el caso de Haunt (titulada literalmente La casa del terror aquí en España), un nuevo festival que, atención, no quiere descubrir nada nuevo, y se beneficia sin complejos de todas las aventuras creadas por grandes directores con anterioridad. Cuando ya parece estar (casi) todo dicho, lo mejor es aspirar a reproducir lo malo conocido, que es la mejor forma de aniquilar nuestros cerebros con un poco de oscura diversión.
Haunt nace con una protagonista con problemas personales, donde se sabe de un novio maltratador y se intuye una infancia complicada. Poniendo el foco en ella, nos encontramos con un grupo variopinto de universitarios en la noche de Halloween, donde todo puede ocurrir, para, una vez situados en las comodidades actuales de nuestros dispositivos electrónicos, y sin mucha explicación detallada, llevarnos a la boca del lobo. Una con forma de nave abandonada donde se esconde una “casa encantada” edición noche de los muertos vivientes. Entre risas y beneplácitos, y deshaciéndose de las modernidades de comunicación (para complicar un poco lo de salvar sus vidas), los jóvenes se introducen en este túnel del infierno sin excesivos preludios.
Es el momento de los trucos de imagen, la duda razonable sobre lo que realmente ocurre, la sangre exorbitada y la necesidad de dividir al grupo para que el final de cada uno de ellos sea más efectivo. Los directores (guionistas de Un lugar tranquilo) se emplean con el sufrimiento y son muy directos con la muerte en escenas donde el espacio cerrado es el verdadero protagonista. La falta de una salida real es el ‹leitmotiv› de Haunt, donde avanzar en este juego se convierte en una prueba cada vez más peligrosa que resolver. Ayuda a ello que esta guarida encantada tenga presente siempre al enemigo, personajes enmascarados que los protagonistas no saben si son actores o el motivo de su desesperación, utilizando con habilidad el doble rasero de las máscaras, cuando en la película hay una fina línea divisoria entre lo que se oculta y lo que se muestra.
Haunt sabe manipular esa noche de Halloween donde todo puede ocurrir, deleitándose con la crueldad del asesino amoral, sin que sea menester buscar motivaciones concretas ni abusar de las manidas enajenaciones mentales. Además, ensambla los distintos escenarios dando la oportunidad de descubrir nuevos terrores en los mismos cada vez que pasan por allí los muchachos. Nada es lo que parece, todo es peor de lo que cabría esperar. Sin abusos sonoros —a excepción de los siempre necesarios gritos de las posibles víctimas— y con la necesidad de apurar hasta el último cartucho del detalle con que se ha construido este espectáculo mortal, el film se convierte en un pasatiempos malsano para aquellos que les guste ver padecer a otros los rompecabezas. Sin embargo, el abuso de los traumas ajenos para dar un sentido a la forma de actuar de la actriz principal y ese doble final que parece prolongar la broma macabra, rompe un poco la dinámica por querer ir un poco más allá cuando claramente era innecesario.
Encerrados con el terror voluntariamente, dispuestos a resolver el enigma a cambio de sus vidas, ¿quién no se apuntaría a semejante planazo? Es algo definitivo, el terror justificado y sin escapatoria nunca pasará de moda.