Frankie, empleada en una sucursal bancaria de Los Ángeles, es despedida después de sufrir un atraco. Las razones son injustas, porque los atracadores la amenazaron después de disparar a uno de los vigilantes de seguridad y ella, aterrada, no pudo seguir el protocolo de alarma. Gracias a sus tres amigas del barrio, Clea, Stony y Tisean, consigue un puesto como en una empresa de limpieza por las noches. Pero las cuatro están hartas de ganar un sueldo escaso y sufrir los abusos del jefe y otros hombres. Además del asesinato del hermano pequeño de Stony a manos de la policía. Esos motivos se suman a la propuesta de Frankie, conocedora de las sedes financieras, de perpetrar atracos en menos de dos minutos, para escapar y poder pagar las facturas.
Hasta el final, una interpretación correcta que sirve para no traducir la frase del título original, Set it Off, es una expresión sacada de los diálogos que significaría «pongámonos en marcha». También una de las canciones que forman parte de banda sonora, pródiga en temas musicales de ‹rhythm and blues›. De hecho, el mencionado tiene su estribillo de rap interpretado por Queen Latifah, una de las actrices.
Nos encontramos ante el segundo largometraje dirigido por F. Gary Gray, realizador de origen afroamericano, contemporáneo a otros como John Singleton, Antoine Fuqua o Tim Story. Como Gray, varios se formaron en la UCLA, la Universidad de Cine de Los Ángeles, un dato que se refleja en las aspiraciones de uno de los personajes secundarios del film, el hermano de Stony —Jada Pinkett Smith—. Lo curioso es que mientras el más comprometido de los cineastas mencionados en la denuncia racial ha sido el más veterano, Spike Lee, los demás se apoyan en esa coartada durante los comienzos del sus filmografías, para entrar sin disimulo por la puerta grande de la industria del espectáculo. Todos ellos facturan películas de acción, thrillers e incluso westerns, con mayor o menor pericia. Aunque este artículo no pertenezca al director de la semana, es la primera vez que se aborda a F. Gary Gray por esta web. Se trata de un director poco maldito, si atendemos a sus resultados en taquilla con películas como Fast & Furious 8, Straight Outta Compton, The Italian Job y Un ciudadano ejemplar. Incluso Hasta el final supuso una gran apuesta de nueve millones de dólares en la producción, que multiplicó la inversión por cuatro, con más de cuarenta millones de dólares recaudados, gracias a los ingresos conseguidos por las entradas vendidas en salas. Los elementos del éxito se deben al tipo de películas que funcionaban en la década de los noventa, un cine que recurría a la temática del Nuevo Hollywood de finales de los sesenta y años setenta, presentado con el envoltorio técnico impecable, previo al recurrente ‹Dogma 95›.
El guión parte de la situación social desfavorable en los barrios marginados de Los Ángeles, por el hecho de ser población de color, pero con el acierto de no edulcorar el carácter de sus personajes. Los hay dignos frente a otros despreciables entre los afroamericanos. Tampoco caricaturiza a la población blanca, presentando parejas mixtas raciales de policías entre los caracteres principales. Incluso aborda la condición lesbiana del personaje de Clea con la mayor naturalidad posible, sin efectismo ni emitir un juicio moral. Quizás pierda el equilibrio en las escenas dramáticas, unidas a las desgracias que se acumulan con el asesinato del hermano menor de Stony, acribillado sin piedad por muchos policías ante la sospecha de que va armado. O la trabajadora social, afroamericana en otro de esos aciertos del libreto, que separa al hijo de otra de Tisean, llamada TT por sus compañeras, la joven madre soltera que sufrirá la pérdida de la custodia del pequeño. Todo ello sin perder del horizonte la denuncia a la muerte de Rodney King que tantos films inspiró en esa década.
La cinta funciona como un melodrama al principio, después de la impactante secuencia inicial del atraco por el que se despide a Frankie, rodada con pulso firme, tensión creciente y violencia seca, sin aditamentos ornamentales que maquillen el aspecto crudo de los sucesos. En el desarrollo se orienta al western con cierta ironía, casi comedia. Las secuencias en los bancos se desarrollan con una planificación dinámica pero nítida en la ubicación de las delincuentes, víctimas y policías. Con ese espíritu del cine del oeste en su ritmo, ayudado por una coordinación afortunada entre el equipo principal y la segunda unidad. Tal vez el desequilibrio del metraje final se halla en la descompensación de las secuencias de acción, muy bien dirigidas y editadas, pero interrumpidas por varios interludios intimistas que suenan a tópicos, en las escenas trágicas. Funciona mejor la leyenda del grupo de mujeres que la psicología de los personajes, en ocasiones sobreactuadas.
Sin embargo el producto demuestra más interés del esperado, con un material propio de serie B y apariencia visual de gran estudio. Con la virtud de hacer creíbles los atracos, sin la sensación de ver superheroínas en grandes gestas, sino a mujeres auténticas, temerarias y humanas. En contraposición con el subgénero de robos actuales —al menos desde la serie de Ocean’s y similares— importa más la escena en directo, las situaciones en vivo, que la prolija preparación del atraco en sí. Pero si algo permanece después del visionado de Hasta el final es la sensación de asistir a un cine que alcanzó su cota de representación hasta el cambio de siglo veinte al nuevo milenio. Con una fotografía pulcra, luces altas en ambientes nocturnos, Transiciones propias de la publicidad o el videoclip en las escenas gratuitas eróticas. Un cine hiperbólico practicado por manieristas como Michael Mann en Heat. O de rango duro, característico de Kathryn Bigelow con Acero azul o Le llaman Bodhi. Dirigido a un público específico generacional, por grupo, etnia y sexo, como en el caso de Esperando un respiro de Forest Whitaker. Un tipo de producciones que tenían un metraje dilatado, multitud de subtramas tan conclusivas como ajenas al esqueleto narrativo principal. Unas películas anteriores a la eclosión de las series de televisión que disfrutamos o padecemos desde mediados de la década del 2000. Si Hasta el final se hubiese rodado en este momento, sería el episodio piloto de un serial interminable, probablemente. Una razón más para disfrutarla tal como se estrenó, con su valor y sus imperfecciones.