Después de la fría recepción de la más que interesante Halloween III: El día de la bruja, más popular por su premeditada pretensión de alejarse del universo de Michael Myers que por su más que acertado y personal conglomerado genérico, era inevitable que en el intento de supervivencia de la franquicia en aquellos tiempos de decadencia del slasher se volviese a traer al ya inolvidable villano. Dirigida por Dwight H. Little, posteriormente encasillado en la acción de consumo rápido y ahora refugiado en la televisión, el cineasta propone en esta Halloween 4: El regreso de Michael Myers una línea continuista que rehúsa en caer en el intento de imitación de los valores escénicos y narrativos de la obra de John Carpenter, para crear una pieza que se ensamble con soltura en unas naturalidades de la corriente perfectamente establecidas entonces. Su historia, con cierto parecido en el trasfondo generacional que la reciente secuela dirigida por David Gordon Green plantea, se centra en la vuelta de Myers para destruir el legado de Laurie Strode, su hija Jaime Lloyd. Una línea argumental continuada en las dos siguientes entregas de la franquicia, pero desechada en una Halloween H20 ya fecundada en el dudoso renacimiento del slasher de finales de los 90.
La película se presenta con una escena de créditos muy interesante: dejando claro el envoltorio escénico de la saga, la festividad de Halloween, el ‹opening› se recrea en una sórdida y vetusta estampa que rememora el trasfondo sucio y decadente de la fiesta, más allá de la idealización que se tiene de ella en base a niños disfrazados pidiendo caramelos; aunque hubiese sido interesante delimitar aún más este preámbulo (algunos planos lluviosos de Haddonfield aumentan esta ambientación fría y de regusto fatalista), la obra trata de edificar un microuniverso en base al nuevo personaje de Jaime Lloyd, abordando un trauma personal de origen onírico (llevado hasta el extremo, con dudosos resultados, en la siguiente entrega de la franquicia), preámbulo perfecto para que se repita una nueva contienda entre Myers y su nuevo objetivo en el acto final. Por el camino, la película da todo lo que el fan del slasher en general, y de Halloween en particular, desea ver: muertes encadenadas en la reincidente huida de Michael Myers con destino a su germinal Haddonfield, retratadas con el mínimo sentido escénico como para que la película funcione dentro su condición de lealtad a su (sub)género.
Limitada por los síntomas de repetición y desgaste del propio slasher, algo inevitable si se tiene en cuenta que la pretensión de la saga en ese momento era la vuelta contextual a los orígenes, Halloween 4 goza de la suficiente personalidad si se compara con el resto de entregas; ya no solo porque consigue su objetivo de funcionar como película unitaria, sin necesidad de requerir a la nostalgia o a la particularidad propia de la obra de John Carpenter (algo que, sin embargo, supone un lastre para encontrarle aciertos a la reciente y última entrega), creando su propia fórmula bajo el personaje de la joven Jaime Lloyd, el cual funciona en un contexto que envuelve de misticismo el empeño por el suspense del Dwight H. Little. El nuevo rol, interpretado por una encantadora Danielle Harris, estrella en ciernes y ahora musa underground del terror, quien además volvería a la franquicia años más tarde con otro personaje en las acertadas reformulaciones de Rob Zombie. Es innegable el valor de producción que da presencia de Donald Pleasence, aquí como un Doctor Loomis aún más crepuscular que la germinal concepción de su personaje en la primera entrega; su rostro, parcialmente desfigurado, da buena cuenta de este status, bajo el que sigue defendiendo a Myers como una recreación corpórea del mismísimo mal. Este precepto, llevado con irregular acierto en la franquicia, aquí es obviado salvo por ciertas alusiones relativas a la iconografía interna de Loomis, como una muestra más del alejamiento formal que aquí el director propone al gran clásico del horror.
En conclusión, y siendo una película que ha permanecido bajo cierto ostracismo salvo por las revisitaciones que se pudieran hacer de la franquicia, Halloween 4 es un correcto slasher al que solo se le puede reprochar sus inevitables preceptos de repetición, algo entendible dado el estado del subgénero en ese momento y los intentos mercantiles de arraigarse a una fórmula que en su época de explosión reventó las taquillas. Pese a ello, se percibe en la labor de Dwight H. Little el pulso por cierta renovación escénica, alterados componentes de la idiosincrasia de la propia saga e, incluso, unas maniobras hacia el suspense solo interrumpidas con unas ‹murder set pieces› que agradarán a los más fervientes seguidores de esta corriente.