La figura femenina en el mundo del espionaje se ha mantenido —desafortunadamente— por norma general en un segundo plano a la sombra de grandes agentes —lejos del conocido 007, basta con observar títulos emblemáticos del género muy anteriores a la aparición del personaje creado por Ian Fleming— o incluso tomando un co-protagonismo que se antojaba escaso y que ha ido rompiendo barreras con el paso del tiempo. Eran los 60 y, sin embargo, Leslie H. Martinson —cineasta cuya carrera cinematográfica fue más bien escueta, caracterizado por su faceta como realizador televisivo de series que tendrían su éxito como El avispón verde, Misión imposible o Ironside, entre otras, si bien más conocido por haber rodado la gloriosa adaptación cinematográfica de la serie de Batman protagonizada por Adam West y Burt Ward (sí, aquella de la mítica bomba, los patos y las monjas)— decidía ponerse al frente de una aventura de espionaje protagonizada por Raquel Welch, otrora mítico erótico cinematográfico que venía de protagonizar dos de sus mayores éxitos (Hace un millón de años y Viaje alucinante), y tomaba en Guapa, intrépida y espía las riendas de Fathom Harvill —precisamente, su nombre, además de dar título original al film en lugar de la más bien burda traducción española, forman parte del sugerente misticismo que rodea en cierto modo al personaje—, una espía cuya poco ortodoxa introducción —saltando en paracaídas en medio de una exhibición— quizá sirva para describir escuetamente los caminos tomados y la evolución del mismo.
Y es que si algo destaca en un ejercicio como el que propone Martinson, es la presentación de un panorama repleto de pintorescos personajes donde nada es lo que parece, la traición está a la orden del día y lo más parecido a la verdad es lo que uno verá con sus ojos. Fathom se encuentra así ante una misión que la llevará a Málaga, y la pondrá tras la búsqueda de una antigua y codiciada figura china. En ese contexto, Guapa, intrépida y espía se desarrolla desde los mecanismos más formulaicos de la intriga de espionaje, pasando por pequeñas y discretas secuencias de acción que dotan de otra intensidad al relato y sus giros, e incluso volcándose en una tímida comedia que surge a cuentagotas —a través de la excentricidad de ciertos personajes, algunos diálogos afilados, y escenas construidas casi como si de una ‹screwball› se tratara— y distiende en buena medida las intenciones de un artefacto ante el que no hay que llevarse ni mucho menos a engaño, o esperar una extensión —dentro de lo posible— del trabajo realizado por Martinson para su Batman.
Puede, no obstante, que ese toque sea el que le falte a una cinta como Guapa, intrépida y espía, aquel desvío deliberadamente ‹kitsch› o el despendole de determinadas secuencias que en este film se comprenden más como un anexo de lo que no deja de ser un grato entretenimiento que funciona a modo de ruleta donde Welch exhibe algo más que los encantos que la transformarían en mito, pues quizá el desarrollo de un protagónico, que empieza dando vueltas en un juego donde el espectador se siente tan descolocado como su personaje y termina tomando las riendas de su propio destino, sea una de las bazas que más chispa le otorgan al trabajo de Martinson. No estamos, de este modo, ante uno de esos delirios coloristas y fascinados por sus escenarios —aunque haya secuencias donde sí se saque provecho de esas calles rodeadas de casas de paredes blanco impoluto, como esa que culmina con el singular momento de Welch enfrentando a un morlaco— tan propios de aquellas fechas, pero sin duda podemos encontrar los requisitos necesarios para perdernos entre las calles del sur de nuestro país —no sin deslizar ciertos tintes de ironía— ante un pequeño y modesto trabajo al que poco más se puede pedir.
Larga vida a la nueva carne.