El difícil dossier 3253 es reabierto por el comisario de una tenebrosa y húmeda ciudad centroeuropea, seguramente al final del siglo XIX, inicios del XX. Ha desaparecido otra joven en poco tiempo y ya son cinco. Esta última es una bella mujer que frecuentaba un cabaret del lugar. El inspector Tanner deberá investigar el caso, para el que los testigos coinciden en señalar, acerca de los secuestros a las jóvenes, que han sido efectuados por un hombre alto y monstruoso. Pero hay pistas que apuntan a otros culpables. Para resolver el misterio Tanner contará con su inútil ayudante, además de un vagabundo borracho mucho más eficiente y el incondicional apoyo de su inteligente y valerosa prometida, la cantante de ópera Wanda Bronsky.
Este es el argumento del sexto largometraje dirigido por Jesús Franco. El tercero que realizó en 1962. Si la cifra de guiones que escribió para sus películas ronda los ciento ochenta títulos, solo es superada por los que dirigió. Más de doscientos largometrajes que abarcan terror, fantástico, erótico, pornográfico, aventuras, acción y en casi todos ellos mucha comedia mezclada, para asimilarlos. Cuando el cineasta terminaba una producción, pasaba a la siguiente, sin parar. En España, un caso tan prolífico dentro del cine comercial, lo tiene Mariano Ozores con casi cien films. A este ritmo de trabajo es evidente que no pueda ser una filmografía redonda en sus resultados artísticos, pero desde el punto de vista técnico y escogiendo films aislados, el interés es notable.
En una primera aproximación Gritos en la noche es un largometraje de terror, realizado con verdadera pericia por un autor enamorado del género. Arranca con el secuestro por parte de Morpho, un delincuente que se comporta como un esclavo autómata, con métodos vampíricos para reducir a sus víctimas. En apariencia es un robot que secuestra a las jóvenes en sus casas, para luego llevarlas al castillo de Hartog, la siniestra morada de su amo, el profesor Orlof. Esta secuencia inicial está montada con un ritmo marcado por una improvisación de jazz como banda sonora, con angulaciones aberrantes, primeros planos vertiginosos de los vecinos que se asoman, temerosos, a las ventanas. Y multitud de puntos de vista conseguidos por encuadres diferentes, para dinamizar la angustia del secuestro. Puro comic plasmado en imágenes cinematográficas. Un ritmo que recupera en las escenas de persecuciones y asesinatos que suceden después. Esta cinefilia bien empleada, le sirve para tomar elementos del cine expresionista alemán y los clásicos de la Universal, con ese Orlof desquiciado pero romántico en el fondo. Un zombie a su servicio, parecido a los muertos vivientes de Jacques Tourneur. Sumado al evidente homenaje del doctor Caligari con su hipnotizado César, el sonámbulo que acomete los crímenes de su amo. De todas estas maravillas aplica la narración directa al grano, la sugestión sonora, los claroscuros, ampliados por la fuerza de lo que se ve directamente y las atrocidades que quedan fuera de campo.
Por supuesto, con esa cantidad, ya mencionada, de filmografía por rodar, Jesús Franco no contaba con enormes presupuestos, ni siquiera medianos, pero sacaba partido de cualquier elemento. Localiza la acción en una villa inconcreta que podría ser francesa, suiza, alemana e incluso hispana, puro cosmopolitismo antes de la globalización, por la multiculturalidad de apellidos, idiomas escritos y lugares. Eso sí, la rueda en exteriores naturales entre la plaza de la Paja y el café del Nuncio. Es decir, en las calles de Madrid situadas en los alrededores de la Plaza Mayor y otras ubicadas en el extrarradio. Calzadas adoquinadas, callejones lúgubres y palacetes abandonados que ambientan un entorno inquietante. Con un reparto internacional, acorde a una coproducción financiada con capital francés y español, obtiene actuaciones convincentes de galanes como Conrado Sanmartín, actrices fotogénicas y divertidas, con Diana Lorys al frente. Howard Vernon hace de malvado, un actor secundario encasillado en papeles de nazi y homicida. O Venancio Muro, un comediante que funciona como apoyo todoterreno.
Jesús Franco sabía perfectamente que su mundo era el de las novelas de quiosco, los comics que continuaban de una semana a otra y esos cines de sesión continua, algo que destaca más en las versiones internacionales de esta y muchas de sus películas. Sorprende ver la coherencia de la copia estrenada en Estados Unidos, Francia y otros países europeos que, a pesar de reducir en diez minutos su metraje, tiene la suficiente claridad expositiva para ser comprendida sin echar en falta los cortes. También son graciosos los fallos de continuidad evidentes, errores de racord de vestuario, maquillaje y luz, aunque camuflado de manera hábil, porque resultan difíciles de detectar en un primer visionado. Esta duración estaba justificada por su destino a cines de sesión doble.
En el caso de la exhibida en España, se dilatan las escenas musicales del cabaret, otras de tensión y varias de las que atañen a la investigación policial, aparte de incluir más diálogos de comedia y chistes con aroma castizo. Mención aparte de la supresión, por parte de la censura española, de los insertos de pechos femeninos, absolutamente gratuitos.
Gritos en la noche es una buena muestra de un cine que no se repetirá debido a la coyuntura distribuidora y exhibidora del mercado actual. Un entretenimiento evasivo y digno, sin trascendencia ni presunción de ser Arte, dos vicios bastante asumidos por el cine comercial contemporáneo. Con las herencias de Edgar Neville, de los artesanos de Hollywood y de los grandes maestros del mudo. Una película que se refuerza creativamente, contra sus debilidades financieras. Con secuencias alargadas, que logran salvar el absurdo gracias al humor, para alcanzar el metraje de un largo. Secuencias ejemplificadas por la rueda de reconocimiento durante la que un dibujante logra el retrato de los asesinos.
Ese cineasta conocido como Jess Frank en el extranjero, acompañado por los americanizados Conrad Sanmartín, Mary Silvers y Richard Valley debió tener mucha más difusión internacional de la que imaginamos. Y si no, que sirva de muestra este antecedente claro a El abominable doctor Phibes que llegaría una década más tarde. O a esos contraplanos de un gato negro y un búho que asisten horrorizados a los crímenes de los personajes. Sí, muy similares a los de Alien, el octavo pasajero y Blade Runner. ¿Pura coincidencia?