Habiendo transcurrido justo una década desde que el maestro Ishirô Honda pusiera patas arriba los cimientos del cine de catástrofes atómicas y la sci-fi más gamberra habitada por toda especie de bichos conocidos y por conocer con su Godzilla, Japón bajo el terror del monstruo, y después de conseguir un pelotazo mundial dos años antes enfrentando a su emblemática criatura prehistórica con su claro referente cinematográfico, King Kong (no resulta difícil encontrar múltiples influencias conceptuales y argumentales de la legendaria King Kong en las primerizas aventuras del dinosaurio japonés), la Toho Company decidió contar de nuevo con el saber hacer tras las cámaras de Honda para tratar de reverdecer el éxito cosechado en el pasado, en esta ocasión volviendo a enfrentar a Godzilla con otra no menos simbólica criatura, la polilla Mothra, que había amanecido en las pantallas cinematográficas en una sensacional y épica aventura de tendencia “kingkongniana” (siendo especialmente recordadas las dos gemelas diminutas que custodiaban a Mothra para evitar que el insecto se desatara) dirigida por el propio Honda en 1961.
Y es que Godzilla contra los monstruos supone una continuación de ese cine encantador, gamberro, cachondo y terriblemente atractivo que señala al serial protagonizado por ese titan de origen oriental que se lo pasa pipa destruyendo todo tipo de edificaciones, postes de alta tensión, rascacielos, carreteras y cualquier otro ingenio ideado por el ser humano.
En este sentido, la película difiere de esa amargura que desprendía la primera obra protagonizada por Godzilla que se apartaba del carácter desenfadado, festivo y totalmente fuera de sí que fue adquiriendo la saga en años sucesivos. El blanco y negro de los primeros capítulos se tiñó de un colorido lisérgico y profundamente divertido, irradiando un tono alucinógeno que sentó las bases de un cine que no se tomaba en serio a sí mismo y por tanto apostaba por desechar la épica aventurera para abrazar una fiesta donde lo trash se besaba con el disparate y el humor para goce y disfrute de los amantes del cine de ciencia ficción. Sin embargo, un punto muy interesante de la película que protagoniza esta reseña es su retorno a los orígenes, en el sentido de verter bajo un paraguas descocado un cierto mensaje pacifista y en contra del capitalismo salvaje y la pelea atómica, volviendo por tanto a ese germen que lanzaba recados cargados de filosofía y humanismo en medio de la batalla emprendida por el monstruo.
En este capítulo Godzilla tardará en hacer sentir su presencia, arrancando el film con una tormenta que dejará en las orillas de una playa un enorme huevo que pronto despertará la curiosidad no solo de los lugareños, sino también de un ambicioso empresario que adquirirá el óvulo con el fin de exponerlo en un parque de atracciones con el propósito de engordar sus arcas. Nadie sospecha que detrás de ese gigante huevo se encuentran las gemelas guardianas de Mothra, quienes tratarán de convencer al empresario que devuelvan el embrión a su isla de origen para evitar una catástrofe en la ciudad. Sin embargo, las gemelas serán secuestradas por el gerente del parque de atracciones para ser expuestas como fenómeno de circo. Tan solo un par de periodistas harán caso a las simpáticas hermanas enanas iniciando una investigación para identificar de donde proviene el huevo.
Pero cuando todo parecía enderezarse, Godzilla irrumpirá desde el fondo de la arena donde permanecía enterrado sometiendo a la población bajo su yugo y fuerza bruta, destrozando puentes, postes de electricidad, edificios y tanques lanzados por el ejército para parar su avance. Nada parece detener al monstruo en su festejo destructor. Nadie salvo Mothra, quien aparecerá para hacer frente a Godzilla con ese batir de alas capaz de generar auténticas tempestades y maremotos. Los dos monstruos protagonizarán un mano a mano que no podrá dirimirse a los puntos, sino a través de un potente KO, desplegando un espectáculo tan entretenido como fascinante que convertirá la última media hora del film en un prodigio del cual es imposible escapar.
Puesto que la cinta se divide en dos partes claramente diferenciadas. Una primera de tono más apaciguado que se apoyará en las intrigas y juegos políticos emprendidos por el ambicioso gerente del parque temático que adquiere el zigoto desconocido y los periodistas que buscarán encontrar un sentido a todo lo que está aconteciendo, incluyendo esa esotérica tribu de japoneses pieles rojas que habitan la isla que alberga a Mothra. En este primer vector la violencia y la presencia de los monstruos brillará por su ausencia. Habrá que esperar a que la cinta haya avanzado casi una hora para gozar de la aparición de Godzilla y sus ansias de destruir todo lo que ose cruzar sus pasos con el dinosaurio. Pero una vez desatada la fiera, los amantes de este tipo de cine disfrutarán de esa especial forma de narrar y encuadrar las fechorías de sus protagonistas que ostentaba Honda, todo un especialista en explotar las bondades de ese cine de ciencia ficción cachondo y divertido liderado por toda una gama de simios, dinosaurios, mariposas, gigantes y fieras con ganas de destrozar la Tierra.
Y Godzilla, de nuevo encarnado en el villano del film, será apaciguado por un Mothra al que se unirán un par de larvas que con sus afilados tentáculos y un culo lanzador de seda, que conseguirán someter a nuestro preciado Godzilla. Si bien la película se postula como una de esas ‹action movies› lideradas por monstruos de diferente pelaje que impregnaron de terror y simpatía las pantallas de medio mundo durante los años 50 y 60 del pasado siglo, aquí resulta muy de agradecer el oficio narrativo de Honda y su capacidad para crear una película ejemplar, entretenida y muy aseada que igualmente aspira ese aire enternecedor y pretérito gracias a unos efectos especiales muy artesanales (maquetas de cartón piedra, hombres disfrazados rodeados de castillos y edificios construidos a escala, marionetas, etc.) que se elevan como sencillamente encantadores. Y en medio del fragor de la batalla, Honda logró escribir una bonita metáfora a través de la pelea entre un monstruo creado a partir de la destrucción que supuso para el Japón la Bomba Atómica y un semidiós alado escondido en lo más recóndito y salvaje del lejano oriente y custodiado por una tribu que aún no conoce las secuelas del progreso y que únicamente desea vivir en libertad en medio de la naturaleza y lejos del mundanal ruido. La batalla entre lo moderno y las tradiciones japonesas. Entre lo sucio y lo bello que supone la esencia del universo.
Todo esto convierte a Godzilla contra los monstruos en un estupendo ejemplo de cine de entretenimiento surgido de los años sesenta. Divertido, ágil, espectacular, seductor y con un bonito mensaje en favor de la conservación del medio y en contra de esas ansias que afloran de los más bajos instintos del ser humano.
Todo modo de amor al cine.
Me gusta tu estilo,Felicidades