El eterno conflicto entre familias siempre nos lleva a pensar en Romeo y Julieta, la obra de Shakespeare que todos tildan de «la mayor historia de amor jamás contada», pero que muchos (algunos de forma atrevida) han adaptado a su propio lenguaje para utilizar palabras como Amor, Odio, Honor y Venganza en su beneficio. Rompiendo con el aspecto sobrio de Una canción irlandesa, de personajes maduros y distancia física propia de las islas, nos enfrentamos a la sangre hirviente de Tony Gatlif y su visión del amor con enfrentamiento familiar incluido de Geronimo.
Gatlif rompe con la idea original de centrarse en los amantes para mirar hacia el personaje de Céline Sallette, una Geronimo que representa el sentido común que llega a un barrio marginal donde las etnias no son tan importantes como los clanes que las dividen, para centrar el discurso en una posible salida alejada de la cerrazón cultural y los pequeños alegatos vandálicos al margen de la ley.
Una mujer vestida con su falda roja y su camiseta azul (clara referencia de la Virgen María, siempre pendiente de llevar a sus hijos por el buen camino, aunque bien podría confundirse con un Papá Pitufo capaz de solucionar cualquier conflicto) que camina omnipresente por el drama afincado en las calles de Saint Pierre.
Allí comenzamos con Nil Terzi, la adolescente turca, corriendo por calles ajadas para encontrarse con Lucky Molina, el joven gitano que va en su busca subido en una moto. Ella vestida con un traje de novia, él con su chaqueta a pecho descubierto, los dos parecen abocados a una aventura que les unirá en un viaje lleno de rabia y pasión que no perderá su energía en todo el largometraje.
Geronimo vive de los estímulos raciales, mezcla la sintonía flamenca y los tildados sonidos orientales con los más actuales ‹samples› del hip-hop para convencernos de la facilidad de unir la cultura callejera como un único modo de expresión. Es importante esto porque sus batallas físicas se trasladan al baile y al cante, siendo peleas donde cada uno expresa su sentir según su procedencia. Aquí no importa tanto la distancia entre ricos y plebeyos, todos se convierten en un Mercucio —salvando el culo a unos en nombre del amor siempre mueren los más inocentes— que subraya ese peso por el respeto a las tradiciones (siempre oxidadas) del lugar donde nacieron los padres de ambos jóvenes, antes que salvaguardar la integridad de los que formarán el futuro de esas familias. El honor siempre lo fastidia todo.
Así, esos enfrentamientos no se reducen únicamente a sus movimientos como experimentados bailarines, donde el director ha elegido a los personajes con mimo para influir en lo que vemos, también está la fijación de la cámara por mostrar manos y pies para enfatizar esa furia que convive con los excesos de los mismos. Las manos sujetando navajas, los zapatos golpeando rítmicamente el suelo. Todo es válido para llevar al extremo el sentimiento, sin importar demasiado lo que dicen.
Tony Gatlif se encuentra en su salsa, se proclama a sí mismo como un visionario capaz de expresar con imágenes y sonidos mucho más que los extensos diálogos de la conocida obra británica, mezclando la expresividad teatral que valida en base a los exagerados movimientos de los protagonistas (se ahogan, se rasgan las vestiduras o ríen hasta el estallido mostrando que no tienen un control de su forma de sentir) y los llamativos cortes coreografiados que iluminan el drama abismal que se presenta en la película.
Cierto es que el final, alejándose de lo esperado entre Montescos y Capuletos, pierde fuerza al romper con premura con sus excesos, pero Geronimo emociona y sabe llevar a su terreno, el de asfalto y pobreza, una mezcla incondicional de culturas que pese al enfrentamiento sabe casar como una única marea social, con santa Céline dejándose llevar por los movimientos erráticos de aquellos que la rodean. Peculiar y atrevida, la película es una relectura empoderada de las más arcaicas normas que limitan el Amor incondicional.