El estreno en pantallas españolas de la última sensación del cine de terror hecho en EEUU, la muy interesante Déjame salir, supone una buena oportunidad para reivindicar ese cine de género producido e ideado por afroamericanos que sobre todo tuvo su germen y desarrollo en la década de los setenta dentro de la corriente del ‹Blaxploitation› emergida en esos convulsos años. Lo primero que llama la atención es lo difícil que resulta llegar hasta este tipo de cine. Unas películas totalmente olvidadas, desterradas a un segundo plano incluso por los fanáticos del cine de terror más radical y por tanto auténticas quimeras casi imposibles de localizar. Rastreando he conseguido visualizar un pequeño clásico de este tipo de cine que fue por otro lado rescatado hace pocas fechas por Spike Lee, quien se atrevió a llevar a cabo en 2014 un extraño remake de esta pieza de arqueología cinematográfica made in USA con el provocativo título The Sweet Blood of Jesus.
Me refiero a la estimulante y onírica Ganja & Hess, obra datada en 1973 y dirigida por el actor Bill Gunn, un habitual de las series televisivas quien pudo desplegar todo su talento conceptual escribiendo y realizando con total libertad una cinta que dista mucho de poder ser etiquetada como un Blaxploitation, tocando en mayor medida las lindes de ese cine de autor americano que se labró en los sesenta de la mano de cineastas como John Cassavetes o Frank Perry. Sin duda Ganja & Hess partía de los dogmas de uno de los grandes éxitos de aquellos años, el Blacula de William Crain, deformando los mismos hacia una deriva mucho más introspectiva y cuidada haciendo suyas las formas e interioridades del cine de arte y ensayo europeo así como ese combativo cine indie que trataba de profundizar en los problemas sociales del espectro protagonista de la trama, en este caso del pueblo afroamericano en su lucha por su conciencia de identidad en medio de un país que se asomaba más como una jungla inhóspita que como un paraíso colmado de oportunidades y libertad.
La cinta narra la caída a los infiernos del Dr. Hess (Duane Jones), una especie de arqueólogo interesado en el estudio de las viejas tradiciones africanas que arribaron al continente americano en los barcos negreros. Por un avatar del destino, Hess se presentará en la lujosa residencia propiedad de George Meda (interpretado por el propio director Bill Gunn), un extraño personaje hipnotizado por la civilización antigua y afectado por una especie de neurosis que le ha conducido a experimentar tendencias suicidas. En un aparente arrebato de locura pasajera, Meda acuchillará a Hess con un estilete de incierto origen. Pero en lugar de acabar con la vida de Hess este salvaje suceso lo convertirá en una especie de vampiro inmortal adicto a la sangre humana a lo que se unirá una insaciable sed de sexo. Meda decidirá suicidarse de un disparo en el cuarto de baño, ocultando su socio este hecho. Tras satisfacer su hambre robando varias bolsas de sangre de un centro médico así como seccionando con una cuchilla el cuello de varias víctimas, la aparentemente tranquila existencia de Hess será aturdida con la llegada de Ganja Meda (rol interpretado por la jugosa y atractivísima Marlene Clark), viuda del excéntrico compañero de viaje de Hess, cuya belleza y fragilidad será moldeada por un Hess que colmará su pasión y deseo tomando a Ganja como su esposa y cómplice hacia la inmortalidad desempeñada por la adicción a la sangre humana.
Quien espere encontrarse con una cinta de pura ‹exploitation›, cargada de sangre, vísceras, acción, un ritmo trepidante y una figura donde prima lo cutre hay que avisarle de que esta no será su película. Pues Ganja & Hess prefiere los silencios, las elipsis y la ruptura con la convencional linealidad narrativa del cine clásico, optando por tanto por una muy cuidada y para nada chapucera puesta en escena donde se nota el gusto de Gunn por los encuadres precisos y preciosistas siempre ajustados al envoltorio visual que requiere la secuencia para hacer desprender belleza hacia los ojos del espectador y también por un estilo narrativo donde lo surreal se da la mano con la pérfida realidad formando un collage onírico y fantasioso que sin duda generará incomodidad y dudas en el público no acostumbrado a la sugerencia.
Puesto que el film se eleva como un conglomerado lisérgico tejido con un hilo pulido con lascivia, algo de crítica social apostando por recursos fragmentados e indefinidos gracias a unas elipsis que pretenden insuflar una sensación de vacío y confusión, pues en algunos tramos del film parece que la irrealidad oculta los hechos que están sucediendo realmente, viajando de un espacio a otro sin ningún tipo de complejos a través de la aparición de toda una gama de personajes que asomarán como una especie de espectros dolientes que acompañarán en su deprimente deambular a los dos protagonistas que dan título a la película. Es por ello que esta es una de esas obras que deben disfrutarse por medio de fogonazos de genialidad, de forma parcelada no debiendo ser tratada como un todo estructurado que intenta exhibir una paradoja construida mediante los hechos narrados. Si intentamos seguir al pie de la letra la línea que empalma las secuencias caeremos en una profunda decepción. Pero si nos dejamos llevar por las sensuales imágenes esculpidas por Gunn, por sus alucinógenos cuadros de rotunda profundidad o por su enigmática locura descansada en una manifiesta indecisión gozaremos de esta insólita propuesta ideada para llevarnos un poco más allá de la simple exposición de unos hechos concretos.
Este laberinto muy bien pensado por Gunn contiene un mensaje ciertamente provocador y muy necesario en la época de su producción. Así Hess amanece como una especie de negro acomodado dentro de las élites aristocráticas entre las que se mueve como pez en el agua, que acepta su sumisión al amo blanco vistiendo como ellos, conduciendo lujosos coches, asistiendo a exposiciones pseudo intelectuales fieles plataformas para albergar diálogos vacíos de contenido social. Uno de esos negros que con su actitud mantienen la opresión que afecta a su raza, aplaudiendo las tenues iniciativas de apertura pronunciadas con la boca pequeña por los líderes blancos. Y Gunn mostrará la decadencia de Hess a medida que su adicción le obligará a introducirse en esa América negra formada por adictos al crack y a la heroína, contaminados de miseria y crimen, enajenados por una religión católica que prefiere a un negro cautivo y obediente ante los dictados de ese buen Dios samaritano que tan solo da su visto bueno a las guerras protagonizadas por la nación blanca, descalificando las luchas de la comunidad negra y esas proclamas que costaron la vida a Malcolm X.
Pero la película no otorga para nada el protagonismo de villano al hombre blanco. No. Es el propio Hess quien emergerá como un lobo para el hombre negro. Un ser autodestructivo e insaciable en su sed de sangre. Un semental que monta a su antojo a toda hembra para calmar sus viciosos instintos. Un fantasma que vaga por el mundo sin un objetivo claro. Quizás un peligro que hay que exterminar, motivo por el cual el esquizofrénico Meda trató de acabar con él a golpe de cuchillo, acto dibujado con una misteriosa aura por Gunn quien no ofrecerá ningún tipo de respuesta a las múltiples preguntas que van surgiendo a lo largo del relato.
Asimismo la cinta huye de la imagen romántica y seductora de la figura del vampiro. Aquí van vestidos como gente de la calle, caminan a la luz del día sin ningún efecto para su supervivencia, asisten a misas sin afectarles la presencia de curas, de imágenes religiosas o de feligreses en pleno éxtasis. No chupan directamente del cuello de sus víctimas sino del propio suelo donde yace el líquido rojo, sintiéndose más a gusto hurtando la mercancía de hospitales o cortando con una cuchilla la arteria aorta del cuello de sus presas para abastecer con su chorro sus mermadas existencias. Siendo representados como unas sombras desprovistas de pensamiento propio, adictas al vicio y a la depravación a través del encanto de la sangre y el sexo.
Porque otro de los puntos fuertes del film reluce en sus escenas de sexo. Carnosas, eléctricas, fogosas y recargadas con un erotismo que reivindica con orgullo la belleza del hombre y la mujer negra desnudos de toda ropa y pudor. El sexo brota como una liberación de la América negra que por fin podría contemplar a dos actores afroamericanos dar rienda suelta a su pasión tanto con su lengua como con sus miembros viriles. De hecho es fácil reconocer la influencia de cierta escena erótica de Ganja & Hess en la secuencia final protagonizada por Mickey Rourke y Lisa Bonet en El corazón del ángel de Alan Parker. Gunn establece un juego perverso entre el deseo sexual y el desvío social y amoroso en el que caerán los protagonistas de la trama. Una pareja que a pesar de su unión permanecerán aislados tanto del mundo como de su cultura, actuando como dos extraños encerrados entre las cuatro paredes de su oscura residencia. Ni siquiera la redención espiritual perseguida por un Hess hastiado de todo permitirá salvarlo, sino que será su condena de muerte, su sumisión al amo, a esa religión que coarta la libertad del hombre negro.
Sin duda Ganja & Hess brota como una joya del cine de terror de temperamento afroamericano. Desconcertante, elegante, elíptica y visualmente impecable, la misma encierra todo un engranaje simbólico que explota como una metáfora de la ambigüedad y dicotomía que persigue a la sociedad negra en unos EEUU forjados por un hombre blanco que no contaba para su montaje con sus esclavos negros. Un hombre negro temeroso de revelarse, que prefiere renunciar a su identidad para camuflarse entre las élites traicionando así su verdadera sustancia. Que rechaza su hábitat para mimetizarse en otro totalmente ajeno. Un rostro contagiado de esquizofrenia y adicciones que se refugia en cárceles sin barrotes físicos pero construidas con el invisible odio al diferente. Totalmente recomendable.
Todo modo de amor al cine.