Un bloque de pisos en un barrio modesto puede ser un sitio como otro cualquiera para vivir, pero en el caso actual es el peor para sobrevivir, desde el momento en que un francotirador se sitúa estratégicamente para disparar a los habitantes de una de sus plantas superiores. Todas estas desgracias suceden, para desconocimiento de las víctimas, por no ver, no escuchar y no denunciar un suceso acaecido tres meses antes en el edificio.
Con un título aclaratorio en castellano que revienta un poco el argumento del film, debutaron en el cine dos directores provenientes de la floreciente televisión británica, una industria audiovisual que sirve como cantera para muchos intérpretes que luego son fichados por el todopoderoso mercado norteamericano, al mismo tiempo que las historias y miniseries se vampirizan para crear series interminables de varias temporadas, diluyendo el verdadero interés de la propuesta. En este caso se trata de un largometraje realizado para el cine, aunque con un reparto forjado en ese estrellato televisivo de series como Skins, Being Human y Policía de barrio, entre otras. Una cinta coetánea a Dredd, aunque con un presupuesto muchísimo más bajo que los cincuenta millones de euros que costó la adaptación del comic, pero coincidente al situar la acción en un bloque de apartamentos. Quizás por esto se explica mejor que funcione de maravilla el título original —Tower Block— que resulta más poderoso y ajustado al desarrollo de la película.
La primera opción que muestran los codirectores y el guionista James Moran, es la de mantener todo el metraje dentro del inmueble y sus dependencias o salida exterior, con un plano general de situación imponente del edificio, tomado desde lejos, a distintas horas del día y de la noche con matiz ambiental expresivo. Cuando es el atardecer el aspecto del lugar es casi apocalíptico. Son detalles que crean un ambiente hostil, de peligro y hermetismo para los ajusticiados. Estas vistas exteriores se complementan con el punto de vista totalmente subjetivo del francotirador, tanto es así que se ignora siempre su identidad. Una forma de crear un enemigo abstracto, casi sobrenatural, como Michael Myers o el monstruo del saco. Las similitudes con la filmografía de John Carpenter son lógicas, porque Nunn y Thompson probablemente se hayan formado viendo films como Asalto a la comisaría del distrito 13, con la cual comparten ese síntoma de amenaza invisible que viene del exterior y fuerza a replegarse dentro de una reclusión agobiante a sus protagonistas. Del mismo modo también destaca el protagonismo de un grupo casi homogéneo, dirigido por Becky, auténtica heroína, resolutiva, tolerante, sensible y dura por igual. Apoyada por Paul, un joven depresivo, algo alcohólico. Y aliados con Kurtis, un macarra extorsionador que exige dinero a sus vecinos a cambio de prometerles protección. Un colectivo de personajes que, a pesar de estos papeles más destacados, funciona como un reparto coral frente a las aventuras típicas con un único héroe de acción. Aquí la situación afecta a todos, aunque las bajas por desgracia, se vayan sucediendo. Con el suspense que había en películas de sufrimientos mortales para varias personas, de los años setenta, Alien, el octavo pasajero o La aventura del Poseidón, sin ir más lejos.
En cuanto a la decisión arriesgada de mantenerse en el mismo espacio durante todo el metraje, el resultado es idóneo porque el escenario está bien trazado visualmente, como un espacio rectangular dividido en dos líneas de peligro. La que da al exterior por las ventanas, paralela al pasillo que comunica las viviendas de dentro, un lugar lóbrego, gris, mal iluminado por fluorescentes, pero en el cual se consigue mantener la tensión y relaciones o enfrentamientos entre los personajes. Surcado por unas líneas verticales que son el túnel del ascensor, bajada que podría suponer una salvación, sumada a la escalera de emergencia externa. Esta resolución gráfica ofrece unas líneas de acción claras, simples pero muy eficientes, para que los espectadores seamos conscientes del peligro o la zona de confort de los personajes. Siempre dentro del caos. Cube de Vincenzo Natali, podría ser otra inspiración en el uso del decorado.
Las referencias no se ocultan para el público que ha visto y disfrutado mucho cine de acción, sin ganas de aparecer como citas cultas a esas cintas, sino con vocación de resolver una producción entretenida que no toma atajos. Que pone en pantalla a un grupo de personajes de clase media y trabajadora, creíbles, malhablados o educados, humanos, pero nunca robots ni semidioses invencibles. Y con un empleo del tiempo que sucede a lo largo de un fin de semana, punteado por esos cambios lumínicos del exterior, con carteles correspondientes al viernes, sábado o domingo, unas elipsis temporales bien utilizadas. Una plasmación directa de la violencia sin artificios. Las muertes están tomadas en un solo plano, sin la necesidad pornográfica de repetir cada disparo desde varios ángulos. Unos asesinatos secos que manifiestan de forma veraz lo que sucedería en la realidad, evidentemente más dolorosa. Tampoco habría que achacar del todo a Jorge Guerricaechevarría y Álex de la Iglesia estos parecidos con la reciente El bar, porque ellos lo llevan a su terreno esperpéntico, mientras que los británicos parten de un relato costumbrista y con las armas argumentales del cine social inglés refuerzan su discurso existencialista, dentro de la intriga y supervivencia. Precedentes para las dos películas ya existían en El héroe anda suelto, Pánico en el estadio e incluso If…. Lo bueno es que ahora convivan ambas con sus propios logros.