El hombre. Animal de costrumbres también en agosto. Si el cine en época estival se llena de propuestas donde los máximos protagonistas son tiburones, pirañas o cocodrilos, representando a bichos peligrosos que pueden amargar a más de uno su etapa de descanso —algo que cualquiera de nosotros disfrutamos desde nuestras butacas con el aire acondicionado en modo nevera—, más de una vez se ha convertido a lo largo de la historia otro tipo de animal como peligro inminente para el resto de veraneantes: el turista incordioso.
Sí, la familia que arrasa a su paso con la calma de todo aquel que le rodea sin apenas inmutarse, esa que coronó en el estrellato Chevy Chase a base de llevar de vacaciones a su familia por distintos puntos del planeta (recordemos las distintas propuestas que nacieron a partir de Las vacaciones de una chiflada familia americana), fórmula que se ha repetido en incontables ocasiones, potenciando como protagonistas al paleto o al refinado, que siempre acaba en un ambiente inapropiado destruyendo la moral ajena. Esto también es un clásico veraniego que no puede faltar. Animalitos fuera de lugar.
Si en todo el mundo parece una necesidad celebrar (cinéfilamente) las vacaciones veraniegas, en la Europa mediterránea le tenemos un cariño especial al mes de agosto, lo que nos lleva directos al mar, a Italia y a un joven Paolo Virzì que con su segunda película quiso adentrarse con estilo propio en las costumbres mundanas y estivales que rodean su Ferragosto (nuestro 15 de agosto virginal).
Es así como nos encontramos con Ferie d’agosto, un hito de la comedia italiana de mediados de los noventa que no se conforma con los que llegan y no encajan, convirtiendo a todos sus personajes (y son muchos) en meros extraños que inundan sus estancias vacacionales. Conocemos primero al grupo de los progresistas, eruditos y divulgadores, hombres y mujeres artistas o activistas que desean relajar su mente. Acto seguido aparece la familia de los arcaicos, campechanos y ruidosos, de negocios familiares y gustos de televisión y ostentosidad, que desean lo mismo a otro ritmo.
Virzì los diferencia desde el primer momento con una única intención: rebajarlos a un mismo nivel. Gente que ha crecido en las mismas ciudades pero que ha orientado sus vidas hacia distintos caminos y que convergen en dos casas contiguas de una isla italiana, entendiendo el verano como si de un reportaje de informativos de la última semana de agosto se tratase: pasar tiempo en familia por obligación no es beneficioso para la salud mental.
Pronto el enfrentamiento entre los dos grupos es una nimiedad, algo secundario, cuando en los mismos grupos se dan a conocer sus diferencias: ya no es un tema de gustos o aprendizajes, es el espacio compartido entre los ajenos y los demasiado conocidos. Esto le permite al director dar un último paso, que no es otro que conocer al individuo, permitiendo que cada uno de sus múltiples personajes puedan expresarse más allá de las noches de verano. Pensar puede ser contraproducente.
Como el verano atrae al amor, Virzì no pierde la ocasión de introducirse en medio de las distintas parejas y los flirteos fuera del compromiso. Es ahí donde vuelca el interés de Ferie d’agosto, construye con solidez sus personajes y sus discursos para que al mezclarlos todos resulten igualmente humanos y erráticos. No hay unos mejores que otros si la comedia encuentra una vía de escape ante tanta infelicidad junta. Igual que el calor obliga a perder la ropa por el camino, los protagonistas del film van desnudándose hasta ese punto en el que se sienten un tanto ridículos, otro tanto valientes para seguir adelante.
Y como es cosa de humanos, de animalitos y de guionistas superar los errores más que aprender de ellos, Ferie d’agosto tiene una vitalidad innata que la convierte en una diversión veraniega muy resultona, llena de contrapuntos en los que descubrir el gusto de Virzì por modelar hasta el infinito a sus personajes, sin presencia de lo baladí y sin apurar su consistencia hasta la pesadez. Ligera y calurosa, como un 15 de agosto cualquiera.