No hay que darle muchas vueltas, es prácticamente una idea burocrática, cincelada y expuesta: el cuerpo se entiende como un contenedor de emociones. Por extensión, un hogar es un contenedor colectivo de emociones, participativas o individuales, de todo aquel que se considere habitante del mismo.
Es lo que parece tener claro desde un inicio Joanna Hogg al mostrar la mímesis de dos artistas en campos totalmente opuestos que se despiden, cada uno a su modo, de lo que ha sido su hogar durante varias décadas. Las paredes cobran vida, los grandes ventanales se vuelven austeros y cristalinos ojos que observan, los ruidos forman parte de una taciturna respiración, y la escalera, mínima y curvada, presenta su propia personalidad, enfocando una espiral iluminada hacia alguna libertad secreta.
La idea era enfocar la relación entre el artista y la familia, pero Exhibition va unos pasos más allá. Lejos de ser un tópico biopic en el que se presenta la cuadriculada idea de línea vital con la infancia del elegido, sus primeros éxitos, algunas miserias e interacciones personales con sus fuentes de inspiración o enemigos íntimos, Hogg se libera de las ataduras de la realidad al tener una casa identificable, con nombre, apellidos y fecha de nacimiento, y unos artistas inventados que viven una experiencia pasajera, importante para la evolución de su arte y ajena, o al menos anecdótica, en lo que puede ser su pasado y futuro. El momento concreto con las emociones subjetivas adaptadas a ella. Sin necesidad de bibliografía o visita a la hemeroteca.
En Exhibition encontramos a una mujer dedicada en cuerpo y alma a sus performances, y un hombre adherido a los planos propios de un laborioso arquitecto. Dos conceptos prácticamente opuestos de lo que puede suponer el arte e igualmente bellos en sus resultados definitivos. Esto sirve para separar ambientes, como la propia casa invita, para conocer cada una de sus extrañezas que los definen como personas. Los habitáculos en los que conviven dan una idea, mientras trabajan, de su implicación con los objetos que les rodean, y juntos demuestran la compenetración de una pareja tras muchos años de desgaste y conocimiento, el acercarse y huir corriendo que implica una vida compartida.
Sin dejar de ser ambos excesivamente sensitivos dentro de sus roles, el modo en que comparten escena con la casa compone imágenes tremendas: ya sean tareas domésticas como fregar los platos, o momentos íntimos donde despertar la sexualidad propia o compartida, cada punto de vista seleccionado forma parte de una expresión visual con un sentido concreto, para que siempre recorramos la vista entendiendo la situación y la ubicación de la misma. No se puede entender lo que ocurre dejando de lado dónde ocurre.
Así, tal y como ellos van aceptando que la casa va a quedar atrás, nosotros concebimos las escenas como un camino de ida y vuelta a la misma: cenar con los vecinos con vistas a su propia vivienda, salir a pasear desde la misma puerta, volver de cualquier sitio de nuevo al edificio, llamarse por el interfono de una habitación a otra… el recorrido siempre implica pasar por las formas rectas y el concepto abierto de este hogar.
Pese a esa pequeña obsesión por las paredes parlantes, todo esto encierra una historia liviana pero emotiva. Es algo sobre las relaciones, las conexiones y el tiempo. También hay un vínculo de peso aunque pasajero con la creatividad y una comprensión horizontal del cuerpo femenino. Joanna Hogg aprovecha los colores del hogar, la forma de vestir de los individuos, las luces y sombras diurnas, así como los pequeños vicios personales de la pareja para expresar física y sensorialmente las ideas que nos quiere transmitir. Así que Exhibition no es una propuesta de arte, es una performance en sí misma —en ocasiones meta-explicativa—, donde la inspiración convive con el territorio y el duelo, normalmente comprendido ante la pérdida de una vida, se compromete aquí con lo material, a lo que le hemos dado con los años un sentido sentimentaloide y apaciguador del que cuesta desprenderse.
Exhibition tiene algo de artístico y mucha vulnerabilidad. Sabe construir encima de unos buenos cimientos la personalidad que con el tiempo comparte un espacio con quien lo habita, y lo expresa fácilmente sin necesidad de grandes diálogos, sólo promoviendo la interactuación entre el hombre (la mujer) y los objetos, que siempre fueron testigos de sus anhelos, logros y fracasos personales. ¿Sólo unos artistas podían vivir allí? ¿No reproducen igualmente el concepto de familia?
Quizá el anexo sea desesperanzador, pues esta casa dejó de existir hace poco tiempo, varios años después de que su protagonista dijera que una de las condiciones que le gustaría incluir en el contrato de venta es que jamás se derribara su estructura. La opción del saber siempre destruye nuestras ensoñaciones más tímidas.