Quizás no resulte un movimiento profesional extraño, pero sí inesperado, abordar un biopic televisivo de uno de los mayores iconos de la cultura popular del siglo XX tras haber firmado una cinta tan rotunda como La noche de Halloween y haberte posicionado como uno de los más talentosos creadores del nuevo cine fantástico y de terror de tu generación. Ubicada en pleno centro de la que fue edad dorada del cineasta (la que abarca desde Asalto a la comisaría del distrito 13 hasta La cosa, aunque posteriormente siguiera firmando títulos muy destacables), Elvis dista mucho de ser una mala película, pero también se queda corta (pese a su generosa duración) al ofrecer un retrato demasiado aseado y profesional del célebre cantante de Memphis. Ese ímpetu juvenil y ese fuego provocador que hipnotizaron a tantas jóvenes de los años cincuenta a golpe de cadera, es el que se echa un poco en falta en la visión a ratos sombría y reflexiva de Carpenter, pero demasiado a menudo más bien blanda e impersonal.
El guion de Anthony Lawrence parte del regreso de Elvis a los escenarios a finales de los sesenta, tras un bajón importante en su popularidad que minó la autoestima del artista, y desde ahí recrea los hitos fundamentales en su vida familiar y profesional, desde su infancia en su granja de Tupelo hasta su crisis matrimonial con Priscilla, pasando por sus primeros éxitos de rock, sus coqueteos con el cine y su etapa de reclutamiento militar. Todo se desarrolla, como decimos, de un modo ameno y fluido, pero sin sorpresas, ni para bien ni para mal, y apostando siempre más por las luces que por las sombras, que cuando aparecen lo hacen no tanto para empañar la figura casi legendaria de Presley como para resaltar sus inseguridades.
En este sentido, es interesante el modo en el que guionista y director plasman y reflejan la importancia de la esfera familiar en la vida del artista. Para Elvis, la familia lo era todo. Triunfar en la música era una forma de retribuir a sus seres queridos por el amor y la protección que le habían brindado a lo largo de su vida, y eso se aprecia especialmente en la relación que mantenía tanto con su madre (entrañable Shelley Winters) como con su hermano gemelo fallecido, Jesse, con quien dialoga a lo largo de la película, permitiendo a Carpenter idear una de las decisiones de puesta en escena más inteligentes de la película: Elvis conversando con su propia sombra, que es ese hermano prematuramente muerto que siempre lo acompañó. Una de las crisis del personaje está precisamente en su incapacidad para retener (en el caso de la madre) y para recuperar (en el caso del hermano) a aquellos a quienes más quieres, cuando la sombra de la muerte hace presencia inesperadamente.
Toda esta parte, esa forma que tenía Elvis de demostrar su amor a los suyos arropándolos en todo tipo de lujos (no sabía amar de otra forma: su éxito y todo el dinero que ganaba no tenían sentido si no se enfocaban en las personas que habían estado a su lado día a día; la generosidad parecía ser el motor de su existencia, según la visión de Lawrence y Carpenter), resulta muy interesante. Menos satisfactoria, en mi opinión, es su recreación de la música de Elvis, o de su gestación y sentido, sobre la que se pasa bastante de puntillas, haciéndole interpretar algunas de sus piezas más señeras, pero sin escapar a cierta superficialidad (y sin poder dejar de lado la sensación de estar presenciando en cada actuación una sesión de ‹lip sync› no especialmente lograda). También resulta algo desalentador ver cómo se omite la parte más tormentosa de la intimidad del artista: no hay aquí drogas, no hay escarceos sexuales o sentimentales (raro en una figura cuyas actuaciones resultaban siempre tan hipersexualizadas). Elvis es aquí un tipo íntegro y sin mácula, más allá de algún disculpable arrebato de ego. Igualmente, la figura del Coronel Tom Parker se aborda tangencialmente y sin dejar entrever demasiado ese perfil vampírico que se le presupone, explotando y alimentando la fama de su protegido.
Por todo ello Elvis resulta una película interesante y frustrante a partes iguales. Un acercamiento digno y entretenido a la vida y obra del genio de Tupelo, al que Kurt Russell presta su gestualidad y su buen hacer interpretativo, pero que a la postre se siente inevitablemente incompleto, a pesar de extender su duración hasta alcanzar casi las tres horas. Como ventana para conocer al personaje es perfectamente válida, pero servidor hubiera agradecido más peso en lo musical (y números musicales más intensos y originales), más emoción y nervio en el tratamiento de sus complejidades psicológicas y afectivas, y, en fin, una visión quizás algo menos idealizada y más apegada a la realidad de la que aquí se ofrece (o de la que yo puedo percibir). Pero quedan esos momentos oscuros e introspectivos en los que Elvis parece un hombre solo y perdido atrapado en una jaula de oro, o lo que es lo mismo, un tipo que ha conseguido todo en la vida y que, inexplicablemente, no puede escapar a cierta infelicidad. Porque el ser humano, como todos sabemos, es terriblemente complicado y está lleno de contradicciones. Como la vida misma.