La segunda obra como director del animador francés Julien Bisaro tras la buena recepción de Bang Bang!, su primer cortometraje, confirma la trayectoria prometedora de este autor con diversos premios y nominaciones en festivales, entre ellos un premio en Annecy. En esta ocasión, se trata de un cortometraje televisivo de casi 26 minutos de duración, que sigue un planteamiento muy sencillo pero que da lugar a una exploración libre y llena de imaginación: una polluela de lechuza recién nacida trata de buscar a su madre, al tiempo que le sigue la pista a su hermano, quien todavía no ha eclosionado de su huevo.
En su recorrido, Bu (Choum en el original) se topará entre otros con un cocodrilo, una nutria y una familia de mapaches, siempre resaltando su inocencia frente al mundo y el puro goce exploratorio que propone la obra; pero el punto de inflexión se dará cuando dos niños se lleven el huevo de su hermano y este nazca bajo su cuidado. Es tal vez este el elemento más disruptivo con lo que propone en un principio el corto, y es aquí donde muta a ser no tanto una historia sobre el viaje como una enseñanza didáctica sobre el cuidado de la naturaleza. Ambos elementos están lo suficientemente bien ejecutados como para que la obra mantenga su calidad, pero si debo elegir, creo personalmente que lo habría disfrutado más si se mantuviese en esa vertiente muda, puramente sensorial que nos muestra cómo la protagonista va interpretando el mundo que se aparece frente a ella.
Por ello, a partir de la mitad de la obra, siento que parte del encanto de El viaje de Bu se diluye, sin perderlo nunca del todo. Sigue siendo un cortometraje más que notable, animado con un estilo que imita de manera muy lograda la animación bidimensional tradicional, con gran expresividad y un coloreado cálido y agradable, y desde luego la enseñanza que deja es muy valiosa para el público al que va dirigido, no solamente por mostrarles la diversidad de la naturaleza sino también por verbalizar la enseñanza y hacerles entender cómo pueden cuidarla. Pero su mayor atractivo es el de ser, sin duda, una demostración de habilidad y comprensión del potencial visual del medio. Por ello, precisamente, esta historia se encuentra en su mejor momento cuando confía plenamente en este; como demuestran esos primeros diez o doce minutos en los que simplemente exploramos con Bu, observando el mundo desde su pequeña escala e inagotable ingenuidad.
Tengo reticencias personales a verlo como un cortometraje redondo debido al desequilibrio en el interés que me genera, entre lo más visual y lo más directamente didáctico; pero esto no es obstáculo para considerar a El viaje de Bu una obra hermosa y fascinante, claramente dirigida a un público infantil tanto en sus formas como en lo apropiado de su mensaje, pero que es muy disfrutable para cualquier fan del medio y que demuestra el cuidado por la estética y el acabado artesanal detrás del gran prestigio crítico que mantiene la animación francesa a día de hoy.