Tan sólo 3 años después de su debut tras las cámaras, Angelina Jolie está de vuelta con una Invencible (o Unbroken) que bien podríamos emparentar con uno de los títulos menos conocidos de la filmografía de Roy Ward Baker, el cineasta británico que a finales de los años 50 precisamente componía un lienzo con el que Invencible comparte algunas de sus particularidades. Así, mientras la norteamericana nos cuenta en esta ocasión una historia basada en hechos reales, en concreto la del corredor olímpico y prisionero de guerra Louis Zamperini, el autor de Las amantes del vampiro hace lo propio centrándose en la figura de Franz Von Werra, piloto de guerra alemán abatido a principios de los años 40 en suelo británico que terminaría siendo objeto de diversas huidas después de ser capturado por las fuerzas enemigas. Ambas emplazadas durante el marco de la Segunda Guerra Mundial, constituyen sendos relatos donde la supervivencia se antoja clave en un contexto inhóspito, hecho que queda rubricado ante los propios relatos.
El único evadido (The One That Got Away en su título original) adapta la novela homónima de James Leasor y Kendal Burt en un film donde la pericia del londinense vuelve a quedar patente. Autor capaz de amoldarse prácticamente a cualquier género (de la comedia con El aniversario, al cine negro, drama o cine de aventuras), aunque principalmente destacado por sus aportaciones al cine de género (Las amantes del vampiro, El asilo del terror) y la sci-fi (Quatermass 3), Ward Baker prioriza aquí dos elementos quizá no tan comunes como podría parecer en el cine bélico: la pulcritud descriptiva (e incluso un tanto psicológica) de su personaje central por un lado, y el acercamiento a un cine que incluso se podría decir que entronca con el de aventuras, resultando la unión de estos dos factores en una notable aportación al género que no mereció pasar desapercibida.
En primer lugar, destaca ese pulso y tenacidad en la introducción de una figura que a buen seguro no dejará indiferente. Sorprende ya su secuencia inicial, donde Von Werra logra realizar un aterrizaje forzoso tras ser derribado y, al ver que será rodeado en escasos minutos, quema impasible lo que a buen seguro son instrucciones dadas por sus superiores, examina con calma sus pertenencias y saca un revolver como mínima señal de oposición. A partir de ahí, el personaje va siendo dibujado tanto a través del diálogo propio (ya de buenas a primeras define el deseo de triunfar de su patria como invencible) y ajeno (un teniente enemigo le describe como un personaje que sólo cree en sí mismo, como una mezcla de extravagancia y coraje), textos que van fructificando en pantalla, en especial debido al irrefrenable deseo de Von Werra por huir de los distintos campos de prisioneros que irá visitando con motivo de las vicisitudes que surgirán precisamente por esos continuados intentos de fuga.
Lejos de transigir al resto del film esa obstinación que también le lleva a afrontar las consecuencias de no querer dar ni una sola seña a los británicos acerca de los planes de sus superiores, llegando incluso a propiciar duelos de lo más sugestivos, el cineasta sabe construir los mimbres de un título en el que destaca tanto un gran manejo de exteriores —donde Ward Baker es capaz de componer secuencias que rezuman tensión en espacios abiertos— como el inquebrantable pulso narrativo del británico, que vuelve a ser una de las armas centrales de un cine capaz de llevar con una destreza impropia incluso instantes de mini-clímax concebidos con brillantez, sin necesidad de apresurar decisiones o acontecimientos, logrando además que todo resulte tan transparente y veraz como lo habría sido de encontrarnos ante el mismísimo Franz Von Werra.
Hardy Krüger encarna, por otro lado, una de esas figuras imperecederas, de las que permanece un rastro en la memoria. La falta de complejos, el arrojo e incluso la frialdad del personaje quedan trazadas magníficamente en un arco ante el que el intérprete bávaro se muestra inspiradísimo —basta con observar la secuencia en la estación, haciéndose pasar por un piloto holandés con una impasibilidad y tino capaces de no despertar una sola sospecha—. El único evadido compone, de este modo, si no una pieza esencial para el cine bélico, sí un muy reivindicable mosaico que se antoja imprescindible para los amantes de este género, y que logra además encerrar al espectador en una maraña de la que es difícil salir, tanto por las aptitudes que vuelve a demostrar de nuevo uno de esos cineastas infravalorados de las islas, como por el cuadro tan certero que compone entorno a un personaje impagable, de esos tan adictivos que cuando termina el film uno no desearía otra cosa que continuar observando sus desventuras por el mero hecho de atisbar hasta donde podría llegar.
Larga vida a la nueva carne.