Hablar de un producto como El redentor (No Tears For The Dead, 2014) es referirse precisamente a este concepto: el de producto. Y es que, a pesar de algún destello que nos retrotrae a la era dorada de la nueva ola coreana, el film de Lee Jeong-beom empieza a ser una muestra del nuevo paradigma, en especial del cine acción, de la deriva del ‹blockbuster› en el país asiático. Películas que cada vez se quedan más restringidas en cuanto a estructuras rígidas, argumentos (muy) reconocibles y un objetivo claro, ser un ‹crowd pleasure› por vía de la comodidad más que de la sorpresa.
En este sentido no se puede negar que estamos ante un film disfrutón. Fácil a la hora de entrar, no demasiado complejo en cuanto a trama y dibujo de personajes y con unas ‹set pieces› de acción bien rodadas y ejecutadas en cuanto a efectividad y espectacularidad, pero ¿es esto suficiente? A cierto nivel es innegable que funciona. Es decir, da lo que promete, sobre todo en cuanto al concepto entretenimiento banal. Y no nos engañemos, no estamos menospreciando dicho tipo de artefactos. Sin embargo, todo ello no es óbice para poder posar una mirada de cierta decepción ya que, al fin y al cabo, estamos ante el triunfo, o como mínimo los inicios, del modelo de film plantilla.
Todo en El redentor funciona de forma tan funcional como mecánica. Un sota, caballo, rey, que no aporta absolutamente ninguna novedad ni formal ni temática. Una colección de clichés que sencillamente aguanta por la elegancia en lo rodado y por la potencia y espectacularidad de las escenas de acción. Si acaso, como principal idea novedosa, que no positiva, es el uso desproporcionado del giro argumental gratuito. Ya no estamos tanto ante el ‹twist› como forma de subversión del género sino como manera de ampliar artificiosamente el metraje haciéndolo pasar por una capa de complejidad que no es tal.
De esta manera podríamos decir que estamos ante el inicio de la conversión del thriller coreano a la categoría de, como comentábamos al inicio, producto. Pero ya no como manufactura delicada, sino como producción en cadena. Películas tan disfrutables como olvidables que se alejan de tener un sello distintivo de personalidad. Lejos estamos pues de films con acción y venganza con aires “melvillianos” (como por ejemplo A Bittersweet Life) o de raíz más europea o áspera. Aquí de lo que se trata es de copiar, o amoldarse a un modelo más hollywoodiense, por así decirlo, donde lo que prima es la espectacularidad y la presencia de un ‹star system› que venda las entradas por si solo.
En este sentido, sí podemos hablar de éxito. Había unas pretensiones y se cumplen perfectamente de sobras. Sumando el hecho de que, a pesar de su falta de complejidad, tampoco tiene grandes pretensiones, el balance final que arroja es positivo en un sentido estrictamente cinematográfico pero muy negativo en cuanto a las consecuencias posteriores que el triunfo de este tipo de productos significó: la homogeneización del thriller y la reducción a casi fenómeno de autor, lo que marcaba la diferencia en la producción sur coreana en cuanto a términos de personalidad y riesgo se refiere.