Aprovechamos el estreno de la terrible y desaprovechada cinta de Atom Egoyan, Cautivos, para entrar en terrirotorios alternativos de secuestros, porque a veces una desaparición no es una cuestión física, sino también mental.
En este sentido abrir Bunny Lake is Missing con un plano secuencia no es una boutade del Sr. Preminger. En absoluto. Si algo distingue precisamente al bueno de Don Otto es su marcada tendencia a usar los recursos como claves de comprensión de personajes y no como instrumentos de pose estilística cinematográfica. En defintiva, abrimos con un seguimiento del protagonista en su salida de una casa londinense, y con ello estamos en lo opuesto a un recorrido diáfano y claro sino en un zigzagueo laberíntico lleno de recovecos, de aproximaciones y lejanías, de primeros planos (casi tirando de zoom) y aperturas a lo general. Tortuoso. Esa es la palabra.
Y es que la historia que nos van a contar habla de la desaparición de una niña, de un secuestro aparente, pero también de algo más terrible: de la locura. Porque esto va de juegos, de mindfucks continuos, un todos contra todos de insinuaciones, medias verdades y medias mentiras donde se acaba creando una atmósfera irrespirable, de paranoia y descoloque y de no saber ya en quién confiar.
Y para ello no se trata tanto de crear ambientes expresionistas, o atmósferas recargadas, sino rediseñar, a base de mucho oficio con la cámara, los espacios de aparente cotidianidad, reposo y confianza. Casa, guarderia, policía, hospital. Lugares que suelen ser acompañados de epítetos relacionados con lo confortable y seguro y que Preminger convierte casi imperceptiblemente en mad houses, lugares de desolación e intranquilidad que, para colmo, no permiten salida a muchos otros espacios.
Así pues, es desde lo apacible que asistimos a un auténtico tour de force en pendiente hacia abajo y sin frenos hacia la locura. Un trayecto que invita al espectador a dudar, a replantearse cuál es la verdad en todo lo que está presenciando. Claro está que Preminger, y ahí radica parte de la gracia, va dejando pequeñas y sutiles pistas aquí y allá, sean formales o argumentales, para que sepamos por donde van los tiros; es decir, nos suelta enmedio de un laberinto, coerto, pero no con la intención de que nos perdamos, sino de que suframos, que sudemos un poquito para encontrar la salida.
Es el contraste en la luz y la oscuridad, entre lo que dicen las sonrisas y las miradas, lo que pone de manifiesto toda la ambigüedad (incluso sexual) que lleva encima Bunny Lake is Missing, y es precisamente la incapacidad de resistir el peso de dicha ambigüedad lo que lleva a uno de los personajes a romper la baraja y a resolver el misterio. Lo que no significa que estemos ante un deslance en plan “whodunnit” de la vida. Bien al contrario, eso es sólo un detalle. Lo importante es ver cuáles son los mecanismos de lo insano y hasta donde nos pueden llevar. De hecho el desenlace de Bunny Lake is Missing es probablemente el momento en que, liberadas las ataduras, caída la máscara que une al loco con lo cotidiano, se produce el momento de mayor frenesí formal, de pérdida de papeles (que no es tal, por supuesto). Es por ello precisamente que Bunny Lake is Missing funciona, porque partiendo de un argumento quizás no muy original consigue vincular la imagen con la psicología de los personajes. Sin artificios, con gradaciones, sin maniqueismos. Como la vida misma.