La alternativa | El maestro de esgrima (Pedro Olea)

El maestro de esgrima fue una de las primeras adaptaciones al cine del universo de Arturo Pérez-Reverte, de hecho, creo que fue la primera, realizada cuando el escritor era más conocido, a nivel popular, por su faceta como reportero de guerra en RTVE y también por presentar un programa de sucesos que le encantaba a mi madre, Código uno, proyecto del que Arturo salió escaldado por la deriva que empezó a coger el formato.

Basada en una de sus novelas primerizas, sustentada en una intrincada intriga, muy bien documentada histórica e intelectualmente, y con una prosa directa en la que las palabras fluyen como un río que desemboca en el mar. Algo que posteriormente repetiría en otros grandes éxitos publicados en ese mismo período como La tabla de Flandes o El club Dumas.

Muchos lectores consideran a El maestro de esgrima como la obra maestra de Pérez-Reverte. Entre ellos debió estar el gran Pedro Olea, cineasta que merece un mayor reconocimiento y que en mi opinión es uno de los grandes contadores de historias de nuestro cine (sigue vivo, y sin Goya de Honor), poseedor de una carrera muy diversa e interesante, quien no dudó ni un instante del potencial cinematográfico que ostentaba la novela del autor de La Reina del Sur, escribiendo, produciendo y dirigiendo un proyecto muy ambicioso y personal.

Sin duda, uno de los puntos fuertes del cine de Olea es su dominio escénico, ideal para recrear ambientes de época, e igualmente su agilidad narrativa. Estos dos puntos le sentaron como anillo al dedo a El maestro de esgrima, alzándose así como una de las mejores películas del cine patrio de los 90 y, creo haberlo leído en algún sitio, la adaptación que más le gusta al afamado novelista de su obra literaria traducida al cine.

El autor de Akelarre fue directo al grano, creando un relato ubicado en los años del Sexenio Revolucionario (la revuelta conocida como La Gloriosa) con una España siempre en conflicto contra sus propios demonios y situando el foco en un personaje cuyos movimientos y sentimientos serán el eje que hará avanzar la trama planteada. Un renombrado instructor de esgrima llamado Jaime de Astarloa (imponente Omero Antonutti, quien protagoniza todos y cada uno de los planos diseñados por Olea) que observa con mucha distancia (no es baladí la presencia de la esgrima en el argumento) los acontecimientos políticos y sociales que están teniendo lugar en el Madrid que habita. Un alma descreída, igualmente, en cuanto a su confianza en el ser humano, seguramente por alguna dolencia padecida en el pasado que en ningún momento saldrá a relucir en el guion, y que por tanto ha decidido vivir su madurez en una consciente y tranquila soledad, solo interrumpida por las breves tertulias que mantiene con sus escasos amigos y por las clases que imparte a esos pocos friquis que aún prefieren batirse a espada en lugar de hacerlo con la más efectiva y moderna pistola.

Toda la comodidad impostada creada por Jaime, alrededor de sus enseñanzas de esgrima, será truncada el día que llega a su escuela una enigmática mujer llamada Adela Otero (maravillosa Assumpta Serna en el que para mí es su mejor papel en el cine) que se presentará como una noble que anhela aprender la famosa estocada creada por Don Jaime y que el maestro sólo se ha atrevido a enseñar a unos pocos pupilos de su confianza.

A través de un juego de seducción, Adela embaucará al apacible Don Jaime, resucitando en el maduro profesor ese deseo de aspirar la vida de forma directa en lugar de a través del reflejo que supone el muro construido por sus clases de esgrima. Sin embargo, todo se vendrá abajo en el instante en el que Adela decide, sin dar explicaciones, abandonar las clases de Don Jaime y empezar a relacionarse con el amigo de éste, el mujeriego Marqués de los Alumbres (Joaquim de Almeida), quien se desvelará como un personaje intrigante que guarda más de un secreto debajo de la alcoba.

Todos estos mimbres servirán para tejer un complicado entramado en torno a un entretenidísimo juego de lealtades traicionadas gracias a un individuo carente de vicios y repleto de virtudes. Virtudes que serán parcialmente sesgadas por la aparición de un personaje femenino que hará tambalear la tranquila existencia de un hombre que ha decidido ensimismarse para evitar soportar las desdichas que envuelven en tinieblas a los simples mortales.

La película hace gala de un diseño de producción muy delicado y eficaz, notándose la presencia de un Pedro Olea que sabía manejar como ninguno estas historias donde el mundo antiguo reverdece viejas perdiciones. Con un ritmo a priori pausado, dejando que las peripecias sufridas por Don Jaime vayan abriendo un camino cada vez más retorcido a medida que aparecen y desaparecen toda una gama de variopintos personajes, siendo especialmente relevantes los del periodista subversivo Cárceles (Miguel Rellán), el del detective —que me recuerda a su colega de la peli de Clouzot Las diabólicas— Campillo (José Luis López Vázquez) y el del extraño aristócrata Salanova (Alberto Closas), para posteriormente explotar esa pericia narrativa del genial Olea, dando lugar finalmente a una historia donde los acontecimientos rezuman con una agilidad sorprendente, sin caer en agujeros ni trampas de guion, tratando pues al espectador de manera inteligente mediante pequeñas pistas que desembocarán en un final que, no por ser esperado, dejará de ser magistral e impactante.

En este sentido, la película puede ser comparada como una especie de drama histórico italiano mezclado con esa diligencia propia de las pelis de la serie B de la RKO de los años 40, condensando en poco más de una hora y veinte minutos una fábula muy potente, apoyada en los esquemas del thriller de época, donde pasan muchas cosas en un corto espacio de tiempo con mucho sentido, no sobrando ni un minuto, pero tampoco necesitándose más metraje para dar explicaciones innecesarias, sorteando así los escasos medios económicos con los que contó el autor de El bosque del lobo.

Todo lo comentado señala a Pedro Olea como un trovador que sabe llamar la atención de su público, tejiendo una historia intrigante apoyada en un contexto histórico concreto para desplegar un tipo de suspense de los que remueven los intestinos de la chismosa sociedad hispana, dando fe de que el carácter noble presente en esas almas honradas que rehúyen los conflictos sólo servirá para convertirlas en víctimas en manos de una población que se mueve más por los senderos de la traición, la mentira, el egocentrismo y los anhelos de poder.

Una realidad con la que se dará de bruces nuestro héroe protagonista, y con la que se habrán topado muchos de los que están leyendo ahora mismo esta reseña. Si a eso le añadimos que la peli es muy entretenida, magníficamente interpretada, detentadora de una dirección de arte cuidada hasta el más mínimo detalle y con una realización que no deja nada al azar, perfectamente planificada en cuanto a puesta en escena y engalanada con un par de secuencias de duelos a capa y espada que no tienen nada que envidiar a los diseñados por los técnicos de las películas del Hollywood clásico (especialmente el del desenlace protagonizado por Antonutti y Serna), nos encontramos con una de esas películas poderosas, hermosas, entretenidas y a la vez que enriquecedoras de la mente que merecen un mayor reconocimiento del que disfrutan actualmente.

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