Tras debutar en la dirección con enorme éxito de crítica merced al extraño musical bélico ¡Oh, qué guerra tan bonita!, el actor británico Sir Richard Attenborough decidió dar un paso al frente a la hora de armar su segundo proyecto como cineasta. Se trataba de adaptar las memorias de una de las grandes personalidades políticas del siglo XX, Winston Churchill, siete años después de su deceso en 1965. Centrada en sus años de niñez y juventud y dejando a un lado por tanto su faceta más conocida, la del animal político. Contando para ello con la producción y el guion de uno de los grandes del cine anglosajón, un Carl Foreman (guionista entre otras de Solo ante el peligro) que tuvo que emigrar a Inglaterra desde su país de origen (como Joseph Losey) al haber sido señalado en la lista negra del Macartismo, desarrollando en las islas gran parte de su fructífera y agasajada carrera.
En este sentido, El joven Winston destaca como un film algo irregular (fruto de la escasa experiencia de Attenborough en el liderazgo de grandes producciones), si bien fue una lanzadera que sirvió para afianzar la mirada del autor británico hacia unos derroteros que se convertirían en una pequeña obsesión: la de la filmación de suculentas superproducciones centradas en la biografía de grandes celebridades (Gandhi, Chaplin, Hemingway, Búho gris o el propio Donald Woods) e igualmente dotadas de un cierto componente bélico, cuando no intrínsecamente integradas en el género (Un puente lejano es el ejemplo más claro). Y es que en mi opinión, éste es un film que aparece como un germen de la gran obra maestra del autor de Tierras de penumbra. Pues Gandhi no hubiera sido una película tan sólida y rotunda sin el aprendizaje previo llevado a cabo por Sir Richard en esta cinta primeriza.
La película se eleva como una especie de fresco, quizás demasiado complaciente y algo superficial por tanto, que trata de sacar a la luz las peripecias y vivencias más destacadas de un joven y por tanto desconocido Churchill. Y si bien el protagonismo recaerá sobre un novato Simon Ward quien cumple sin ningún problema con el papel asignado, se observa cierta querencia a radiografiar el estado de situación de la política y sociedad británica de finales del siglo XIX/principios del XX, gracias a la aportación de un Robert Shaw magnífico en el papel de padre del homenajeado, un político honesto, huraño, incorrecto y descarado que marcaría el temperamento de su descendiente, así como de una Anne Bancroft en el rol de madre displicente más preocupada por la reputación y el ascenso social que por el cariño de su vástago.
Partiendo de un acontecimiento histórico, la del asedio de Malakand en el cual el ejército británico se enfrentó a una revuelta de los aborígenes de etnia pastún, Attenborough retratará al joven Winston como un hombre ambicioso, cuyo único deseo parece ser el de adquirir méritos para ascender en el ejército. Algo imprudente y temerario, punto que le permitirá ser considerado como un héroe al rescatar de una muerte a machetazos segura a un contingente que había sido emboscado por el enemigo. Alguien fascinado por la épica de las hazañas bélicas y por esas leyendas que quedan guardadas en la memoria. Por tanto un ser egocéntrico, más astuto que inteligente. De esos que saben moverse en los círculos de poder y tomas de decisión, de esos a los que no les tiembla el pulso cuando hay que tomar una decisión importante sin tiempo para meditar.
A partir de este hecho, la cinta viajará sin ningún problema hacia el pasado y el presente. Mostrando los primeros años de Winston, un infante al que le costaba bastante sacar buenas notas en el prestigioso colegio en el que le matricularon sus padres. Un niño inquieto, avispado y soñador, un genio contaminado por el influjo de la extravagancia, alejado pues del esfuerzo de los codos y un pequeño afectado por una preocupante falta de atención por parte de sus padres, más preocupados uno por su carrera política y la otra por las celebraciones sociales. Attenborough introducirá alguna anécdota cómica, como la del examen de acceso a la universidad en el que Winston se quedó en blanco, entregando a su profesor (interpretado en un breve papel por Jack Hawkins) una hoja con dos manchones de tinta sin más, punto que parece fue interpretado como un acto de ingenio, lo que le permitió ser admitido en la mejor academia del país.
Si bien el film parece viajar sin mucho rumbo narrando todo tipo de acontecimientos y capítulos (unos más y otros menos interesantes) acontecidos en los primeros años de vida de Churchill, el tono se elevará en el momento en que la cámara de Sir Richard fijará su atención en la intrincada relación familiar, relatando el tormento que dio lugar a la ambición política futura de Winston. La película nos contará la tortuosa relación de amor odio que existía entre padre e hijo. Un padre devorado por sus obligaciones políticas que desatendió tanto a su mujer como a su hijo en favor de los debates parlamentarios. Un hombre de éxito que acabaría cayendo en desgracia al oponerse a aprobar una ley que chocaba con sus principios. Este tramo del film, sin duda el más reluciente y poderoso, no sería tan soberbio sin la aportación de un Robert Shaw que nos regalará una interpretación inolvidable, convirtiéndose en el alma de la cinta desde una posición secundaria. Seremos testigos de los entresijos de la políticas, de sus cloacas, de sus influjos de poder con los que quitar y poner a las piezas según convenga, de la frialdad de una cámara de representantes altiva, distante con los problemas de sus conciudadanos y que parece guiarse únicamente por el prestigio y la reputación personal.
De la falsa moral que contaminaba las clases pudientes de la sociedad victoriana. Hombres y mujeres puritanos aparentemente, pero pervertidos de puertas adentro. Ello será reflejado de un modo muy sutil e inteligente en la escena en la que los médicos anuncian a Lady Randolph Churchill que su esposo ha contraído una enfermedad infecciosa incurable que le ocasionará la muerte en unos años, dejando entrever que se trata de sífilis al preguntarle si han mantenido relaciones sexuales recientemente para en caso contrario, finalizar las mismas para evitar su contagio. De las gélidas relaciones afectivas presentes en estas unidades familiares, con un pequeño Winston que solo contaba con la cercanía de su niñera ante la ausencia de sus progenitores. Fotografiando a una Lady Randolph impasible y glacial. Una frialdad que parece contrastar con una vida oculta repleta de amantes fuera de los ojos de un guion que sugiere más que muestra, y con un desdén natural hacia la sombra de su retoño.
Añadido a estas secuencias de tono más intimista, la cinta se engalana con unas espectaculares tomas bélicas y de batallas localizadas en el desierto. Attenborough dio muestras de su elegancia y gusto por los encuadres panorámicos ornamentados con todo lujo de detalles. Gracias a un diseño de producción típico de una superproducción británica. Y a una fotografía que busca siempre el estilo más vistoso y pulcro, desde un sentido clásico, evitando los trucos vanguardistas que tan de moda se pusieron en los años sesenta. Esta es por tanto una cinta desde el punto de vista formal añeja. Con sabor a esos clásicos de aventuras localizados en la India. Tiznada con un cierto halo oscurantista, si bien dentro de ese tono amable y respetuoso hacia el protagonista que acompaña al envoltorio del film, cuando la acción se traslada a las calles y palacios de las islas británicas, resultando espectacular la emboscada y posterior fuga que da lustre al vector que relata las aventuras de Churchill en Sudáfrica como integrante del ejército británico que luchó contra los Boer. Una de esas hazañas que permitieron al viejo zorro alcanzar su objetivo: la notoriedad perseguida. Una fama que era necesaria para lograr su principal fin, el de honrar la memoria de un padre con quien se reconciliaría momentos antes de que éste falleciera; la de salvar la reputación de una familia cuyo prestigio se había descalabrado; la de entrar a formar parte de la cámara de representantes como respeto y enaltecimiento de un ascendiente al que apenas conoció en su faceta íntima y familiar. Una carrera que desembocaría en una de las más fascinantes y conocidas biografías de cualquier personaje vivo. Es por ello que la cinta de Attenborough gana la partida al exponer la vida menos pública de un hombre cuya existencia perteneció al público.
Todo modo de amor al cine.