La edulcorada decadencia de la burguesía en tiempos de cambios sociales. Vittorio De Sica, uno de los principales artífices del neorrealismo italiano en el cine, se aventura en esta ocasión a adaptar la novela homónima de Giorgio Bassani Il giardino dei Finzi-Contini. Ese jardín que cita el título podría ser el paraíso de la aristocracia judía, un recóndito lugar donde el director deja relajarse y jugar a tenis a unos jóvenes adinerados, cultos y agraciados que delimitan la comodidad de principios de los años 30. La imagen empastada y luminosa solo invita a pensar en ideales que, tarde o temprano, verán su camino turbado.
Es solo el caramelo previo al gran estupor posterior que viviría la comunidad judía en Europa. De Sica nos presenta las personalidades de varios jóvenes que se verán forzados a manipular su estilo de vida según avance la trama. Tenemos a los hermanos Finzi-Contini, que parecen reinar sus aposentos, liderando, a su modo, sus propios caprichos, siempre resguardados por los muros de su inmenso hogar. En cambio su amigo Giorgio, inseparable a ellos desde la infancia, lleva una vida paralela en este sentido. Perteneciendo igualmente a una familia adinerada, y siendo judío, nos hace partícipes de los cambios que el propio fascismo sufrió durante los primeros avisos de guerra y propagación de nazismo. También hay personajes arios, capaces de evocar lo errático y obligatorio que fue el cambio para todos.
Sin centrarse en lo oscuro del decaimiento social vivido, Vittorio nos conduce a la psique oculta de estos jóvenes, nos aproxima con su cámara hasta las miradas más penetrantes, a primera fila de sus pieles, para comprender sus modos de actuar. Sin poder evitar esos cortes episódicos de toda adaptación de novela, consigue inflar a cada personaje para que tenga voz propia, dejando, gracias al acompañamiento musical, ese aire de melancolía tan propio de amores de verano que se ven intimidados por los visos de realidad elocuente.
Poco a poco confina a los Finzi-Contini en su propio mundo, una muestra de negación de aquello que les rodea, de un modo físico para Alberto, de forma egoísta y explícita por parte de ella; utiliza a Giorgio en cambio para introducir la literatura y el cine, la diversión en tiempos inestables, el aprendizaje en momentos de absoluta negación, sirviendo así de guía ya no solo del terror más visible, también de la llama que se va apagando al ritmo al que desaparecen las libertades.
El jardín de los Finzi Contini es un preludio de guerra, una pincelada política y social frente a los recuerdos de los privilegios de antaño y las normas asfixiantes del ahora. Es un juego de clases sociales que disfrutan de sus últimos días de gloria sin ser conscientes de la fatalidad, permitiendo ver la humanidad de los mismos tras sus encorsetados modales y elevadas diligencias.
Firme en sus imágenes y potente en sus declaraciones —si de un partido de tenis se espera que se devuelvan unos a otros la pelota con agilidad, el director sabe transformar ese movimiento en diálogos y expresiones rápidas y locuaces—, El jardín de los Finzi Contini reformula un tema muchas veces tratado por Vittorio de Sica, haciéndolo nuevamente suyo, donde uno es consciente de su ya relajada maestría, al ver que consigue realizar una película singular, triste y bella que promulga un adiós generalizado, como si se tratase del final de un verano cuando se escuchan los últimos compases de la música de moda. Aunque las consecuencias, ajenas a la película, sepamos que fueron devastadoras, en los personajes se presenta una hermandad y miedo propios de lo desconocido, sabiendo ya que el rango no le pertenecía al dinero ni al apellido, solo a un nuevo criterio de los auto-elegidos.