El recientemente fallecido Alberto De Martino ha quedado a fuego marcado como uno de los máximos exponentes de la vertiente más puramente exploit del cine italiano de géneros. Desde el spy al spaghetti western y pasando por el giallo, dejaría en el terror una de las más recordadas cintas del horror italiano, como era aquel Anticristo que heredaba algunos de los momentos más recordados de El Exorcista y dejaba para sí incluso una oleada de seguidores que la valorarían incluso en un escalón superior al film de Friedkin. Ciñéndonos a lo que nos ocupa, esta vertiente de la explotación de éxito ajeno no dejaría escapar una de las primeras modas del cine de superhéroes nacida a través del éxito del Superman de Richard Donner. De Martino dirigiría El Hombre Puma en 1980, bajo una clara intención de aprovechamiento de la fama de llevar a las pantallas los tintes poderosos de los superhéroes del cómic. Aunque sería injusto no mencionar que el cine italiano ya había abordado esta diatriba en las adaptaciones de los fumetto nero salidos a raíz del éxito del Barbarella de Mario Bava.
El Hombre Puma es un film frágil en entidad, en el sentido que no oculta en ningún momento su condición de apropiación adjudicándose los momentos clave de su film de cabecera (recordemos, el Superman de Donner), que a su vez le sirve para plasmar encuadres e instantes tan habituales del mundo del cómic. Tenemos una trama donde una vieja leyenda procesa la creación de un mítico superhéroe, aquí simbolizada en una máscara de origen azteca que cae en las garras del villano Kobras, un Donald Pleasence esperando por el cheque y que al momento recordará las maneras y fisonomía de su Blofled de Solo se vive dos veces; un héroe anónimo, Tony Farms, primeramente incapaz de asumir su condición, será quien se convierta en El Hombre Puma para verse obligado a luchar contra las maléficas intenciones de Kobras. El chamán azteca Vadinho, un prototípico pero simpático secundario que lo mismo vale para hacer de mentor como de leal escudero, será el que convenza a nuestro héroe de su nueva identidad.
El film presenta una historia de espíritu pulp, que es salvada con la mirada ingenua e inocente de sus creadores para/con la historia. Los pobres efectos especiales (algo que no perdonarán los más estrictos seguidores al aficionado del género “superhéroico”) languidecen dentro de un espectáculo que no pretende más de ofrecer una copia sincera y simple de su referente, y que se aprovecha de la falta de carisma de su protagonista para aumentar el encanto del ya mencionado Vadinho, personaje que acabará robando el film como un carismático y encantador héroe inesperado. La historia presenta la amplitud de miras típica del exploit italiano, pretendiendo una temática que abarca una pluralidad de referentes fruto de un guión loco y desequilibrado (se mezclan desde la típica historia de amor propia entre el héroe y la presencia femenina principal, hasta una sub-trama que mezcla sin pudor un origen maya con el sci-fi del mundo extraterrestre) pero compone un pastiche extravagante, fiel al espíritu cuasi humorístico de la propuesta y que, aún reincidiendo en sus incompetencias formales (efectos especiales y animaciones tercermundistas, planteamientos escénicos enajenados…) hace de la película muy propia de su tradición hacia el cinema bis europeo, lejana a las pretensiones autorales y con especial sentido para la diversión.
De Martino demuestra manejar la temática con cierta perseverancia (no se corta, a pesar de su pobre presencia, en mostrar con seguridad las habilidades del héroe en licra), aprovechando de manera oficiosa algunas de las localizaciones (exteriores rodados principalmente en Londres, y hasta un final ubicado en el mítico Stonehenge), y con una narración que a pesar de no poder esquivar las languideces rítmicas de su guión, no hace perder el interés para quien entre en esta visión tan ingenua de la iconografía del superhéroe. Del film se recuerda con cierto cariño al ya mencionado secundario Vadinho (un rostro habitual en muchas producciones con tintes latinoamericanos), la presencia del malvado Kobras bajo la estoica fisicidad de Donald Pleasence (quien aseguró que esta había sido sin ninguna duda la peor película en la que había participado) , sus postales de acción mucho más deudoras del cómic de lo que se aprecia a simple vista y la continua, pero encantadora, falta de seriedad y coherencia de algunos de sus estamentos argumentales. También con mucho que deber a los viejos seriales de televisión, de quien parece rezumar su popular mirada de la contienda entre el bien y el mal, El Hombre Puma hará disfrutar únicamente a quien sepa apreciar las estridencias e inocencias del exploit europeo, que lleva las constantes de éxitos foráneos a unas connotaciones plagadas de extravagancia y hasta, por que no decirlo, exquisita bufonería.