Adaptar una novela de Francis Scott Fitzgerald no es tarea fácil. Elia Kazan sufrió lo indecible para llevar a la pantalla El último magnate y Richard Brooks, uno de los grandes guionistas del Hollywood de los 40 y 50, tampoco supo sacar provecho del libreto corto del genial autor estadounidense La última vez que vi París. Intentar plasmar en lenguaje cinematográfico la obra maestra de Fitzgerald El gran Gatsby es una quimérica aventura de consecuencias impredecibles. Novela de profunda sensibilidad y de exquisita prosa evocaba de forma magistral el ‹american way of life› de los felices años posteriores a la primera guerra mundial a través de un personaje misterioso, solitario y enigmático fiel reflejo de la sociedad artificiosa de los años 20 y en el que los sueños y esperanzas se dan de bruces contra la pared de la infelicidad.
Los recelos que me provocaba la regular adaptación que Jack Clayton realizó en los años setenta unido al culto mesiánico que venero al libro me originaban un total rechazo a la propuesta de mi tocayo Rubén Collazos de visualizar la adaptación filmada en 1949 por Elliott Nugent siendo este reto concebido por mi subconsciente como un muro vertical con pocos agarres donde encontrar momentos de disfrute.
Las primeras pesquisas sobre la película me daban dolores de estómago. Una cinta de solo una hora y veintiséis minutos (¡como puede plasmarse la magia de la novela en este corto intervalo de tiempo!) dirigida por un obrero de Hollywood cuyas principales películas eran ‹comedy movies› con Bob Hope y Bing Crosby. A esto había que añadir que el actor encargado de dar forma al mítico personaje Fitzgeraldiano era nada más y nada menos que Alan Ladd, intérprete que se caracterizaba por poseer un rostro pétreo de nulos matices melodramáticos. Con estos mimbres el resultado que creía me esperaba era el de una película delirante alejada de cualquier mínimo de calidad exigido por los inspectores del buen gusto cinematográfico.
Pulse el ‹play› con miedo y el primer aspecto reseñable lo encontré en los títulos de crédito. Se trataba de una adaptación basada en la obra de teatro de Owen Davis. Este primer filtro era importante liberándome de la pretensión de comparar la cinta con la novela de Fitzgerald. La película se inicia en 1948 con la visita a la tumba de Gatsby de Nick Carraway y su mujer Jordan para posteriormente relatarse en un largo flash back. Las primeras imágenes del flash back evocan al cine de los años dorados de Hollywood con música jazz, escenas de bailes y de la ley seca para describir la época en la que se enmarca la narración. Sorprende la caracterización de Ladd que asoma metralleta en mano como los gángsters idolatrados por el cine negro de los 30.
Original es la forma de fluir la historia a través de tres flash back que se incrustan en el anteriormente mencionado. El primero es contado por el propio Gatsby a su vecino Nick Carraway al que le describe sus inicios como marinero en el barco del magnate Dan Cody y las tentaciones sexuales que le provoca la joven mujer de Cody. El segundo expuesto por la novia de Carraway nos introduce la primera cita entre Gatsby y el amor de su vida Daisy Buchanan. El tercero contado por el pianista de la mansión de Gatsby nos informa del origen de la posición acaudalada de Gatsby gracias al difunto Dan Cody. El recurso explicativo de incrustar estos tres flash back en la narración aportan oxígeno descriptivo de manera elegante aportando originales gotas de exquisito cine a la fábula melodramática que caracteriza al film.
Elliott Nugent no profundiza en la psicología de los personajes dando más importancia al fluido ágil de los acontecimientos sin insuflar resaltos que paren el recorrido del metraje. La relación entre Daisy y Gatsby, tan fundamental en el libro o en la adaptación de Clayton, es un engranaje más de la cadena sin que destaque del resto de subtramas lo que puede ser origen de rechazo para los fanáticos más puristas de la obra literaria. Es cierto que resulta complejo comprender el amor obsesivo que siente Gatsby por Daisy con la limitada exposición efectuada por Nugent, pero este hecho no es importante en el planteamiento que hace Nugent de condensar en hora y media la magna obra de Fitzgerald cuyo resultado hubiese quedado encorsetado si hubiese centralizado la narración en el hecho romántico.
Nugent decide hacer una película total en la que predomina el aspecto melodramático condimentado con pizcas de cine negro sazonadas con la elegancia característica de los grandes artesanos de Hollywood. Increíble la escena del atropellamiento de la mujer del dueño de la gasolinera (interpretada por una joven Shelley Winters) en la que con escasos medios y sin FX Nugent consigue otorgar un inusitado efecto de realismo mezclado con cine de terror a través del uso del zoom.
La película posee todos los ingredientes del cine de estudio de la época (de la Paramount en este caso). Llama la atención su académica fotografía y los elegantes planos con encuadres milimétricos que se complementan con un vestuario que recrea perfectamente la época de los años veinte (destacar el irrisorio bañador ‹belle epoque› que viste Ladd). Las escenas de exterior brillan por su ausencia y los decorados de interior demuestran la elegancia perfeccionista con la que filmaban los artesanos de los grandes estudios de Hollywood.
Nos encontramos pues con una magnífica muestra del cine de puro entretenimiento que se hacía en los años cuarenta en la que el talento de los técnicos de Hollywood conseguía moldear un producto de calidad contando con justos medios económicos y sin estrellas de primera línea de fuego de Hollywood. Una grata sorpresa me he llevado con Alan Ladd. Sin duda este es uno de sus mejores papeles a nivel actoral de una contención e intimismo que resulta difícil localizar en posteriores y llamativas actuaciones del actor americano (Raíces profundas, El cuervo, La dalia azul, etc). Ladd cumple a la perfección como héroe melancólico en una película en la que no hay que buscar más sentido que el digno entretenimiento que disfrutaran los espectadores que se liberen de prejuicios literarios y que busquen únicamente pasar un rato agradable con un melodrama realizado a la vieja usanza.
Todo modo de amor al cine.
La vi hace mucho tiempo y sin duda el recuerdo indeleble que me quedó de la película es Ladd en un papel que parece liberarlo de estereotipos (siempre será recordado por Shane a pesar de ser posterior). Sin duda un cuadro muy interesante, aunque como acotas no perfecto, de la gran era del jazz.
Esas imperfecciones son las que molan. Me da la sensación que fue la típica película de estudio que se preparaba como preparación para el visionado de la película estrella del programa en esas míticas sesiones de 4-5 películas de los años 30-40. Es muy complicado resumir el libro en solo 85 minutos y el producto es muy interesante y entretenido. Ladd hace la mejor interpretación de su carrera. Grandes años 20 :)