Si a inicios de los años 50, a raíz de la explosión de la primera bomba atómica y los efectos que tuvo la radiación debido a esa catástrofe, el cine veía en sus consecuencias la posibilidad de hacer emerger numerosas criaturas que surgían de los vestigios radiactivos, indagando así en un eco terror que, a posteriori, ha ido ofreciendo no pocas posibilidades, era William Girdler, autor de piezas como Grizzly o Retorno desde la quinta dimensión, quien a finales de los 70 proponía un acercamiento distinto, pero en el fondo parejo a las consecuencias de esa radiación sobre los animales; en el caso de El día de los animales, debido a la acción de los rayos ultravioleta por la destrucción de la capa de ozono, la fauna local devenía un depredador cuyo trastorno les llevaba a atacar sin razón aparente al ser humano.
Así, y si bien el film dirigido por Girdler despeja cualquier atisbo de duda desde unos cartelones iniciales que ya advierten de su singular aproximación a ese eco terror mencionado en un principio, El día de los animales irá proveyendo ciertos matices y datos que, sin otorgar un fondo excesivamente cuidado, proporcionan al menos un contexto y una motivación que sostiene sin demasiado esfuerzo los distintos desvíos que tomará la trama —incluso los más inverosímiles, como ese giro que vive el personaje de un Leslie Nielsen en su salsa, tan absurdo como definitorio del producto que tenemos ante nosotros—.
De hecho, la dimensión del eco terror que maneja el cineasta de Kentucky bien podría equipararse a una aproximación formal exigua en más de un momento; y es que si bien El día de los animales intenta, a través de la planificación, dotar de un halo (a ratos) inquietante al relato, sus mayores cualidades no se encuentran ni mucho menos en esa faceta. Basta, por ejemplo, con acercarnos a propuestas semejantes —como la magnífica Largo fin de semana de Colin Eggleston—, para percatarnos de que la cinta que nos ocupa prefiere dar pasos en un ámbito más lúdico, por así decirlo: si habíamos venido a ver un enfrentamiento de hombre vs. naturaleza, eso es, exactamente y con sus más y sus menos, lo que propone el trabajo de Girdler.
Así, es en ese campo donde El día de los animales logra sus mayores resultados, no tanto en la confrontación y resolución de unas secuencias muy efectivas, sino más bien en el hecho de conseguir que esas escenas resulten, además de creíbles (dejando de lado algún croma justito y no del todo necesario), lo suficientemente cruentas como para que la propuesta no devenga un mero e inofensivo pasarratos. Algo que consigue en los enfrentamientos que se producirán entre la fauna y los personajes del film, o en las burdas y representativas rencillas que surgirán en el grupo, que se verá inmerso, en más de una ocasión, en un ‹survival› puro y duro.
Pero lejos de esa crudeza, casi implícita en el mero desarrollo del film, donde logra verdadero impacto es en una conclusión tan sencilla como esclarecedora de la que se deduce que, después de todo, la exclusiva acción de la naturaleza es la única capaz de hacer y deshacer en un marco en el que el ser humano, pese a su carácter (auto)destructivo, no es más que un estrato extra en una vasta cadena por más que se crea en condición de dominar a su antojo aquello que resulta, en definitiva, ingobernable.
Larga vida a la nueva carne.