Con El campeón nos enfrentamos a una de esas uniones artísticas que están destinadas al éxito. En la época dorada del entretenimiento, mezclar al perfecto perdedor con un encantador niño solo podía enamorar a público y crítica. Es cierto que nos interesa lo pugilístico, el tipo que se lleva por delante a su contrincante en el ring en busca del gran éxito, pero es algo que queda relegado a un segundo plano en esta comedia dramática donde se refuerza la idea de vieja gloria.
Años 30 y un buen puñado de personalidades del cine que sobrevivieron a la llegada del sonido a la gran pantalla sin dejar de lado su rica expresión facial. King Vidor adapta una de las historias de Frances Marion en esta película, poniendo la guinda con el protagonismo del actor Wallace Beery, uno de esos rostros polifacéticos que tan bien calibraba el drama y el humor. Él es el campeón al que hace referencia título, un antiguo campeón que todavía conserva el mote consumido por el alcohol y el juego, el punto de partida idealizado en el cine de boxeo, siempre pendientes de resaltar la historia de una estrella venida a menos. El contrapunto en esta ocasión es un niño, un pequeño rubio dispuesto a comerse el terreno de los adultos con sus muecas y soltura frente a la cámara. No era el primer papel de Jackie Cooper, pero sí probablemente el más recordado —no pierde la ocasión el director de permitir que el niño se dirija a cámara para resaltar la complicidad de los espectadores con tan espabilado personaje—.
Así, Vidor plantea una paupérrima vida para el campeón y su hijo, Andy y Dink, donde los reveses de la vida nunca son suficientes para tumbar definitivamente a su protagonista. Siempre con esa idea de viejo luchador, los símiles con este deporte no desaparecen en ningún momento pese a que, en su mayor parte, se centre en los trucos con los que Andy siempre camufla todo aquello que no funciona para devolverle la sonrisa a su hijo, y no se retome ese duro estilo de vida de boxeador hasta estar bien consolidado el film.
La llegada de la figura materna da un vuelco a ese tándem imperfecto, aunque haga que resalte esos ideales en los que el hombre como mucho podía mantener con vida a un crío sin una mujer cerca. Obviando un rancio mensaje que se va moldeando hasta un punto de confort donde todos los personajes consiguen entenderse y aceptar los errores del pasado, nos encontramos con una estupenda comedia de segundas oportunidades y valores humanos, donde los reencuentros tienen ese inspirador empuje para cambiar el ritmo de los acontecimientos.
El tiempo se dilata fácilmente para dar forma al gran retorno, a esa última oportunidad de demostrar ser el más grande. Es el momento de protagonizar un combate que, aunque se haga esperar, se convierte en el verdadero espectáculo, aportando ritmo y emoción a la historia. Es cierto que el final es manipulador, al servicio de un gran último golpe donde todo vuelva al cauce del sentido común, pero no por ello deja de ser efectivo, liberando el drama contenido hasta el momento, en busca de un final agridulce en beneficio de la pequeña estrella.
El campeón es una película que sabe aportar una cara divertida al drama con la que es fácil empatizar, un drama pugilístico con uno de esos personajes sentenciados desde un primer momento, que en vez de acomodarse en su faceta de perdedor, busca el modo de ser ese ‹champ› que siempre ha vivido en los ojos de su hijo, abrazando el orgullo una última vez de ser el mejor para alguien.