Como alternativa al sonado estreno este fin de semana de [REC] 4: Apocalipsis (Jaume Balagueró, España, 2014) —cuarta parte de la serie de film de zombies ibéricos iniciada en 2007 por Balagueró y Paco Plaza—, y cuya vertiginosa acción se desarrolla en este ocasión en un viejo carguero repleto de infectados, os proponemos El buque maldito (1974); un clásico del fantaterror nacional que une también viejo galeón medieval con zombies «made in Spain». Además en ambos films nos encontramos con unos muertos vivientes un tanto especiales o diferentes a lo acostumbrando (“Infectados” en el caso de la saga de [REC], Monjes Templarios “amojamados” en el caso del film de Armando de Ossorio). Ninguno se ajusta exactamente al modelo instaurado por George A. Romero en La noche de los muertos vivientes. Por ejemplo, en el caso del film de Armando de Ossorio, cuando las víctimas son ejecutadas y devoradas por los monjes no se transforman después en muertos vivientes. Tampoco se acaba con ellos disparándoles un tiro en la cabeza, sino que son prácticamente indestructibles.
El buque maldito es el tercer título de la tetralogía dedicada a los monjes-zombies realizada por Amando de Ossorio, formada además por La noche del terror ciego (1971), El ataque de los muertos sin ojos (1973) y La noche de las gaviotas (1975). En ella interviene un elenco de actores y actrices habituales del fantaterror hispano (y de otros films de la Saga Templaria) como María Perschy, Jack Taylor, Bárbara Rey, Carlos Lemos, Manuel de Blas o Blanca Estrada y no oculta en ningún momento su condición de película de cine de barrio, lo que no se traduce en un film descuidado o cutre; muy por el contrario, lo considero uno de los más conseguidos y eficaces de la serie, pese a lo limitado de su producción y algunos defectos más que evidentes.
Con objeto de conseguir publicidad para promocionar una moderna lancha motora, los principales responsables de una empresa publicitaria deciden embarcar a dos modelos en una de una de estas lanchas y abandonarlas en alta mar; de ese modo, serán encontradas “fortuitamente” por barcos que naveguen cerca de ellas, consiguiendo así publicidad gratuita y como una manera además de demostrar la alta calidad del nuevo prototipo. Sin embargo, una vez allí, las chicas son sorprendidas por una niebla espesa, un calor intenso y un galeón del siglo XVI, que parece abandonado y sin tripulación. A partir de aquí, se les pierde la pista, por lo que se organiza una expedición para encontrarlas formada por la amiga de una de ellas (también modelo), la directora de la campaña publicitaria, un ricachón con aspiraciones políticas, su ayudante y un profesor, quien defiende la leyenda de la existencia de un misterioso buque fantasma que navega por esas costas y hace desaparecer los pequeños barcos que navegan por la zona. Una vez allí, los miembros de la expedición tendrán que enfrentarse con los terroríficos y repugnantes monjes-zombies de la Orden Templaria, habituales en toda la serie de films de la tetralogía firmada por De Ossorio.
Uno de los aspectos más destacables de este film pequeño, de realización artesanal, es el uso del sonido y de los efectos de ambientación: podemos escuchar como crujen las maderas del galeón en conjunción con el fluir del viento, el sonido de los goznes de las puertas al abrirse y cerrarse o de los sarcófagos en los que “descansan” los monjes, mientras los personajes se mueven envueltos en una niebla espesa, consiguiendo así un atmosfera malsana e inquietante que acrecienta el suspense y el carácter amenazador del galeón. De igual modo, el despertar o el ataque a sus víctimas por parte de los monjes-zombies siempre viene apoyado por una suerte de siniestro canto gregoriano, característico también de la serie. A destacar también la inteligente y eficaz utilización de prácticamente un único escenario: el exterior e interior del galeón que funciona casi como un sombrío y siniestro castillo medieval, un especio claustrofóbico del que resulta imposible escapar.
«Yo se lo explicaré señor Tucker. Nos encontramos en plena pesadilla. Ni esa niebla es real, ni este barco es real. Nada es cierto. La ciencia lo niega, luego no existe.» Así defiende el profesor la teoría de que se encuentran inmersos en otra dimensión —por aquel entonces estaba muy de moda el Misterio del Triángulo de las Bermudas— lo que potencia aún más el carácter sobrenatural de la peripecia, una novedad dentro de la Tetralogía que casi nunca pierde el tiempo en dar una explicación a los terroríficos acontecimientos.
Entre los aspectos decepcionantes de la cinta podríamos señalar que a veces se nota demasiado el uso de maquetas (o el limitado presupuesto) —el incendio del galeón— y que no todas las muertes que se suceden en la película son ejecutadas por los monjes templarios sino por otras causas (un asesinato y un incendio). En contraste, se nos ofrece algunas secuencias espléndidas como la angustiosa persecución y posterior ejecución de Noemí (Bárbara Rey) o aquella en la que los Monjes emergen del agua y se acercan lenta y amenazadoramente a la orilla en busca de sus próximas víctimas.