La alternativa | El beso del vampiro (Don Sharp)

No hay nada como un par de foráneos británicos dispersos y enamorados para irrumpir en coche en las puertas del infierno. Lo que se convertiría posteriormente en una constante del cine de terror adolescente, esa mala suerte que conlleva el tener problemas de transporte usada como excusa para pernoctar en algún recóndito lugar al que se llega por carreteras secundarias que nadie en su sano juicio utilizaría, motivo de peligro e incluso muerte para grupos de jóvenes, es el punto de partida de uno de esos clásicos poco conocidos que nacieron al abrigo de la Hammer.

Don Sharp entraba en el terreno del terror con El beso del vampiro, una estilizada versión sobre Drácula y su enemigo terrenal predilecto, Van Helsing, reinventando los personajes para convertirlos en seres más oscuros si cabe. Para ello una pareja de recién casados (los jóvenes del coche) se quedan varados en medio de ninguna parte en una época donde estos vehículos motorizados todavía no eran una necesidad. Con ello Sharp nos envía al pasado para que dos cándidos enamorados sin prisa por llegar a su destino decidan pasar la noche en la única posada de un remoto pueblo de la campiña inglesa. El ambiente fluye entre el misterio y el miedo que se interpreta de los gestos cansados de los propietarios del lugar, que no dudan en abrir sus puertas a la nueva sangre. Llegan así las constantes del imaginario de Bram Stoker cuando de un minuto a otro llega una invitación para visitar al gran señor del pueblo, el del palacio ostentoso alejado de todo, el doctor Ravna.

Descubrimos así una familia que encandila a los dos jóvenes con facilidad, y pone su mirada sobre la mujer, como si de un objeto de deseo se tratara. Se sirve el director de la música como encantamiento, dando vivos colores a los sospechosos y un aspecto hosco y tristón a los simples mortales para enfocar la atención de los recién llegados hacia la opulencia y no a la normalidad. No ayuda quizá que el encargado de hacer el símil con Van Helsing, el Profesor Zimmer, sea un tipo con pocas ganas de hablar y muchas de ahogar penas en alcohol, por lo que la confianza en quien debe solventar los futuros problemas es nula.

El beso del vampiro se olvida de las convencionalidades de una historia mil veces contada y le quiere dotar de ese quimérico interés del hombre por el poder. No se trata de un simple vampiro coleccionando novias, sino una completa secta que se alimenta de un sentido más carnal para sumar los logros de su líder. La banalidad y belleza que corresponde siempre a toda crónica vampírica es una constante que sí se mantiene en el film, no se pueden obviar algunas de las maravillas del monstruo más erótico y goloso del imaginario Hammer. Esta opulencia se advierte en el baile de máscaras donde la feliz pareja ve truncada su suerte para, al fin, dar paso a la aniquilación del mal. La maravilla aquí radica en que la solución más plausible es combatir a un demonio con otro, dando pie al uso y abuso de la magia negra cuando las estacas, ajos y aguas benditas no han pasado de pequeños daños colaterales.

Ajena a la rigidez del mito de los vampiros, El beso del vampiro se convierte en una propuesta singular y atrevida, que en conjunto no rompe con los estigmas de la Hammer y que sabe aprovechar la oportunidad para, con unos mismos estímulos, intentar reconstruir la historia sin caer en la desidia. Una pequeña muestra de lo que sería capaz de hacer Don Sharp en la productora más elaborada del terror.

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