Aunque sumergidas en cierto ostracismo, las corrientes del thriller y el policíaco, íntimamente relacionadas, gozan de una fuerte tradición en España. Más por relevancia pura cinematográfica que por cantidad, el thriller en España se podría delimitar desde el policíaco catalán de José Antonio de la Loma, Ignacio F. Iquino o Francesc Rovira i Beleta, pasando por el thriller político de José Luis Borau con Hay que matar a B. Es precisamente con esta vertiente del suspense entre ámbitos burocráticos donde se gesta parte del desarrollo de El arreglo, exitoso debut a la dirección de José Antonio Zorrilla, cuya escasa filmografía comenzaba con un premio al “mejor nuevo director” en el Festival de San Sebastián de aquel 1983. El arreglo comienza con una diatriba básica del noir, como es la investigación criminal, en este caso la llevada a cabo por un policía interpretado por Eusebio Poncela quien aquí ofrece el paradigma del funcionario problemático y de revulsivo contenido interior, que se mete de lleno en un aparentemente cotidiano caso que paulatinamente se irá complicando. Como es de prever, siendo esto la principal arma narrativa de la película, la investigación comenzará a anillarse en diversas complicaciones que hará salir a la luz una problemática aún mayor, con tintes políticos y en una constante lucha de intereses, momento en el que El arreglo se emparenta con el recién pasado thriller político americano de los 70 y detona la personalidad de su peculiar y estoico personaje protagónico, con un Eusebio Poncela que a pesar de disponer de una fisonomía poco habitual en este tipo de roles se ensambla a las particularidades de su personaje con bastante solvencia.
El arreglo no vive solo de llevarse hacia su espíritu muchas diatribas del noir, de la ejecución del suspense en su propio género o las de contonearse con agrado en las crecientes tensiones del thriller diplomático (a pesar de comenzar con una trama policial mucho más básica), sino que el director prefiere también aprovecharse para el arraigue estético de la cinta de su profunda y sentida ambientación (sub)urbana (algo en lo que se esfuerza considerablemente, como mandaban los cánones de ciertos vestigios genéricos de aquel entonces), en solventar con discreción las habituales estrategias narrativas del policíaco, o de impregnar de cierto surrealismo algunas secuencias de transición que añaden algo más de perturbación a la película. Pero este grado de oscurantismo llegará a un tono más conseguido cuando se enfrente al protagonista, extraño y problemático oficial que llega después de un tiempo inactivo de servicio, a la problemática mayor que ni él mismo se esperaba encontrar; una denuncia a las llamadas cloacas del estado, aquí con una inspiración noir, de abrupta y contraria elegancia a los retratos del ‹underground› callejero español de la época (otra diatriba, igual de válida, de retratar el subsuelo social del momento, con el vanagloriado cine quinqui), dentro de la transmutación que sufre la propia película en su naturalidad y que José Antonio Zorrilla maneja con capacidad, olvidando al momento de estar ante una ópera prima.
Aunque su punto de arranque ya goza de por sí de cierto interés, a pesar de los aportes románticos de una historia de amor cuya inclusión se inicia con dejadez pero que pronto cobrará cierto sentido, es un consabido punto de inflexión donde la conspiranoia, la investigación exacerbada y las maquinaciones de lo corrupto se apoderan de la película, dejando de paso alguna que otra escena de impacto con recuerdo. Todo tendrá sentido con la ambición policial del personaje, insistiendo en el buen hacer de Poncela, anexo en casi todo momento al tono de la película. Este, que parece confirmar que ese tipo de cine, paradigma del clasicismo elegante y al mismo tiempo de ímpetu subversivo, se deja engatusar aquí del clima socio-urbano español de la época, mucho más a nivel paisajístico que de denuncia, pero que promoverá en la cinta de una estética ‹underground› muy aparente. Con todo ello y el notable ostracismo que parece vivir la película hoy en día, El arreglo deja una interesante muestra de thriller hispánico, enérgico a pesar de su lánguido aroma, que tiene en la naturalidad creativa de su director la mejor de sus armas promoviendo una tipología de suspense que emparenta en intenciones a las más exitosas cinematografías foráneas.