Antes de nada, hay que hacer un breve apunte sobre el término que da título a la película. De origen alemán y bastante ambiguo porque puede significar cosas diferentes, ‹doppelgänger› normalmente es utilizado para señalar al doble fantasmagórico de un ser humano, muy común en la mitología, el folclore, la literatura y el cine, disciplinas en las que suelen aparecer, aunque no siempre, con un componente maligno y luctuoso, como en este trabajo del casi siempre sugestivo Kiyoshi Kurosawa, un autor que tiene algunos puntos de conexión con sus compañeros de generación del ‹J-Horror› que en la década de los noventa estuvieron tan de moda fuera de Japón, pero casi siempre ha mantenido las distancias con aquellos, más preocupados por el susto facilón con la figura de la fantasma melenuda por bandera que por incidir en la atmósfera y la puesta en escena, dos elementos claves en la dirección del autor de Cure, inclasificable como pocos a la hora de combinar elementos del terror con la cotidianeidad; un autor preocupado por la realidad social incluso en sus incursiones que más se decantan por el cine de género (fenómenos paranormales, asesinos en serie o extraterrestres) con temas como la crisis de identidad de sus personajes y la realidad de éstos frente a una sociedad insensible que no se preocupa de nadie. Kurosawa es un autor que ha experimentado tanto con sus formas y sus asuntos favoritos que ha terminado casi creando un género propio con una imaginería cautivadora y un argumento que frecuentemente coquetea con la ambigüedad de las situaciones.
Doppelganger (rodada en 2003, el mismo año que la hipnótica Bright Future) arranca mostrándonos a una chica que se topa en la calle con su hermano (con quien vive). Al llegar a casa se sorprende al verlo también ahí, pero éste asevera que no se ha movido de su cuarto en todo el día. Con posterioridad, la joven recibe una llamada de la policía que le informa de la muerte de su hermano. Al parecer, la aparición repentina de este doble había propiciado tal desconcierto en este que terminó suicidándose. Por otro lado, se nos presenta a una amiga de esta joven que trabaja junto a un científico que está desarrollando una silla controlada telepáticamente para dotar de un cuerpo artificial a los paralíticos, con ruedas y brazos mecánicos con el fin de suplantar sus extremidades. El creador del asiento innovador, un tipo que se encuentra frustrado por el complejo desarrollo de la máquina y está teniendo serios problemas con la empresa que financia el proyecto, recibe la inesperada visita de otro doble. De todos modos, el inventor no se lo toma tan drásticamente como el hermano de la chica con el que se abría el filme a pesar de su estupor y reticencia iniciales y termina acoplándose y aprovechándose de la presencia de este oscuro ser que pone patas arriba su existencia.
Con un tono mucho más cómico de lo habitual en su director (aunque siempre ha dejado pinceladas de un sentido del humor muy peculiar) y una cadencia ligeramente más viva, pero sin exagerar, que la del grueso de su filmografía, la película se mueve entre géneros tan dispares como el thriller, el terror (aunque éste sea muy tenue), el drama psicológico, la intriga y el fantástico. Esa mezcolanza genérica casi imposible, tan habitual en cierto cine asiático, puede ser uno de los motivos de la fría acogida que tuvo en su momento. También es cierto que Kiyoshi Kurosawa es un director que no suele hacer buenas migas con el gran público por el sosegado ritmo con el cual suele imprimir a sus obras, por usar situaciones inconexas en los argumentos y algunas resoluciones en las que prescinde de dar explicaciones; siempre preocupado, por encima de todo, en crear una atmósfera absorbente y una historia reflexiva al amparo de la quietud del objetivo y del plano secuencia.
El citado sentido del humor que inicialmente no tenía demasiada cabida se va apoderando paulatinamente del relato tras la aparición del doble, sobre todo gracias a otra magnífica interpretación de Kôji Yakusho. Siempre que la narración utiliza algún detalle en el que da la sensación de tener voluntad de aferrarse al terror (inicialmente, la premisa recuerda a El doctor Jekyll y el señor Hyde, inevitablemente) y a la introspección psicológica aparece un toque cachondo drástico y desconcertante para distanciarse. De todas formas, eso no es óbice ni circunstancia para que Doppelganger no depare retazos inquietantes (no hay que olvidar que Kiyoshi Kurosawa es el autor de uno de los planos secuencia más impactantes que se recuerdan, el del suicidio de una transeúnte desde la azotea de una fábrica en Kairo) con todo su sello, como ese momento en el que el doble del hermano de la chica se muda a su apartamento y continúa su vida suplantando al fallecido, viviendo junto a ésta como si no hubiese sucedido nada o, debido a la idiosincrasia del protagonista y su doble, algunos destellos de violencia cruel en los que la sangre sólo aparece al final formando un charco alrededor del cuerpo. El cineasta japonés nunca ha sido muy proclive a la hora de mostrar el rojo elemento y casi siempre aparece fuera de campo o en un segundo plano.
A pesar de la lúdica condición de la película que muestra a partir del segundo tercio, y muy especialmente en la parte final, el cineasta asiático no rehuye de sus temas más característicos expuestos a lo largo de su extensa filmografía, aunque esta vez no tengan tanta trascendencia como en otras ocasiones conceptos como el aislamiento, la soledad, el vacío existencial y esa estrecha línea que separa a la cordura y la locura mediante las obsesiones excéntricas de sus personajes, aquí representada por la máquina. También cuenta con algunos ramalazos metafísicos atractivos sobre la identidad (al más puro estilo de su compatriota Kōbō Abe) y en torno a la dualidad del ser humano, que también desarrolló en la más reciente Before We Vanish (con la que también comparte el perfil cómico desenfrenado). Kurosawa no cae en el error de intentar dotar de una explicación lógica a la presencia de los dobles. Además, deja que seamos nosotros quienes interpretemos si la figura del segundo ‹doppelgänger› es real o producto de la imaginación. Inicialmente, sólo aparecen compartiendo escena las dos versiones del personaje de Yakusho y durante bastante tiempo no se descarta que sea fruto del delirio y de la sugestión que le propicia la historia del doble que le cuenta su colaboradora, unido a la presión que sufre por el desarrollo del invento, pero con posterioridad parece desvanecerse esta opción tras su interacción con otros personajes.
El director nipón siempre se ha caracterizado por la austeridad formal (suele disponer de unos presupuestos muy modestos para desarrollar sus proyectos), lo cual no impide que sea fascinante el lenguaje cinematográfico, el tratamiento de los espacios cerrados, de los exteriores fantasmagóricos, casi vacíos, y de la profundidad de campo que emplea. De todos modos, no nos encontramos ante uno de sus trabajos visualmente más absorbentes, aunque añade un interesante uso de la pantalla partida que ya había experimentado ese mismo año con menor presencia y sentido en Bright Future (otro de los grandes títulos de Kiyoshi) cada vez que los personajes conducen un automóvil. No obstante, en ambos filmes esta técnica no está tan bien implementada como el psicodélico uso que hizo Richard Fleischer en El estrangulador de Boston para mostrar los asesinatos del criminal a modo cuasi documental desde diferentes ángulos. Este recurso, utilizado multitud de veces a lo largo de la historia del cine (también me vienen a la mente, de un modo más lejano, un puñado de trabajos de Brian de Palma o Jaime Rosales en La soledad) aquí sirve para ahorrar costes y enfatiza las diferentes personalidades del inventor y su doble. Aunque hay varias ocasiones en las que gracias a los efectos especiales, tan austeros como convincentes, los dos coinciden en pantalla al margen del truco de la partición de pantalla.
Kôji Yakusho, el principal actor fetiche del director japonés, presente en la mayoría de sus grandes filmes (Cure, License to Live, Kairo, Charisma y Tokyo Sonata), que se dio a conocer en la etapa final de la filmografía del gran Shôhei Imamura (La anguila y Agua tibia sobre un puente rojo) y también participó en Eureka, uno de los grandes filmes del cine japonés de los últimos 25 años, recurre inicialmente a un tono de voz ligeramente diferente, casi imperceptible, para los dos personajes, que va desapareciendo conforme avanza el metraje. Hay fases en las que Kurosawa convierte su presencia al cuadrado con la pantalla partida en un divertido juego en el cual debemos adivinar ante cuál de sus dos versiones nos encontramos, ya que ambos además de ser idénticos utilizan la misma vestimenta. Inicialmente, el doble da la sensación de ser la parte más violenta, tenebrosa y moralmente discutible del tándem, aunque con posterioridad no queda nada claro quién es el ser más terrorífico. El ‹doppelgänger› da la sensación de aparecer para mostrar los conflictos internos de las dos personalidades que habitan en el interior del inventor. Tiene el valor de realizar las emociones reprimidas que anhela el original y no se atreve a llevar a cabo. Bien avanzada la narración, observamos que el inventor asimila por completo la personalidad de su nuevo acompañante. Lo más sorprendente es que éste también toma prestados detalles de su carácter. El primero muta hacia un ser menos tímido, mientras que el segundo mide sus pasos con más precaución.
Durante la caótica parte final en la que se abraza sin remisión a la comedia, Kurosawa abandona cualquier atisbo de profundizar sobre la figura del doble (usado en el filme básicamente como una mera figura simbólica que hace cambiar, por completo, de actitud al protagonista) y los aspectos más filosóficos de la trama y se centra en la absurda y divertida batalla, cercana al ‹slapstick›, que se produce en el entorno más cercano del personaje interpretado por Yakusho por hacerse con el poder de la máquina, casi tan codiciado como la figura por la que bebían los vientos los personajes de El halcón maltés. Esta delirante fase está compuesta por detalles absurdos como que alguien en una persecución corra a la misma velocidad que una furgoneta o que otro personaje se recupere milagrosamente después de caer por un precipicio. Por no hablar de la última escena, desternillante, en la que salen a colación los sentimientos de la máquina y que podría haber tenido mayor espacio en la sección en la que el sentido del humor se apodera de la pantalla. Una media hora final que puede decepcionar a quien se tomara demasiado en serio la historia de los dobles, aunque la película y su protagonista se encarguen durante la mayor parte del tiempo de restregarnos a la cara su juguetona condición. Una obra extravagante por sus constantes cambios de tono, pero plenamente reivindicable que gana en un segundo visionado y no desentona, en absoluto, con el grueso de su filmografía.