Desde que se crearon las películas habladas, el cine encontró en el teatro un gran aliado artístico para inspirarse en sus contenidos. Fue así que, por ejemplo, algunas representaciones de Broadway trascendieron a la esfera universal gracias a la gran pantalla, como fue el caso de Un Tranvía Llamado Deseo y La Gata Sobre el Tejado Caliente.
No todo fue fácil, las adaptaciones teatrales en el cine tuvieron un grado de complejidad al basarse en obras clásicas de enorme respetabilidad, como las creadas por el máximo dramaturgo de la historia, William Shakespeare, un genio en el uso de los recursos lingüísticos.
Varios cineastas de renombre, que amaron el teatro, no dudaron en asumir el reto de enfrentarse a una probable crítica despiadada o a la indiferencia del público cinematográfico, que es distinto a del arte de las tablas, y sacaron adelante proyectos fílmicos basados en la literatura del prestigioso escritor inglés, como sucedió con: Romeo y Julieta, Hamlet, Julio César, Otelo, Macbeth, El Rey Lear, El Mercader de Venecia, etc. Los resultados fueron diversos, desde filmes muy loables hasta otros no muy afortunados.
La compaginación de estas dos manifestaciones artísticas debe ser realizada con pinzas, porque cada una de ellas posee características únicas y una inapropiada mezcla distorsionaría sus respectivas naturalezas. Por ejemplo, la actuación teatral es muy distinta a la cinematográfica en cuanto a estructura e intensidad de los diálogos o en el movimiento y expresividad corporal. Es muy importante controlar estos detalles, al igual que la escenografía, caso contrario se corre el riesgo de editar películas que no serían más que un teatro filmado. Por ello, incide mucho el talento de un director o guionista de cine a la hora de acoplar ese pequeño, pero mágico, espacio escénico del teatro en el amplio universo del Séptimo Arte, y dotarle de acción a una estructura estética que puede ser muy rígida.
Fueron pocos los cineastas que lograron emplear las bondades artísticas teatrales y adaptarlas notablemente en la estructura de un filme, uno de ellos fue George Cukor, quien destacó en 1947 con su cinta Doble Vida, en donde realizó un ejercicio ingenioso de aplicación del libro Otelo, rompiendo el esquema tradicional de tomar diálogos íntegros de una obra de teatro y transformarlos en un guión de película con una secuencia escénica lineal.
Lo que hizo Cukor fue recoger sólo la esencia del famoso texto de Shakespeare para crear una historia original con características de thriller psicológico. De este modo, Doble Vida nos relata la existencia de un afamado actor teatral de comedias, Anthony John (Ronald Colman), quien acepta la propuesta de los productores de sus obras de representar en el escenario a Otelo, pese a estar convencido que esto marcará su espíritu y afectará a su vida personal.
En este filme, se experimento el recurso de unir dos tragedias personales en un mismo ser: la ficticia de Otelo y la real de Anthony. Para esto, se empleó como nexo a los celos, con toda su intensidad y consecuencia. En este contexto, Cukor logró estructurar a un personaje principal extraño, que huye de quienes lo conocen y de sí mismo, y a quien le bastará sólo un espejo para identificarse con el moro shakesperiano. «Cuidado con los celos mi señor, es el monstruo de los ojos verdes, levanta negra venganza» fue la primera advertencia que se auto-recitó Anthony, quien desea convencer a su ex esposa a regresar con él, pero siente que ella ama a otro hombre. La metamorfosis de personalidad será progresiva en esta cinta.
Hay un momento importante en la trama de Doble Vida, cuando el afamado actor solitario se ubica en la mesa de un bar, que curiosamente tiene cerca a un espejo que no hace más que alertar, disimuladamente, la presencia fantasmal de Otelo justo en el instante en que se acerca la camarera y se le insinúa a Anthony. Ya en la noche, ambos van a un departamento y ella le pregunta su nombre y él dice que no sabe cómo se llama, delatando un consciente trastorno de identidad. De repente, el inquietante intérprete se levanta, se pone frente a un espejo y se coloca un arete en su oreja para, ante el asombro de su aventurera, rezar espontáneamente otra estrofa shakesperiana premonitoria: «impúdico viento que besa todo cuanto encuentra… ramera descarada».
Cukor sabía que el éxito en la adaptación de una obra teatral en el cine estaba en la inserción correcta del diálogo o de la palabra. El gran director supo acompañar con reflexiones unipersonales a las conversaciones normales de la acción cinematográfica. Para ello, utilizó una constante voz en off del actor principal que solo pretendía contar el sentimiento que le embargaba y justificar su comportamiento consigo mismo. Doble Vida conserva una estética teatral alucinante, extrae textos claves de la obra de Shakespeare para codificarlos y dar sustento a una historia que antepone mensajes existencialistas al resto de elementos fílmicos. Pero ha de morir o traicionaría a otros hombres” fue la sentencia definitiva que Otelo lanzó a su aparente esposa infiel, y que deberá ser acatada también por Anthony, pero sufrirá un trastorno raro en su misión que le confundirá sobre quién mismo debe transitar por el destino fatal que Desdémona ocupó en la famosa tragedia inglesa. El triste desenlace lo ejecutará cuando busque a una víctima insospechada, y justo cuando esté cerca a una lámpara que le alerte que ha llegado el momento de cumplir el precepto shakesperiano: «Apaga la luz y luego apaga su luz… con el beso de la muerte».
George Cukor no permite que el espectador se distraiga con el impactante discurso de Otelo en el contexto general de su película, así que permanentemente enviará alertas para ratificar que es un filme de drama y suspenso, que se basa en cierto modo en los recursos del cine negro, pero siempre respetando el hilo conductor de las desdichas famosas del dramaturgo inglés, que contemplan: el sufrimiento, la caída y la muerte.
Doble Vida ha sido reconocida por la gran actuación de sus intérpretes y es que Cukor era un genio en la dirección de actores. Destaca sobremanera Ronald Colman, quien ejemplificó con maestría, y con la ayuda de los primeros planos de la cámara, la diferencia entre un buen actor de teatro y un buen actor de cine.
Un clásico del cine que ha quedado relegado con el paso del tiempo, pero que es necesario revisarlo y rescatarlo por sus enormes virtudes artísticas.
La pasión está también en el cine.