Cuando el miércoles pasado fui al pase de prensa para asistir al visionado de Diaz: No limpiéis esta sangre (Díaz: Non pulire questo sangue, Daniele Vicari, 2012), no pude quitarme de la cabeza el estupendo documental de Zaván del 2011, que cogiendo todo lo referente a Génova construye un brutal documento donde deja al descubierto los mecanismos de poder para defenderse de cualquier agresión (pacífica o no) y deconstruye las imágenes existentes para analizar el poder de la imagen o la palabra.
Génova fue un antes y un después del llamado movimiento antiglobalización, sobre todo porque “el poder” enseñó su rostro más cruel y perverso, resultando una auténtica batalla con sus muerto y sus heridos. Con la que está cayendo ahora en la vieja Europa (y aún así, muy amada por mi) es bastante lúcido volver la vista atrás y analizar un periodo de supuesta bonanza económica y social, para ver que el sistema ya estaba corrupto entonces y que por tanto es coherente con su comportamiento a posteriori en la crisis brutal en la que vivimos. Sí, económica, pero también moral y éticamente hablando. Ya se verá como se sale de esta, y para no pecar de pesimista, habría que recordar que la palabra crisis conlleva también la etiqueta “cambio”. Pero volvamos a Zaván, a su documental y a Génova.
Si en la película italiana buena parte de sus intenciones se veían empobrecidas por la reiteración y ante todo, por el enfoque que buscaba el cineasta Daniele Vicari, más preocupado porque el espectador salga del cine magullado física y moralmente, dejando en el tintero algunas cuestiones harto interesantes, Zaván nos sumerge en una propuesta donde ante todo se indaga en ese poder al que hace referencia el título, y como este muta de piel cuando la ocasión así lo requiere para sus intereses. En resumen, un poder que usa la “democracia” existente en el mundo Occidental como mecanismo para perpetuarse, y al que a la ciudadanía le llega no como derecho, privilegio u obligación, sino como un regalito que se pueden permitir como detalle simpático o incluso mordaza de seda que huele bien y es bonita. Y cuando es necesario, ese regalito simplemente desaparece.
Del poder no usa la voz en ‹off› y buena parte del audio ha sido eliminado, lo que puede que a algunos les cueste entrar en materia, pero sin embargo consigue focalizar muy bien sus objetivos e intenciones, rehuyendo de adornos y de sentimentalismos baratos, chocando frontalmente con los recursos que usaba Vicari en su propuesta. Asimismo, al ser todas las imágenes de archivo, no se embellece la imagen a la manera cinematográfica típica pero de igual manera queda grabado en la mente del espectador que lo visto, al margen de la posibilidad de sufrir cualquier tipo de manipulación, es cuanto menos cierto. Es aquí donde el montaje juega, obviamente, un parte fundamental en la propuesta y donde Zaván dirige su mirada para terminar de crear su demoledora intención.
Las imágenes son brutales, abruma la violencia a la que asistimos. Toda manifestación es reprimida salvajemente, porque el poder se sintió amenazado y no distinguió grises ninguno, a todos los recibe con la misma ración de violencia. En Génova el estado de derecho se esfumó, la democracia como regalito no servía para satisfacer al poder establecido, así que simplemente la tiraron a la basura.
Zaván además se moja y explica las causas y efectos de los actos que la policía ejerció, donde los manifestantes actuaron a su vez con más violencia o de manera pacífica. Siempre se recordará, por ejemplo, como en ciertos actos violentos de grupos extremistas se actuaba haciendo la vista gorda y a otros grupos claramente pacíficos se los reprimió con saña. Y es que el poder necesitaba violencia para justificarse, siempre ha sido así. Ellos parecen tener muy clara el camino a seguir en casos así. Da igual lo que pase, que ellos ganan.
Mientras los presidentes del llamado G-8, esto es, los países más ricos del mundo más China, abordaban como salir en los titulares para entre otras cosas decirle al mundo que ellos son los tipos más ecológicos del planeta entra aplausos y banderas, el poder, acorralado por la alta participación de los manifestantes, utilizaron cualquier técnica a su alcance para reprimir y denostar a su enemigo, legal o no. También es interesante ver los mecanismos que usan para salir airosos ante la opinión pública, así observamos atónitos como después de dispararle dos veces y luego atropellar a un manifestante con su consiguiente muerte (es lo que tiene disparar a alguien en la cabeza), un policía comienza a gritar y a perseguir a otro manifestante acusándole de lanzar una piedra con la que supuestamente había matado a la propia víctima. En España, y más concretamente en Euskadi, conocen esa técnica como cuando los altos mandos de la España sublevada no pudieron negar al mundo el bombardeo de Guernica, decidieron acusar a los propios vascos y mineros asturianos de haber dinamitado la ciudad para su propio victimismo.
El poder, una vez quitada la máscara de la supuesta democracia, enseña su auténtico rostro de represión y mecanismos contrarios a la libertad para aferrarse a cualquier precio, echando siempre mierda al contrario y negando lo sucedido, manipulando o mostrándose como las auténticas víctimas de la violencia, usando ante todo los medios de comunicación que danzan a su ritmo. Y tienen todas las de ganar, porque sus tentáculos llegan a cualquier esfera del ámbito social.
Del poder es un documental tan imprescindible como maravilloso, que reflexiona y analiza que acontece cuando la democracia deja de serles útil como herramienta para seguir haciendo lo de siempre. Simplemente desaparece y vemos el auténtico y genuino rostro de un capitalismo vampírico, que una vez vencido al comunismo totalitario de la URRS, parece encontrar en la ciudadanía a su nuevo adversario.