En la sempiterna sumisión al cine de géneros y subgéneros que ha categorizado su carrera, Mario Bava procreó una de sus más populares propuestas basándose en el arte del ‹fumetti› italiano. La historieta gráfica transalpina alcanzó en Diabolik, ladrón escurridizo y sinuoso parido por las hermanas Angela y Luciana Giussani a principios de la década de los 60, el estándar de uno de sus más reconocidos personajes, héroe camaleónico alejado de los pilares argumentales más cercanos a la fantasía de la historieta para situarse en una diatriba más cercana a la aventura urbana; además, Diabolik apareció aproximándose al hálito ‹pulp› de algunos de los personajes coetáneos de la época, como pudiera ser un James Bond que en aquel momento vivía sus primeros años de expansión dentro de los bordes de lo cinematográfico. El aura desenfadada de Danger: Diabolik, su anexión a ciertos tropos estilísticos de los estándares europeos, y el protagonismo inesperado de su partenaire Eva Kant, son los tres tropos básicos bajo los que Bava cimenta su adaptación, que funcionaría además como iniciadora de toda una corriente de traslaciones de los ‹fumetti› con otros héroes y heroínas en cintas como Satanik o Kriminal, dirigidas por Piero Vivarelli o Umberto Lenzi respectivamente.
Bava probó las mieles de la gran producción europea con Danger: Diabolik bajo el yugo del todopoderoso Dino de Laurentiis quien, al mismo tiempo, apadrinaba la Barbarella de Roger Vadim, con sendos rodajes casi simultáneos; aún así, el cineasta italiano prefirió seguir fiel a sus principios artesanos y acabaría empleando únicamente una mínima parte del presupuesto asignado, con resultados asombrosos. Bava propone un ejercicio de estilo donde, adaptándose al ‹sui géneris› de la viñeta, predomina la evasión y la agilidad narrativa, con unos patrones de producción notablemente superiores a los de la industria italiana de entonces. La capacidad del director a la hora de experimentar con la imagen alcanza distinción como una instrucción de psicodelia que encuadra a la perfección con la vorágine estilística de aquellos finales de los 60, oda a lo ‹kitsch› que también inundó a otra adaptación “tebeística” del momento como la inolvidable Modesty Blaise de Joseph Losey para mayor gloria de Monica Vitti. Si bien ambas películas se embadurnan de la explotación del ‹spy› europeo de la época al calor de James Bond, Danger: Diabolik se diferencia en el hecho de que Bava, perfecto conocedor de todo tipo de lenguajes, sabe aportar un dinamismo narrativo que exterioriza las vicisitudes propias del cómic, impostadas de una manera brillante a favor de la explosión cromática y los planos milimétricamente calculados. Esta facultad se quedaría tan sólo en una excentricidad (apoyada además por una estrafalaria, a la par que acertada, banda sonora de Ennio Morricone) si no fuese por el hecho de que la adaptación propone el énfasis aventurero con un trabajo de cámara ambicioso, adherido a las innovaciones y a un diseño de producción que funciona como envolvente de un delirio pop anhela el deslumbramiento escénico en cada plano. Una historia de (anti)héroes y villanos, de mezquindad y ciertas miserias (elementos inherentes en las aportaciones de Bava al fantástico) filtradas aquí como lo naif y lo desprejuiciado.
Diabolik es afrontado aquí como un personaje sin alter ego, oscuro y desconocido, cercado en su ‹statu quo› por unas mallas que tan sólo dejan ver su mirada, y bajo la piel de un John Phillip Law al que sólo se le exige de dotar de estoicidad corpórea a las líneas estilísticas del protagonista de la función; tal y como ocurría en el material original, su compañera Eva Kant, alzada aquí bajo una espectacular Marisa Mell, alcanza un co-protagonismo que adhiere un nivel superior a los típicos ‹sidekicks› de la historieta, con el logro conseguido por parte del director de dotar de una pulsión efervescente cada plano monopolizado por la actriz austriaca.
Inevitablemente, Danger: Diabolik es considerada como una importantísima producción dentro del cine de consumo popular italiano, en una década de los 60 en el que este gozaba de una expansión industrial sin precedentes; más allá de la relevancia que pudiera tener debido a su material de origen, o por el simple hecho de tener a un “monstruo” de la producción como Dino de Laurentiis detrás, el film tiene un legado reivindicado por suponer una declaración acerca de la inventiva y creatividad escénica de su creador, dentro de unos esquemas conceptuales muy diferentes a los que habitualmente visitaba. La explosión cromática dentro de las lúgubres aristas del horror gótico, los terrenos sobrenaturales del fantástico son aquí sustituidos por una enajenación artística entre la vanguardia y la excentricidad, que no sólo acierta en su concepción del (anti)héroe y su idiosincrasia aventurera, si no que mantiene vigente la inherente mirada sarcástica de su creador hacia los géneros que ha visitado.