Cop Hater pertenece a esa serie B de cine negro tardío que hizo brillar aún la llama de un género que cosechó sus mejores resultados en la década anterior. Y como encargado de sacar adelante el proyecto se situó tras la cámara un auténtico especialista en la serie B. Un William Berke que desarrolló su carrera al mando de esas películas de bajo presupuesto y escasa una hora de duración que servían sobre todo como entremés y pasatiempo con el que entretener al público que acudía a estas salas sin más pretensiones que distraerse del tedio de su quehacer diario.
En este sentido Cop Hater cumple a la perfección su cometido, siendo un perfecto vehículo que ofrece al público aquello que ha demandado. Puesto que nos hallamos ante una serie B de libro. Ante una de esas películas que en sus compactos y sólidos 70 minutos de metraje incluye todos los ingredientes precisos y necesarios para deleitar a los fanáticos del ‹hardboiled› estadounidense, sin buscar enrevesados recovecos que distraigan la atención del interés principal, ni tampoco narrar a través de la heterodoxia visual ni empleando artificios visuales que tan de moda se pusieron en la década siguiente.
Desde el punto de vista técnico la película no se la juega para nada regando las diferentes secuencias que conforman la trama con una propuesta muy clásica, quizás algo influenciada por el medio televisivo que también cultivó Berke en esos años, adoptando la morfología de una especie de episodio a imagen y semejanza de los seriales detectivescos originarios de la televisión de los cincuenta. Esto puede provocar cierto rechazo por parte de aquellos espectadores que busquen innovaciones de montaje o arriesgados planos simbólicos. No, Cop Hater no es para nada un dechado de pericia técnica. Pero, lo que sí resulta es un pozo de honestidad.
Una película seca, ágil, entretenida, sin ningún tipo de concesiones y que se disfruta con todos sus defectos y virtudes como uno de esos productos que sabían conectar con aquellos que acudían a ver las propuestas dictadas por los magos de la serie B. Una cinta que con sus clichés y sus espacios y tiempos mil y una veces ya amasados, y con mejor arcilla, por esos maestros artesanos pertenecientes al gremio de la producción en masa de los grandes estudios de Hollywood, sabe ganarse la atención y el corazoncito de los enfermos del cine negro.
En lo que a mí respecta, me cautiva su precisión y contención. Gracias a una trama sencilla, pero que no renuncia a proyectar una mirada melancólica al pasado en su ambición de recuperar el espíritu de los policíacos de los años treinta y cuarenta. Aquellas películas que otorgaban el protagonismo a esos policías anónimos que velaban por nuestra tranquilidad y seguridad sin pedir nada a cambio. Y presentando una intriga atractiva que trata al espectador con inteligencia, sin engañarlo, pues el sorprendente final con el que culmina el film, y que se deja entrever en ciertas actitudes y perfiles de algunos de sus personajes, que sin decirlo claramente se muestran sospechosos en sus procedimientos, atrevimiento sexual y forma de expresarse, no deja de ser una guinda a un pastel muy bien cocinado por sus responsables.
La trama no puede resultar más sencilla. La cinta se abre exhibiendo el asesinato, después de salir de su apartamento, de un policía en la calle acribillado a balazos. Este crimen se convertirá en la obsesión de los compañeros del policía, liderados por un veterano oficial que tomará el asesinato como un asunto personal.
A cargo de la investigación estarán dos jóvenes detectives: Steve Carelli (magnífico Robert Loggia), un policía algo atolondrado y libertino que vive sus últimos días de soltería al lado de su novia sordomuda; y el más veterano y asentado Mike Maguire (Gerald S. O’Loughlin), un agente que está casado con una despampanante y seductora mujer que parece echar de menos tiempos pasados en su relación.
La cosa se complicará aún más con el homicidio del compañero del primer policía muerto, un joven afroamericano al que no se le conocían enemigos. Por ello los detectives bucearán por los bajos fondos de un Nueva York que alberga una de las olas de calor más sofocantes de su historia, untando a soplones y gente de mal vivir con la intención de descubrir alguna pista que señale al psicópata asesino de policías que parece estar asediando en la ciudad, siendo la principal huella a perseguir el arma homicida: una 45 que será rastreada en todo tipo de ambientes. Todo ello con la entrometida mirada de un periodista bastante sensacionalista que enredará aún más la madeja.
Pero las diferentes ruedas de reconocimiento de sospechosos, entre los que se incluyen personalidades de diferente pelaje (desde líderes de pandillas juveniles pasando por hampones de poca monta), no darán sus frutos. La maraña se liará aún más con el asesinato de Maguire, suceso que desembocará en una desesperada cacería emprendida por Carelli para desenmascarar al asesino de su amigo y compañero. Y éste logrará desentrañar el embrollo, poniendo en peligro a su amada novia.
Lo mejor que puedo comentar de una película como Cop Hater es su sencillez y agilidad en cuanto a montaje y narración. Una película que es un deleite por su forma de contar una intriga deseando únicamente captar la atención e interés del público y también, por qué no decirlo, sorprender con un desenlace que se intuye venir, pero que tiene cierta superficie de estupefacción.
Asimismo, pese a la mencionada humildad que adorna el envoltorio del film, Berke trató de suministrar cierto aire de inquietud enfermiza a través de la radiografía de un Nueva York convertido en una sauna irrespirable, tanto por las cargadas temperaturas de un verano insoportable que obliga a los ciudadanos a quitarse la ropa cuando llegan a casa (punto que ofrece unas atractivas gotas de erotismo que no le vienen para nada mal al espíritu de la película), como por el dibujo de una urbe inhóspita y hostil que esconde el peligro a la vuelta de cualquier esquina. Ello se logra gracias a un elenco de secundarios extraordinario (algunos de ellos míticos intérpretes de series televisivas y película de bajo presupuesto) que permite desfilar a toda una serie de personajes amorales y de mal vivir perfectamente caligrafiados por Berke.
De este modo Nueva York se convierte en un purgatorio habitado por una muchedumbre incapaz de comunicarse con su prójimo, puesto que en todo momento existe una sensación de alerta que obliga a vigilar la espalda para evitar que una sombra desconocida alcance la yugular de quien tiene en frente. Y es que, aunque no es la intención de la trama acaparar la atención en su vertiente social puesto que principalmente nos encontramos ante uno de esos policíacos que siguen el procedimiento a rajatabla sin salirse un ápice del guion marcado previamente e ideado con el fin de irradiar una de esas intrigas que tanto nos gustan a los amantes del cine negro clásico, si que se observa la intención de un ya veterano Berke (esta fue una de sus últimas películas) de dejar un presentimiento personal de vacío y desesperanza en el ser humano, convirtiendo a la pareja formada por el joven detective interpretado por Loggia y su bella novia en la única esperanza de redención a través de su fe en encontrar la verdad, su humildad, su alegría y amor, su lucha contra el crimen y esos códigos de honor y respeto a una camaradería que ya no se destilaba tampoco por aquellos entonces.
Una gran serie B a descubrir y disfrutar.
Todo modo de amor al cine.