Confidence viene a ser un caso paradigmático de lo que es una película maldita. Tiene un reparto de lujo, una dirección solvente, una temática funcional pero atrayente y, por si fuera poco, el empaque y la factura de una producción hollywoodiense (modesta), que hacía de ella una propuesta ideal para funcionar de manera notable. Sin embargo, fue un producto ignorado por público, masacrado por la crítica y rápidamente olvidado por todos. Por no tener no ha tenido siquiera a posteriori una recuperación, ni que sea a través de plataformas, que la haya convertido en algo así como una un pequeña joya de culto.
Pero, ¿qué es lo que falla, entonces, en el film de James Foley? Pues se puede argumentar, como siempre pasa en películas de este subgénero de estafadores y golpes perfectos, que hay trucos de guión, de momentos en que la trama avanza porque sí, y que al fin y al cabo tampoco cuenta nada nuevo. Y aunque todo esto pueda tener un punto de verdad la pregunta que se viene a la cabeza es ¿qué más da? Sí, una pregunta que puede parecer incluso algo impertinente, pero que resulta de lo más oportuna cuando hablamos de un producto tan autoconsciente que juega otras bazas muy diferentes y que las ejecuta a la perfección justamente para que, a propósito, olvidemos todas estas pequeñas triquiñuelas.
Y es que Confidence se nos descubre con rapidez como un ‹crowd pleasure›, combinando un buen ritmo, una capacidad de síntesis encomiable tanto en presentación de personajes como en el desarrollo de una trama con sus giritos pero que no necesita grandes complicaciones ni artificios explicativos. Junto a ello, una dirección de actores más que acertada en cuanto a saber exprimir unos personajes que no resultan profundos en exceso pero sí carismáticos a más no poder.
Foley, además, sabe cual es el signo de los tiempos cinematográficos para adaptarlos al momento (2003) sin ser demasiado (aunque algo sí) descarado. Tenemos voz en off, ruptura de la cuarta pared, diálogos ágiles e incluso ciertos desvíos hacia el ‹neo noir› a través de la presencia de una Rachel Weisz que escenifica perfectamente la ‹femme fatale› del siglo XXI. Y, cómo no, no puede faltar el giro final tan en boga que, aunque no del todo sorprendente, ni coherente, todo hay que decirlo, tampoco se percibe como forzado sino más bien como el único que podría resultar aceptable dado todo el tono de la película.
En definitiva, Confidence no es desde luego El gatopardo de los films de estafas, pero es que tampoco pretende serlo. Y esa es, en efecto, la gran virtud del film, ser con exactitud lo que pretende ser y ofrecer justo lo que se demanda de ella en la dosis correcta, con una funcionalidad que no percibe como funcionarial sino como cómoda en el mejor sentido de la palabra. Una ‹rara avis› que paradójicamente lo es por su convencionalismo aparente donde se nos muestra en forma de una película abierta, simpática, estilizada pero sin caer en un juego “tarantiniano” exagerado sino más bien buscando, y consiguiendo, un cierto sabor añejo a la par que elegante, de cine clásico.