Marco Bellocchio comenzó su carrera como director con un objetivo muy claro: frotar el polvo que cubría a la burguesía italiana y dejar que las partículas salpicaran a todo el que se acercara a ella. Una especie de adelantado a su tiempo, que supo ver el futuro de la sociedad italiana retratando, a su modo, la actualidad del momento. Entre sus primeras obras encontramos China está cerca (o su “ritmoso” título original La Cina è vicina, un guiño a la novela homónima de Enrico Emanuelli, que aquí se trata como un grito de guerra anarquista), una especie de sátira política sobre lo acomodaticio del poder y el dinero.
Para ello nos presentan a una muy particular familia de condes y condesas que, no contentos con su superlativa calidad de vida, deciden romper la armonía de su naturaleza simplemente adinerada. Tres hermanos con diferentes puntos de mira e inquietudes ven enredar su propia idiocia hasta que las apariencias se los meriendan con un claro mensaje: qué importante es, para caer de pie, ser un perfecto ignorante con un buen colchón hecho con billetes.
Propagando una falta de escrúpulos y sentido social aberrante, Bellocchio sabe hurgar en la llaga mezclando temas imposibles en favor de un negrísimo humor. De ahí saltan ideas como las de elucubrar todo un simposio y estructurado discurso que justifique que un grupo de amigos se acuesten con una misma mujer en una noche, que un rico sea la apuesta segura para representar un partido socialista porque hay que potenciar la idea de que quien todo lo tiene nada ha de robar o que un embarazo sea el trampolín definitivo para conseguir un estatus acomodado. Ranciedades que tienen siempre un doble sentido capaz de justificar el inmovilismo en ciertas esferas ayer, ahora y siempre. Al menos se podría decir que la película, en cierto sentido, no ha envejecido ni una pizca.
Más allá de la facilidad (o no) de conectar con estos ilimitados elementos de humor, China está cerca sabe sacar partido a todos sus personajes a través de los enredos que les van definiendo. No deja títere con cabeza Bellocchio, al arremeter contra estamentos religiosos, partidos políticos y estratos sociales, siendo finalmente todos demasiado listos y a la vez egocéntricamente pardillos. No le basta con retratar con cierta mofa a esa familia un tanto desubicada en su estabilidad, también aborda el tema desde el punto de vista del proletario que intenta abrirse paso en la política a través de la secretaria y el contable, los dos personajes que comienzan en la rectitud y van desviando sus intereses hasta despilfarrar los ideales en favor de la comodidad. Todo vale en una película donde la redención es tan sencilla como un «yo te absuelvo de tus pecados» pronunciado por cualquier cura que por allí pasara —y no será esta la única vez que Bellocchio aproveche la oscuridad de la iglesia cristiana en sus películas—, tratando desde la corrupción al aborto en tiempos en los que estos temas estaban todavía en pañales. No se exige en esta historia una reivindicación sino una crítica plasmada entre miradas propias del neorrealismo italiano (es lo que emula esa forma de tratar la imagen de lo que se quiere representar) con una clamorosa intención cómica. Además el director ya pudo contar por aquel entonces con el sonido del incansable Ennio Morricone para adornar desde las escenas de cama hasta los atentados con consignas izquierdistas y radicales.
La China está cerca tiene poco Mao Tse-Tung y mucho enredo familiar, abogando por la palabrería vacía de significado y el sálvese quien pueda a través de una inocente candidatura (elegida a dedo, que siempre son las mejores) para liderar un partido político que desea representar el cambio definitivo. Bellocchio venía con la dinamita preparada de casa para que todos los trapos sucios volaran por los aires con mucho estilo en una cinta que no es capaz de dejar indiferente a nadie, defenestrando cualquier ápice de integridad de cada uno de los implicados.