¡Madre mía, Claude Lelouch, menudo flipado! Es que hasta el final está fardando de molar, dando sentido al título de la película, además. Lástima que no se le oiga gritar cosas sobre el “tubarro” ese que suena tanto y sobre el que de vez en cuando se puede escuchar el claxon de los otros coches que se cagan en sus muertos. Quiero decir: C’était un rendez-vous es tremendamente entretenida en su premisa simple. El conductor —al que no vemos nunca, porque en realidad la gracia es que quizás somos nosotros, dado que es todo el rato un plano subjetivo hasta que aparca— recorre a toda velocidad las calles de París con su coche deportivo de alta gama y pasa de semáforos, del sentido de los carriles y de los coches que puedan venir de otras calles. Me pregunto si, antes de esta toma única, habría intentado otras y si no salieron adelante porque se estampó, se vio obligado a frenar o le multaron (aunque tiene pinta de que no se limitaba la velocidad, quizás).
Desde un punto de vista subjetivo, como no podía ser de otra manera, siempre me sorprende lo bien que funcionan este tipo de recursos en el cine (los de la velocidad), y más cuando, como en este primer visionado, no sabes realmente dónde va a acabar o cómo, lo que te ofrece un poco más de adrenalina que seguramente nunca llegue a la que sienta el propio conductor, pero que al menos te mantiene durante varios minutos ahí sentado, prácticamente atrapado en el sillón (aunque no seas consciente). Como cuando en 1998 mis hermanos y yo le estuvimos insistiendo a nuestro padre para que jugara un poco con nosotros al Formula 1 97 en el ordenador. Estuvo reticente durante bastantes días, pero cuando por fin lo conseguimos, puede que fuera el periodo en que más tiempo hemos estado sin poder jugar a nada ni mis hermanos ni yo. Tal era el vicio, que hasta que no terminaba toda la temporada no se iba a dormir.
La experiencia inmersiva de los videojuegos, a menudo también lograda en el cine, donde se ha intentado conseguir desde sus inicios con la llegada de un tren a la ciudad o aquí con la conducción de un coche, es algo muy atractivo para cualquier ser humano (aunque la falta de interés o éxito de la realidad virtual pueda no indicar lo mismo), y por eso no debemos juzgarnos. En cualquier caso, parece que la popularidad y el éxito actuales han llegado mucho más por el lado de una industria del entretenimiento que por el de la otra. Pero como en realidad ambas industrias son complementarias, ni tan mal. Así, donde una te ofrece una inmersión personal prácticamente total, donde eres tú quien tiene el poder de controlar todo lo que un personaje hace, en la otra se intenta replicar esa experiencia a través de los ojos, sin capacidad de decisión sobre lo que se ve en pantalla. Es decir, en el cine uno también puede verse reflejado, lo cual no deja de suponer un poco de inmersión. La suficiente para que, desde la existencia de ambas industrias, se haya llegado al punto de llevar al cine un videojuego y aprovechar además para contar una historia basada en hechos reales sobre él, como cuentan que ocurre en la película de Gran Turismo, juego al que jugué muy poco de la manía que pillé a todos los juegos de carreras que implicaban mucha velocidad y sobre todo adelantamientos tras el incidente paterno-filial que nos privó de ordenador durante días. En realidad, si hablamos de coches, yo era más del Colin McRae Rally y ese Subaru azul, porque podía conducir tranquilamente por el bosque o por la nieve, sin otros coches delante y decidiendo de qué manera conducir sin importar la clasificación final… Normal que en mi vida de ‹gamer› terminara jugando a Los Sims.
Lo que quiero decir es que, a pesar de no tener carné de conducir ni haber mostrado nunca interés por la velocidad, las carreras de coches o los deportes de soltar adrenalina, me lo he pasado bastante bien con C’était un rendez-vous, sobre todo porque está llena de situaciones inesperadas. Al principio, digamos que estamos centrados en la velocidad y poco más, pero, una vez entendemos que la película debe de estar siendo rodada a una hora intempestiva para evitar el exceso de gente, empieza lo mejor: la aparición de gente. Por ejemplo, hay un momento, como a los 5 minutos de metraje, en el que no pude evitar reírme porque de repente se fastidia todo lo que estaba planeado y el conductor se niega a frenar completamente (no vaya a ser que el motor ese deje de sonar). Aparece por una calle de un solo carril el camión de la basura y, para adelantarlo, la única solución es subirse a la acera. Por poco no vemos cómo se lleva a una mujer y su perro por delante, mientras el motor del coche no sabes si va a explotar o va mejor que nunca. También es gracioso ver a la gente que ni se inmuta, aunque le estén pasando a pocos metros de distancia a tal velocidad, o saber que las palomas han sido siempre igual de poco espabiladas a la hora de reaccionar ante vehículos que las pueden atropellar, y para los que apuran tanto que no pude hacer otra cosa que alegrarme al ver que aquí no se llevaron a ninguna por delante. Por suerte, C’était un rendez-vous es la alternativa a Gran Turismo y no a Carmageddon, porque esta crítica en modo plano subjetivo habría sido muy diferente.
Pero, con el fin de conseguir que, además de subjetiva, esta crítica tarde más en leerse que lo que C’était un rendez-vous tarda en verse, no me gustaría acabar sin antes volver al vicio del Formula 1 97, porque tal como vino se fue, y mi padre dejó de jugar o de tocar aquel ordenador de nuevo, y nosotros regresamos a la calma que nos daba el PC Fútbol por aquel entonces, lo cual se asemeja bastante a lo que va a pasar cuando ponga el punto final aquí (solo que ahora con el maldito Football Manager, que es carísimo).