En la escena inicial de Pulp Fiction, en el diálogo entre Pumpkin y Honey Bunny, se habla de la posibilidad de ejecutar un atraco bancario sin necesidad de portar siquiera un arma. De hecho se insiste en el hecho de que el atracador llevaba solo «un puto teléfono”. No sabemos a ciencia cierta si Quentin Tarantino se inspiro para esta línea de diálogo en una caso real o la escribió después de haber visto la película que nos ocupa, Cash on Demand. Sea como fuere, la idea esbozada en Pulp Fiction está perfectamente desarrollada, no solo por el planteamiento, sino por la demostración que tal cosa puede ser posible (a nivel cinematográfico) generando una tensión necesaria e implacable (prácticamente a tiempo real) sin una amenaza armada clara y visible.
Y es que el film de Quentin Lawrence juega de forma precisa con los códigos del subgénero de atracos a través de dejar los elementos claves del mismo en fuera de campo, y subvirtiendo otros hasta desmontar el cliché. Por un lado tenemos la amenaza velada, el secuestro comunicado por teléfono y la vigilancia de los movimientos de los “rehenes” a través de elementos que nunca sabemos si existen de verdad, permaneciendo escondidos de forma lateral y añadiendo la incertidumbre de si todo es un farol o un plan maestro. Por otro se sustituye la condición de atracador violento, joven, con algún tipo de resquemor contra la sociedad o el sistema por un elegante, irónico y dialogante dandi de mediana edad cuya motivación es la puramente económica y cuyas buenas maneras no esconden sino una tremenda crueldad.
Sin embargo es de destacar que lo “social” sí está presente de algún modo, poniendo el foco en la víctima. Un director de banco, interpretado como buen producto de la Hammer por Peter Cushing, estirado, igual de educado y cruel que el atracador pero a través de su tiranía con sus empleados. Un hombre representado como la encarnación de cierto corporativismo sin sentimientos, solo pendiente de la ejecución de las normas y que obvia todo rastro de humanidad. En este sentido es casi disfrutable ver cómo se le pone en ese aprieto, teniendo que depender de gente a quien desprecia y viéndose de repente a merced de alguien superior en el mando. Con ello no es que se busque sintonía con alguno de los personajes principales, ambos despreciables y en cierto modo dos caras de la misma moneda, pero si que es inevitable generar una cierta satisfacción ante el sufrimiento de un protagonista cuya presentación no podía ser más antipática.
Y aunque parezca un detalle menor, que la trama se sitúe en plena Navidad tiene todo el sentido. Como si de alguna manera estuviéramos ante una actualización de género del Cuento de Navidad de Dickens donde a Scrooge no hace falta que le visite ningún fantasma de navidades futuras o pasadas. Aquí la única visita es en presente, hecha por algo real y no sobrenatural y que no pretende moralizar a través de visiones sino poner en jaque a un protagonista que tendrá que tomar decisiones más allá de su cuadriculada visión de la moralidad y la humanidad, y donde la posible redención y transformación de su carácter puede o no tener que ver con la necesidad de salvar lo poco que tiene en estima. Esto quizás es lo más importante de Cash on Demand, no tanto saber qué pasará o quién se llevará el gato al gua, sino plantear un muestrario de la ambigüedad del ser humano hasta el final, dejando que sea el espectador quien interprete qué ha pasado realmente al final.